Un hospital que da miedo
Antes de dedicar este terreno a Nuevo Hospital de Teruel, fue un vivero del Estado. Sin embargo, pocas gentes saben que, anteriormente, acabada la Batalla de Teruel (22 de febrero de 1937), más de 6.000 cadáveres se enterraron en este lugar. Se hicieron franjas longitudinales y aquí se depositaron hasta que, después, se exhumaron sus cuerpos y se llevaron al Valle de los Caídos (más del bando republicano que del nacional). Muchos señalan que para la noche de difuntos sienten una enorme multitud de gritos y lamentos, de disparos de fusil y atronar de cañones, de trompas, trompetas y lamentos infernales. También los hay que juran haber oído este terrorífico espectáculo con fuegos fatuos y nubes de azufre ardiendo el día 22 de febrero. Sin embargo, otros señalan que no proceden, los llantos y los lamentos, de los cadáveres aquí depositados tras la Batalla de Teruel, sino que surgen de la falla tectónica que atraviesa el terreno y salen directamente del averno.
Sea como fuere, hay dos fechas en el año ( Día de Difuntos y 22 de febrero) en que los trabajadores no osan hollar este lugar de noche y, con cualquier escusa, esos días no acuden al trabajo. Los más valientes, por el contrario, procuran abandonar el lugar antes de la puesta del sol.
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La chica de la curva del Ragudo
(Cuentos de terror)
Cuenta la leyenda que un padre de familia volvía
del trabajo a casa por Las Cuestas del Ragudo en la carretera que va de Teruel
a Sagunto. Era una noche lluviosa, el frío empañaba el parabrisas y el cansancio
empujaba sus párpados hacia abajo. A medida que avanzaba por la carretera, las
gotas golpeaban con más violencia los cristales de su coche, que perdía
estabilidad en el serpenteante trazado del asfalto.
El hombre agudizó los
sentidos y redujo la marcha. En ese mismo instante, los faros del vehículo
iluminaron la figura de una chica que, empapada por la lluvia, esperaba inmóvil
a que algún conductor se apiadara de ella y la llevara a su destino. Sin
dudarlo ni un momento, frenó en seco y la invitó a subir. Ella aceptó de
inmediato, y mientras se sentaba en el lugar del copiloto, el chofer se fijó en
su vestimenta. Llevaba un vestido blanco de algodón arrugado y manchado de
barro. Por su pelo enmarañado, parecía que llevaba un buen rato esperando.
Reanudó el viaje y
empezaron una distendida conversación en la que la chica esquivó en varias
ocasiones la historia de cómo había llegado hasta aquel lugar. Hasta que llegó
el momento idóneo. Con una voz fría y cortante, le pidió que redujera la
velocidad hasta casi detener el vehículo. “Es una curva muy cerrada”, le
advirtió. El hombre siguió su consejo y, cuando vio lo peligroso que podría
haber sido, le dio las gracias. Ella, con voz cortante y fría, le espetó: “No
me lo agradezcas, es mi misión. En esa curva me maté yo hace más de 25 años.
Era una noche como ésta.” Un escalofrío recorrió la espalda del hombre y erizó
su piel. Cuando giró la vista hacia el copiloto, la joven ya no estaba. El
asiento, sin embargo, seguía húmedo.
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La leyenda de las gemelas
(Cuentos de terror)
Les preparó el almuerzo y
salieron a la calle apresuradas. Como cada día, llevaba a sus hijas gemelas al
colegio. Caminaban tarareando una canción y cogidas de la mano cuando el
teléfono sonó desde su bolso. Era del trabajo. Respondió rápidamente y su
interlocutor le pidió que acudiera de inmediato a la oficina. Había ocurrido
algo grave, así que decidió que las niñas continuaran solas; conocían bien el
camino. Las besó en la frente y emprendió la ruta de vuelta. Solo dio veinte
pasos. A sus espaldas, el ruido de un fuerte golpe seguido de un frenazo hizo
que volteara la cabeza con una expresión de horror en el rostro. Los cuerpos de
las dos pequeñas yacían inertes bajo un camión. Todavía estaban cogidas de la
mano.
La mujer se sumió en una
profunda depresión de la que consiguió salir con un nuevo embarazo. Por ironía
del destino, en su vientre estaban cobrando vida dos niñas gemelas. Cuando dio
a luz, el asombroso parecido con sus hijas fallecidas sorprendió a más de un
vecino. A medida que las pequeñas crecían, la madre se volvió más y más
protectora. Le aterrorizaba la idea de que pudiera perderlas. Un día, de camino
al colegio, las hermanas se adelantaron y corrían ante la atenta mirada de la
mujer. En cuanto pusieron un pie en el asfalto, una férrea mano las detuvo con
brusquedad. Entre sollozos desconsolados, su madre les rogó que no cruzaran
nunca sin su permiso. “No pensábamos en hacerlo. Ya nos atropellaron una vez,
mamá. No volverá a ocurrir”.
Desde entonces, algunos
viajeros aseguran que al pasar por ese tramo unas interferencias se cuelan en
la radio y se oye una misteriosa melodía: el tarareo de unas niñas.
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El visitante nocturno
(Cuentos de terror)
Leonor se mudaba de nuevo. A su
madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas
antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la
primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una
pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se
cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.
La primera noche apenas durmió. El
crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente. Pasaron tres
días más hasta que empezó a acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón.
Una semana después, en una noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había
tormenta y la ventana se había abierto de par en par por el fuerte vendaval.
Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió. El ruido volvió a
sonar, esta vez, desde el otro extremo de la habitación. Se levantó corriendo
y, con la palma de la mano extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca
de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los dos pasos, su mano chocó
contra algo. Lo palpó y se estremeció al momento: era un mechón de pelo.
Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a un niño de su misma
estatura frente a ella. Arrancó a correr por el pasillo, gritando, hasta que se
topó con su madre. “¿Tu también lo has visto?”, le preguntó.
Sin ni siquiera preparar el
equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con
las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían dejado... menos el
espejo del habitación de la niña. Un mechón de pelo colgaba de una de las
esquinas y la palabra “FUERA” estaba grabada en el vidrio.
La familia se mudó de manera
definitiva para dejar atrás aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un
nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la profesora de castellano les
repartió unos periódicos antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito
cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez más, bajo un titular:
“Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias”
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JUAN SIN MIEDO, UN CUENTO DE LOS
HERMANOS GRIMM
Juan recibió el apelativo de sin miedo debido a que no
tenía miedo a nada y se lamentaba de "no saber lo que es temblar".
Pero cómo quería saberlo, un día salió de su casa dispuesto a correr aventuras
esperando toparse en algunas de ellas con algo que "le hiciera
temblar" y hacerle sentir miedo. Sin embargo, de poco le valió el
encuentro que tuvo con una bruja ni después con un ogro. Y así llegó hasta un
castillo encantado. El rey había prometido que concedería la mano de su hija a
quien pudiera pasar tres noches en él, y Juan no lo dudó; ni los fantasmas ni
las criaturas a las que tuvo que hacer frente consiguieron causarle miedo, por
lo que logró casarse con la princesa. Finalmente nunca cuando su mujer, con
objeto de darle lo que tanto tiempo llevaba buscando, derramó sobre él una
jarra de agua fría mientras dormía, Juan por fin pudo "temblar",
aunque sin conocer el miedo
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