A San Vicente Ferrer, intimo
colaborador del Papa Luna y muñidores del Compromiso de Caspe, (con fama de
santidad en vida) se le atribuyen numerosísimas historias, leyendas y milagros. Gran predicador, viajaba
sin cesar y, se cuenta, que allí donde llegaba pedía le prepararan un catafalco
en la plaza pública y que le reunieran delante a los moros y a los judíos de la
localidad. Tras la prédica, ni moros ni judíos abandonaban su fe, con gran
disgusto del dominico que, finalmente salía de la población y al hacerlo
sacudía sus alpargatas, disgustando y señalando que no quería llevarse de ese
lugar, ni el polvo de sus suelas.
En esta ocasión, la leyenda que nos trae Agustín Ubieto es diferente y más original. A nosotros nos ha parecido bien el contarla aquí.
*
Leyendas para una historia paralela del Aragón medieval Institución «Fernando el Católico» (CSIC) Excma. Diputación de Zaragoza Zaragoza, 2010 Agustín Ubieto Arteta.
280. VICENTE FERRER, PREDICADOR EN
MORA DE RUBIELOS
(SIGLO XV. MORA DE RUBIELOS)
Todo el mundo sabe en Mora de
Rubielos y su comarca cómo, a comienzos del siglo XV, el famoso dominico
valenciano —cuya opinión tanto pesara en la solución dada en Caspe tras la
muerte de Martín el Humano—, visitó la villa, en la que fue recibido con
enormes muestras de entusiasmo y alegría por todo el vecindario. Aunque todos
querían tenerle en su casa, se decidió al final alojarlo en la mejor posada de
la localidad, una hermosa mansión gótica, de la misma factura que el templo
parroquial.
Aunque sólo se encontraba de paso,
ante la solicitud de los vecinos—que deseaban escuchar la palabra elocuente y
sabia de quien ya era considerado como un verdadero santo en vida— accedió
Vicente Ferrer a complacerles y, desde una de las ventanas de la posada,
convertida en improvisado púlpito, se dirigió a todos en una encendida y
fervorosa plática que jamás podrían olvidar.
En medio de su arrebatado discurso, a
consecuencia de la constante agitación de sus brazos, cayó a la calle el
pañuelo que el orador llevaba en la mano. Al advertirlo la gente, se precipitó
a cogerlo, pero no con intención de devolvérselo a su dueño, sino para
conservarlo como recuerdo y testimonio de tan importante visita y visitante.
Dado el tropel de oyentes, pues la
calle estaba totalmente abarrotada,
no se supo quién o quiénes lo habían
cogido y guardado, mas transcurridos algunos días, y una vez que el predicador
valenciano había abandonado Mora, apareció el pañuelo depositado al pie del
altar mayor de la iglesia colegiata, sin saber quién lo había dejado.
Comunicó el sacerdote el hecho a sus
feligreses y acordaron custodiarlo en una arqueta construida al efecto, cerrada
con tres llaves, como era costumbre en aquella época guardar los auténticos
tesoros, y el pañuelo de un hombre considerado como santo, sin duda lo era.
[Recogida oralmente.]