LA POLÍTICA Y LA HISTORIA
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Lo que hoy es política, mañana será historia. Si nos equivocamos hoy, es decir, si el político se equivoca en una decisión en un momento determinado, no es legítimo que le historiador se equivoque en su interpretación pasados al menos cincuenta años. Mucho criticamos a los políticos, pero que decir de aquel profesional que con los datos en la mano y sin las premuras del tiempo vuelve a equivocarse en la descripción y juicio del tema en cuestión. El historiador debe despojarse de pasiones humanas, de afecciones ideológicas y de prejuicios de cualquier tipo. Para el buen historiador es imprescindible la correcta confección del relato y, la obtención fidedigna de conclusiones que ayuden a enmendar hierros. El siguiente artículo es esencialmente DESCRIPTIVO y sin embargo es una buena pieza histórica. Ayuda a no cometer más errores y alerta a la ciudadanía sobre el presente y el peligro que hay de REPETIR LA HISOTRIA. Es decir, en repetir los errores del pasado. El tema es la especulación urbanística. Un tema en el que el duque de LERMA fue maestro.
LA HERENCIA DEL DUQUE DE LERMA
LUIS G. CHACÓN
Francisco de Sandoval, I Duque de Lerma, era nieto de san Francisco de Borja y chozno del Papa Alejandro VI. Si algo queda claro, una vez leída su biografía, es que no heredó las virtudes del santo Duque de Gandía aunque sí las mañas del Papa Borgia. Y si Rodrigo de Borja alcanzó el cardenalato por deseo de tu tío Calixto III que lo nombró cardenal nepote, Francisco de Sandoval, ministro y valido de Felipe III, acabó sus días luciendo un capelo cardenalicio, comprado a buen precio al Papa Paulo V, para evitar un incómodo e indeseado paseo hasta el patíbulo parecido al que hubo de recorrer su famoso secretario, Rodrigo Calderón, conocido como el valido del valido y cuya actitud arrogante ante el verdugo dio lugar al dicho de tener más orgullo que don Rodrigo en la horca. Tan escandalosa fue la conducta del de Lerma que por calles y tabernas se escuchaba una copla que contaba como para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se vistió de colorado.
La trayectoria cortesana de quien se convertiría en el hombre más poderoso del inmenso imperio español, se basó en la amistad y confianza que había trabado con el futuro rey cuando era Príncipe de Asturias. Demostraba tal ascendente e influencia en el heredero que Felipe II, aconsejado por algunos de sus ministros y cortesanos, lo alejó de la corte y de su hijo, nombrándolo virrey de Valencia. Pero el acceso al trono de Felipe III fue el punto de inflexión que marcó su meteórico ascenso. El rey le hizo Duque de Lerma y Grande de España, y su cercanía al poder y la confianza ciega que el monarca manifestaba hacia él, le abrió la posibilidad de medrar y enriquecerse sin límite alguno y lo cierto es que no la desaprovechó. Distribuyó los puestos de la Corte entre familiares, amigos y clientes obteniendo un control absoluto sobre la administración de los reinos. Gracias a ello y al manejo de lo que hoy llamaríamos tráfico de influencias incrementó su otrora exigua fortuna. La venta de cargos públicos, rentas y prebendas y la corrupción generalizada fueron la nota distintiva de su gobierno. Durante diecinueve años (1599-1618) y dada la indolencia del monarca, fue Lerma el auténtico rey de España. No hubo decisión política o económica en la que no tomara parte y que no le proporcionara, de una u otra forma, algún beneficio. Como todo político corrupto que se precie tuvo su faceta populista y cultivó al pueblo en lo que pudo aunque su gran legado fue el embellecimiento de la ciudad burgalesa de Lerma para lo que contrató a los más sobresalientes arquitectos, escultores, pintores y artesanos.
Pero su gran jugada fue el traslado de ida y vuelta de la Corte. Operación que nos demuestra como la especulación inmobiliaria no es, ni mucho menos, novedad o modernidad alguna. En 1601 convenció al rey para sacar la Corte de Madrid y llevarla a Valladolid. La excusa fue el ambiente enrarecido de la capital; la razón política, alejar al rey de la influencia de su tía María de Austria, recluida en el Convento de las Descalzas Reales y el interés del valido, los millones de maravedíes que iba a obtener gracias al traslado. Meses antes del mismo y sin que este fuera público, el duque había adquirido las mejores propiedades de Valladolid al reducido precio propio de una capital de provincias. Algunas de ellas como la Huerta de la Ribera y el palacio de don Francisco de los Cobos, se los vendió, con buen margen, al propio rey para que se instalara y el resto, a cortesanos, nobles y funcionarios de todo nivel. Años después, en 1606, la Corte volvió a Madrid y el pillo del duque repitió la jugada. Los precios de Madrid habían caído, así que otra vez compró barato y volvió a vender caro. Pero además, desde un par de años antes, el valido y el alcalde de Madrid anduvieron en tratos para proceder al nuevo traslado con pingües beneficios para el de Lerma.
Los herederos del Duque de Lerma en esta tradición político-económica de corrupción inmobiliaria han copado durante los años dec la burbuja, alcaldías, concejalías, gerencias de urbanismo y asesorías sin contenido, a lo largo y ancho de la maltrecha geografía española. Las cicatrices de la burbuja inmobiliaria sangran por toda España; promociones a medio construir, hoteles en la misma orilla de la playa, reservas naturales rodeadas de ladrillo, museos, ciudades del circo, de la cultura y de todo tipo de pamplinas, semiderruidos y aún impagados años después. Tanta desvergüenza ha provocado la quiebra de miles de empresas y el despido de cientos de miles de trabajadores.
Y lo más grave de todo es asunto es que la causa es tan evidente que aterra. Ceder competencias urbanísticas a los Ayuntamientos y con ellas concentrar su generación de ingresos, básicamente, en la política urbanística provoca indirectamente la especulación y con ella la corrupción. Los mayores especuladores de suelo de este país son los propios ayuntamientos porque recae en ellos la calificación del suelo. De ese modo, si se recalifica con cuentagotas, se provoca una elevación artificial del precio del suelo, que acaba generando mayor impuesto de plusvalías, un IBI futuro más alto y un Impuesto sobre Obras y Construcciones más elevado. En definitiva, el estilo Lerma. Y si la España del XVII cayó en la ruina por un gobierno corrupto, la pregunta es sencilla, ¿quién ha llevado a la ruina a nuestros ineficientes Ayuntamientos? Está claro, ¿no?