IVÁN TARÍN
Por Chusé María Cebrián Muñoz
Por Chusé María Cebrián Muñoz
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Los Tarín, por linaje, eran caballeros, no en vano uno de sus antepasado había bajado con Jaime I desde la Ruta de la Lana a la conquista del Reino de Valencia. Desde el siglo XIII los Tarín bajaban cada año al Reino, no a luchar, sino a apacentar sus ganados y apartarlos del invierno, crudo y frío de las sierras turolenses. No tendría 8 años cuando murió su padre. Su madre había muerto cuando lo parió para la Sanjuanada, por eso su padre le puso de nombre Iván y lo trataba de aquella manera tan cruel. Dormía en la pajera de los machos o entre los vellones de lana, comía a escondidas lo que podía, una tajada de tocino rancio era suficiente, un troncho de longaniza ya era un festín y carne asada de ovejas modorras, lo más habitual. Su padre lo tenía siempre de pastor con una punta de ganado, ya fuera el vacío, ya fueran las corderas o en otras ocasiones con las que separaban, viejas y con poca lana, para vender. No fue a la escuela, nunca. Para el invierno lo mandaba de trashumancia, al Reino. Como iba con otros pastores comía algo de lo que ellos le daban, por todo ello estaba agradecido. Los domingos, si podía, iba a misa. Cuando lo hacía el cura le decía que rezara a la Virgen, a esa Virgen que tenían colocada en una columna en la iglesia, a la Virgen del Pilar que era la MADRE de todos. Es la patrona de Aragón, la más benefactora de todas, le decía el mosén. Iván así lo creyó siempre. A menudo le hacia una vela con sus propias manos, pues no tenía dinero para comprarla, cogía cera de los enjambres silvestres y hebras de algodón de atar las heridas de la ovejas. Con todo ello y con su maña, confeccionaba aquella ofrenda que a la Virgen parecía agradar. Con el paso de los años, el hijo de los Tarín, mostró una inteligencia fuera de lo común. Aprendió mucho de sus carencias, de sus necesidades básicas, del trato con las gentes de otras tierras como las valencianas, más ricas y prósperas. Aprendió también a hacer negocios, a tratar con el ganado y a desenvolverse bien en la ferias. Los que lo conocía lo llamaban cuando tenían que hacer una venta de ganado o un trato. Le consultaban para ajustar al pastor, el siempre les hablaba claro: “Esto te conviene, esto no te conviene”. Su consejo franco, sincero, ganó prestigio entre sus propios vecinos. Su vida, antaño miserable, mejoró y crecieron sus ganados. Arregló la casa del pueblo un año al volver de trashumar. Casó con la mejor moza de la contornada y su hacienda fue de las más prósperas. Tenía buenos ganados y hasta cuatro pastores que le eran fieles e incondicionales. Pero Iván siempre creció y se crió con la falta de afecto de su madre y con el sentimiento de culpa que le había inoculado su padre. Todo ese caudal de energía positiva que atesoraba lo dirigió hacia quien consideraba su benefactora: LA VIRGEN DEL PILAR. Era una persona inteligente, sí, pero sin la más elemental instrucción básica y creyó siempre a carta cabal lo que le decía el cura del pueblo que era una persona docta. Por eso, ese año de 1749, antes de que sus ganados hicieran la ruta hacia levante en busca del buen tiempo en el invierno, dejó todo arreglado. A su vuelta, para mayo, quería ver la ermita terminada. Mucho porfiaron los canteros, albañiles, herreros, pintores y doradores en que, una obra de esa importancia, requería más tiempo que el de un invierno. Iván les dijo que no repararan en gastos. Todo era poco para la ensalzar a esa MADRE que no había tenido en la tierra y que veía reflejada en la Virgen del Pilar. Pasó el invierno en ascuas. Para la Natividad del Señor mandó un zagal a la pueblo para interesarse por la obra. ¿Qué, como va la ermita zagal? El muchacho le contó con pelos y señales lo que había visto. Para mayo, cuando los campos de estas sierras se manchan con el color rojo de los ababoles subió impaciente, Iván Tarín, a Monteagudo del Castillo. Lo que vio le agrado sobremanera. Pagó generosamente a los constructores de aquella joya barroca, tan del gusto de la época. Habló, después, con el cura del pueblo para la gran ceremonia de su inauguración y misa solemne. Todo esto se realizaría para el final del verano, antes de bajarse de nuevo al Reino con sus ganados. Sería para el 12 de octubre, para la fiesta de la SANTÍSIMA VIRGEN DEL PILAR.
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Monteagudo del Castillo tiene dos ermitas, una dedicada a San Benito y ésta, que vemos hoy, dedicada a la Virgen del Pilar. Es una ermita al parecer barroca y en el escudo de la entrada dice: DON IVÁN TARÍN AÑO 1749. El timbre del escudo es un yelmo de caballero y las armas, una flor de lis y tres palos en azur. la ermita está restaurada por fuera, cubiertas y paredes, pero precisa una restauración completa en su interior.
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