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NI ESPAÑA NI SUS POLÍTICOS SON
DIFERENTES
(En nuestras universidades no puede suspenderse a más del treinta por ciento de los alumnos.)
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Esta frase de arriba es una de esas que circulan por Internet y tanta complacencia produce entre los “fracasados”.
Fracasados, básicamente, por culpa de un mal sistema educativo. Un sistema complaciente
e injustamente igualitario que ha
emprendido la alocada carrera de expender títulos académicos como la oficina en
la que se “fabrica” el Documento Nacional de Identidad (DNI).
Porque, después de todo, lo primero y
principal que quiere un padre es que su hijo no sea un imbécil. Aquí, seguimos
a Fernando Savater: “La palabra imbécil es más sustanciosa de lo que parece, no
te vayas a creer. Viene del latín baculus que significa bastón: el imbécil es
el que necesita bastón para caminar…. Si el imbécil cojea no es de los pies,
sino del ánimo: es su espíritu el debilucho y cojitranco, aunque su cuerpo
pegue unas volteretas de órdago.”
Coincidiremos todos (o casi todos) en
que un alumno que ha conseguido un TÍTULO UNIVERSITARIO no es un imbécil, es
decir, debe haber sido dotado durante los años de estudios, de los instrumentos
necesarios para formarse dignamente y ganarse holgadamente la vida en la
especialidad estudiada. Si, por el contrario, ese individuo con TÍTULO
UNIVERSITARIO, ha salido de la universidad hecho un verdadero IMBÉCIL… tenemos
un problema.
Por qué un individuo universitario se
convierte en mano de obra barata. Se convierte, tras larga y sesuda formación académica,
en camarero, tal como reza el cartelito.
Todos sabemos el por qué… pero nos
ponemos una venda en los ojos y que siga la bola. La calidad de los títulos académicos
en España es muy baja y en general, es baja, en todos los países desarrollados
(España no es una excepción). Pero somos ricos y el trabajo nos lo hacen otros
(emigrantes). EEUU podría temblar de los pies a la cabeza si (¿Trump?) no se
dejara entrar en su país a los informáticos de la India (sí, esos que inventaron
los números que aún usamos).
Así que mientras seamos ricos,
podemos permitirnos sacar IMBÉCILES de nuestras universidades. Pero, si acaso
los tiempos cambiaran, habría que andarse con cuidado.
Llegados a esta conclusión la segunda
cuestión del cartelito tiene todavía más fácil respuesta. Todos reconocerán que
si los TÍTULOS UNIVERSITARIOS no valen nada (o para casi nada), para qué exigírselo a un político. Un político puede no tener TÍTULO UNIVERSITARIO, pero
desde luego: ¡¡¡ NO ES IMBÉCIL!!!!
A las pruebas me remito, TODOS SALEN
FORRADITOS.