MISERERE NOBIS
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Lo ves aparecer por la zona del
Cofiero, entre los cocherones donde
duerme su hermanito “Tamagochi” y, los ojos, se te humedecen por momentos y se
te llenan de lágrimas de emoción. Bendito tren y bendito maquinista, que de
peripecias, trampas y sobresaltos no habrán sufrido desde Sagunto a Teruel y de Teruel a Zaragoza.
Aquí llega, como un pordiosero. Sin catenaria ni tracción eléctrica, en una vía
sencilla de ancho español abandonada a su suerte. Suelta por sus costados un
resuello duro y amargo tras pasar por innumerables terraplenes esboldregados
que le escupen, insolentes, rocas, piedras y arena jurásica. Las ruedas, como
pies de peregrino sangrantes, han atravesado baches, paradas en seco y
arrancadas imposibles, al libre albedrío del Adif que ha colocado por número
infinito las limitaciones de velocidad. La lluvia, el frío y el viento congela
su envoltura y dentro, los viajeros, mastican o rumian juramentos pues es la enésima
avería que los coloca al borde de la congelación o en punto de ebullición según
sea la estación del año. Ha logrado atravesar a la velocidad de veinte kilómetros
por hora tramos completos con la angustiosa sensación de hundimiento; parece
como si caminara sobre una almohada de lana, hundiéndose y levantándose a cada
instante y, acordando por momentos con el Altísimo, la entrega final de su alma
pecadora. Un alma de hojalata dejada oxidar por las distintas administraciones
que cada día lo someten al amargo trago de un viaje infernal. No hará perdón ni
remisión para aquellos que desde sus poltronas juegan con la paciencia de los
hombres duros y claudicantes de esta tierra. Allí donde se encuentren estos “mandarines”
de la mala política, de la mala administración; señores del descontento y de la
humillación, que los dragones de la noche ahoguen vuestros sueños y os llenen de la misma angustia que provocáis.
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