(Lleu y Engus)
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Lleu (el de la mano firme) era un gigante que reinaba sobre la parte norte de los turboletas. Engus (el hijo del dios Dagda) lo hacia de la misma forma en la parte sur. Los habitantes de Túrbula no estaban dispuestos a tener dos reyes ni a permanecer por más tiempo divididos. Convocaron al jefe de los druidas para plantearle el problema y ver que solución era la más idónea. El druida, que era un hombre sabio, dijo: no permitiré que el pueblo se desangre en una lucha para elegir un único rey. Que sean Lleu y Engus quienes luchen y que la suerte de la misma dé como único soberano a uno de los dos gigantes. El pueblo admiró la sabiduría del druida y seguidamente le preguntaron, cómo sería tal lucha. A muerte, dijo el mago. El combate terminará cuando uno de los dos gigantes muera. La lucha, según cuentan las viejas crónicas de los celtas fue de la siguiente manera. El druida permaneció sentado en el pico de Santa Ana (antes santuario Celta) y, ambos gigantes, se situaron sobre las dos grandes montañas del reino de Túrbula. Lleu subió a Peñarroya (más de 2.000 metros de altura) y Engus subió sobre Javalambre, también de la misma altura. Al alba y al tercer sonido del cuerno, los dos gigantes bajaron de sus respectivas montañas. Corrieron por los bosques y páramos del reino de los turboletas hasta encontrase en las inmediaciones de Castrum-Álbum (actual Castralvo). La lucha fue a mazas y los golpes sobre la tierra la hicieron abrirse en canal y formarse simas. Otros golpes dejaban hondonadas que con el tiempo se cubrieron de agua formando lagunas: Tortajada, Bezas, Almohaja, Gallocanta, El Cañizar, etc., etc. La lucha fue tremenda y duro siete día de sol a sol. Por las noches, los gigantes descansaban y reponían fuerzas. Los turboletas les preparaban, en grandes hogueras que ardían por toda la llanura de Castrum-Álbum, toros y carneros asados que comían regados con el mosto de las viñas que los Belos cultivaban en Bel-Star (Villastar). Al octavo día los dos gigantes cayeron agotados sin que el druida viera el final del combate, cierto. Durmieron, los gigantes, durante otros siete meses y volvieron a este enfrentamiento feroz, de nuevo, otros siete días. El tiempo pasaba y la lucha parecía no tener fin, por el contrario, la reserva de comida se iba agotando. Escaseaban ya los animales salvajes y no quedaban domésticos. En la séptima noche de combate mandó el druida preparar doble ración de mosto de uva fermentado. El alcohol hizo que los gigantes entraran rápidamente en un profundo sueño. Tomó, entonces, el druida jefe un elixir mortífero y lo vertió en los oídos de los gigantes que, pasada aquella noche, dejaron de respirar. El pueblo de los turboletas eligió, ahora con toda certidumbre, nuevo rey en la figura del druida y las dos mitades del reino se unieron para siempre. Los gigantes fueron sepultados en dos túmulos (lógicamente enormes) que todavía pueden verse desde la ermita de Santa Ana. Y para que quede verdadera fidelidad de este relato, en la fotografía adjunta se pueden ver, con toda nitidez, dichas sepulturas. Ningún mortal ha intentado hasta ahora excavarlas.
El nuevo rey de los turboletas fundó una nueva ciudad que se llamó Túrbula durante cientos de años, hasta que los tiempos y la decadencia del reino permitió que fuera invadido por los sarracenos, desde entonces cambió el nombre por Tirwal.
El nuevo rey de los turboletas fundó una nueva ciudad que se llamó Túrbula durante cientos de años, hasta que los tiempos y la decadencia del reino permitió que fuera invadido por los sarracenos, desde entonces cambió el nombre por Tirwal.
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Auténticos túmulos funerarios de Lleu y Engus en Castralvo.
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Montaña de la que partió Engus.
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