EL BARROCO DE CASTRALVO
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Cuando el hombre superó la Era de los mitos, de los dioses y de los gigantes. Mucho antes de que Peñalva de Villastar quedara obsoleta y fuera vendida por cuatro pesetas a los catalanes (Juan Cabré mediante). Hubo un tiempo en que los hombres amaron la luz y nació el gótico. Pero el gótico apenas podemos verlo por estas tierras. Sí que es verdad, que hay bellos ejemplares de gótico mediterráneo, pero no es lo sustancial del arte de nuestra tierra. Pocos ejemplos de estilo renacentista, también. Es el barroco, sin embargo, quien empapa todas las células del patrimonio artístico turolense. Es un arte, no para la contemplación, sino para exaltar a Dios. El barroco ha permanecido, a menudo, oscuro y despreciado en iglesias lóbregas y húmedas. Sin embargo, el color estaba esperando. Cuando se ilumina con luz eléctrica una cúpula barroca, ésta, desprende una amalgama completa de matices perfilando, con suavidad, las líneas que van graduado esa sinfonía de colores finísimos que se superponen apenas, uno con el otro. Capiteles que florecen como rosas en abril. Lunetos que se proyectan sobre las bóvedas. Bóvedas que envuelven el templo como un jardín florido. Todo en el barroco es atracción y fuerza. La singularidad de este arte te atrapa y cautiva. Eso sucede cuando entras en la iglesia de Castralvo. La entrada al templo es un túnel que te lleva a otra dimensión. Los colores en esta iglesia han sido elegidos con cuidado y a la vez han ido combinando, los verdes, amarillos, marrones, grises, blancos y azules de forma sorprendente. El complemento a todo este despliegue multicolor estaba en los retablos que hacían de culminación y fin del transito artístico- espiritual. Pero los retablos ya no están. Todo fue pasado por la fuerza purificadora de las llamas en la pasada Guerra Civil (36-39). Un patrimonio irrecuperable que, además, nadie puede disfrutar. ¡Menudo negocio hicimos!
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