*
MANUEL MARIANO LAGASCA Y SEGURA
Encinacorba, 5 de octubre de 1776
- Barcelona, 28 de junio de 1839
*
Encinacorba, 5 de octubre de 1776
- Barcelona, 28 de junio de 1839
*
Partida de bautismo de Manuel Mariano Lagasca:
“En la Iglesia Parroquial de la villa de Encinacorba, a seis de octubre del año mil setecientos setenta y seis, yo, Silvestre Labaja, vicario, bauticé con solemnidad a un niño que nació el mismo día, hijo de Ramón Gasca y Manuela Segura, su mujer; nieto de Ramón Gasca y Apolonia Guía, y de Pedro Segura y Rossa Gasca; al cual pusieron por nombre Manuel Mariano. Fue su madrina María Gasca, a la que advertí el parentesco espiritual, oficio y obligaciones, y por la verdad lo firmo. Silvestre Labaja Vo.”
Mariano Lagasca y Segura no es uno más de los sabios aragoneses del pasado. Conforme va aflorando la información sobre su vida y su obra, su figura, se engrandece hasta cuotas inimaginables para un científico al que le tocó vivir una de las épocas más convulsa de la historia de España: La Guerra de la Independencia, el reinado de Fernando VII, y el exilio.
Lo primero que hay que decir de Lagasca es que, efectivamente, está esperando la oportunidad de salir a la palestra de los grandes científicos aragoneses y españoles del siglo XIX.
La figura de Lagasca es de una magnitud impresionante y cuando se haga su estudio con profundidad se verá su relevancia, pues fue, en Europa, la figura científica española más relevante hasta Ramón y Cajal.
Cavanilles, Rojas Marcos y Lagasca, los dos primeros valencianos, forman un trío impresionante en la botánica española del siglo XVIII y principios del XIX.
Con cien (100) años de antelación al ruso Vovilov supo, el encinacorbero, clasificar la Ceres Hispánica de acuerdo con los principios que inspiraba la teoría de “Las Series Homologas en la Variación” que formularía luego el ruso.
Como reputado sabio fue acogido en las principales Academias europeas de su tiempo, como socio o como miembro honorífico en otros casos.
Al ser una de las más destacadas personalidades de la intelectualidad de su tiempo, expuso, en la apertura del curso académico del Real Jardín Botánico de Madrid (1821) los planteamientos liberales en torno a la educación: tres niveles académicos (modelo francés) y la implantación de la enseñanza primaria gratuita y universal en un plazo de tres años.
De todos es sabido que los más de 20 años de trabajo en la Flora Hispana fueron quemados en Sevilla por la reacción fernandina.
Se conserva La Ceres en el Jardín Botánico de Madrid.
El legado de Celestino Mutis se conserva gracias a Lagasca.
Se conservan cinco libros en el Real Jardín Botánico de Madrid:
1º AMENIDADES NATURALES DE LAS ESPAÑAS Tomo I, primera y segunda parte.
2º HELENCHUS PLANTARUM
3º GENERA ET SPECIES PLANTARUM, QUAE AUT NOVAE SUNT,
4º MEMORIA SOBRE LAS PLANTAS BARRILLERAS DE ESPAÑA.
5º OBSERVACIONES SOBRE LA FAMILIA DE LAS PLANTAS APARASOLADAS.
El “Hortus Siccus Londinensis”, descompuesto de su formato original, forma parte de diferentes colecciones del RJB. Habría que investigar en el Reino Unido y en Málaga, sobre su legado en el exilio.
En la isla de Jersey (Canal de la Mancha) practicó con gran eficacia la hibridación de cereales convirtiendo la isla en el semillero del reino Unido.
José Luis Maldonado, Vicente Martínez Tejero y otros, han tratado la figura y la obra de Lagasca recientemente.
Puede considerársele el “Darwin español” ya que fue pionero en las hibridaciones y precursor de Vovilov.
Tuvo una peripecia vital propia de un romántico del siglo XIX, pues su brillante trayectoria científica estuvo llena de luchas y decepciones.
Fue amigo de Isidoro de Antillón y colaboró con él en el Atlas de España ya que, Lagasca, había recorrido gran parte de la Península Ibérica herborizando.
Descubrió en Liquen Islándico (entonces noticia de gran relevancia pues se utilizaba para tratar la tuberculosis).
Amigo del obispo catalán Amat, murió junto a él en Barcelona el 28 de junio de 1839. Éste dijo del aragonés, rememorando una cita bíblica: “Trató... de todas las plantas, desde el cedro que se cría en el Líbano hasta el hisopo que crece en las pareces”.
Fue patriota y se alistó al ejercito español en la lucha contra la ocupación francesa.
Seguramente se me quedan muchas cosas en el tintero y hay muchas otras por investigar y descubrir. Por todo ello la preocupación y ocupación en la obra de Lagasca por parte de las instituciones españolas y aragonesas, sería de notorio agradecimiento para la historia de la ciencia en general, y para los encinacorberos y aragoneses en particular.
En Encinacorba tiene su casa natal, su tumba y desearíamos la construcción de un centro de interpretación para difundir su figura y su obra.
Mariano Lagasca y Segura no es uno más de los sabios aragoneses del pasado. Conforme va aflorando la información sobre su vida y su obra, su figura, se engrandece hasta cuotas inimaginables para un científico al que le tocó vivir una de las épocas más convulsa de la historia de España: La Guerra de la Independencia, el reinado de Fernando VII, y el exilio.
Lo primero que hay que decir de Lagasca es que, efectivamente, está esperando la oportunidad de salir a la palestra de los grandes científicos aragoneses y españoles del siglo XIX.
La figura de Lagasca es de una magnitud impresionante y cuando se haga su estudio con profundidad se verá su relevancia, pues fue, en Europa, la figura científica española más relevante hasta Ramón y Cajal.
Cavanilles, Rojas Marcos y Lagasca, los dos primeros valencianos, forman un trío impresionante en la botánica española del siglo XVIII y principios del XIX.
Con cien (100) años de antelación al ruso Vovilov supo, el encinacorbero, clasificar la Ceres Hispánica de acuerdo con los principios que inspiraba la teoría de “Las Series Homologas en la Variación” que formularía luego el ruso.
Como reputado sabio fue acogido en las principales Academias europeas de su tiempo, como socio o como miembro honorífico en otros casos.
Al ser una de las más destacadas personalidades de la intelectualidad de su tiempo, expuso, en la apertura del curso académico del Real Jardín Botánico de Madrid (1821) los planteamientos liberales en torno a la educación: tres niveles académicos (modelo francés) y la implantación de la enseñanza primaria gratuita y universal en un plazo de tres años.
De todos es sabido que los más de 20 años de trabajo en la Flora Hispana fueron quemados en Sevilla por la reacción fernandina.
Se conserva La Ceres en el Jardín Botánico de Madrid.
El legado de Celestino Mutis se conserva gracias a Lagasca.
Se conservan cinco libros en el Real Jardín Botánico de Madrid:
1º AMENIDADES NATURALES DE LAS ESPAÑAS Tomo I, primera y segunda parte.
2º HELENCHUS PLANTARUM
3º GENERA ET SPECIES PLANTARUM, QUAE AUT NOVAE SUNT,
4º MEMORIA SOBRE LAS PLANTAS BARRILLERAS DE ESPAÑA.
5º OBSERVACIONES SOBRE LA FAMILIA DE LAS PLANTAS APARASOLADAS.
El “Hortus Siccus Londinensis”, descompuesto de su formato original, forma parte de diferentes colecciones del RJB. Habría que investigar en el Reino Unido y en Málaga, sobre su legado en el exilio.
En la isla de Jersey (Canal de la Mancha) practicó con gran eficacia la hibridación de cereales convirtiendo la isla en el semillero del reino Unido.
José Luis Maldonado, Vicente Martínez Tejero y otros, han tratado la figura y la obra de Lagasca recientemente.
Puede considerársele el “Darwin español” ya que fue pionero en las hibridaciones y precursor de Vovilov.
Tuvo una peripecia vital propia de un romántico del siglo XIX, pues su brillante trayectoria científica estuvo llena de luchas y decepciones.
Fue amigo de Isidoro de Antillón y colaboró con él en el Atlas de España ya que, Lagasca, había recorrido gran parte de la Península Ibérica herborizando.
Descubrió en Liquen Islándico (entonces noticia de gran relevancia pues se utilizaba para tratar la tuberculosis).
Amigo del obispo catalán Amat, murió junto a él en Barcelona el 28 de junio de 1839. Éste dijo del aragonés, rememorando una cita bíblica: “Trató... de todas las plantas, desde el cedro que se cría en el Líbano hasta el hisopo que crece en las pareces”.
Fue patriota y se alistó al ejercito español en la lucha contra la ocupación francesa.
Seguramente se me quedan muchas cosas en el tintero y hay muchas otras por investigar y descubrir. Por todo ello la preocupación y ocupación en la obra de Lagasca por parte de las instituciones españolas y aragonesas, sería de notorio agradecimiento para la historia de la ciencia en general, y para los encinacorberos y aragoneses en particular.
En Encinacorba tiene su casa natal, su tumba y desearíamos la construcción de un centro de interpretación para difundir su figura y su obra.