DE CASI TODOS, DE CASI TODOS…
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Eran los tiempos en que los autobuses
de línea salían de la fonda Utrillas para el Maestrazgo y Cuencas Mineras y,
del Óvalo, para la sierra de Albarracín y Zaragoza. Bueno, pues, en esto que un
joven acaba la carrera, es ordenado sacerdote y enviado por el señor obispo a
un pueblo de la diócesis de Teruel y Albarracín. Toma el autobús de línea y se presenta en
el pueblo. Rápidamente se aposentó en el
lugar y se adaptó a la idiosincrasia de sus habitantes. Pasaron los años, llegó
la jubilación y el señor obispo le mandó “reacao” de que ya podía volver a Teruel.
Un buen día, avisado el vecindario de tan extraordinaria noticia acudió en masa
a la parada del autobús. El cura con la parsimonia que dan los cuarenta años de
servicio en el lugar echó la maleta a la baca del vehículo. Se arremangó las
sotanas y subió al autobús de línea. Precavido, se sentó junto a la ventanilla
que daba a la plaza del pueblo. Lugar en el que se había congregado el
vecindario en “su totalidad”. Eran muchos años y demasiadas experiencias vividas junto a aquellas
sencillas gentes. No hubo discursos de despedida ni el alcalde tuvo que
rascarse la boina en busca de alguna idea emotiva con la que despedir al cura….
Arrancó el autobús al ralentí y una nube
de pañuelos blancos se levantó al cielo. Todo el pueblo exclamo en un único
grito sonoro: ¡¡¡ Adiós… Padre ¡!! ¡¡¡
Adiós… Padre!!! ¡¡¡Adiós… Padre!!! Entonces el cura, con parsimonia, sacó la mano
por la ventanilla, saludó al pueblo y dijo con palabras casi inaudibles… “de
casi todos”… “de casi todos”… “de casi todos”…
Todos los jóvenes que van a la Zona
de Teruel no son unos vándalos ni mucho menos. Pero a esa minoría que sí lo son
y que destrozan mobiliario, pintan las paredes, machacan los portales y hacen
ruidos que no dejan dormir al vecino les regalamos el fruto de su “trabajo”. Si
viviera el cura del cuento diría que, no todos son unos vándalos, pero “casi
todos”... "casi todos"... "casi todos"... Todos no, desde luego.
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