Capilla de la
Virgen del Mar en Encinacorba
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El escultor
Félix Malo y el influjo pozzesco en la iglesia del colegio de la Compañía de
Jesús de Calatayud
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Félix Malo (h. 1733-1779) nació en Barbastro
(Huesca), hijo del también escultor Antonio Malo y de María Teresa Martínez.
Con toda seguridad, aprendería los rudimentos del arte de la madera en el
taller paterno, artífice que ha visto engrosar su producción con piezas de gran
interés artístico en los últimos años. Hacia 1754, Félix viajó a Zaragoza,
donde permaneció hasta 1760, seguramente adscrito al taller de los Ramírez con
los que colaboraría en sus encargos. Manrique Ara ve probable su intervención
en el equipo de escultores dirigidos por Manuel Ramírez que llevó a cabo la
portada de estuco de la iglesia de la Cartuja de Aula Dei entre 1755 y 1760,
debido a las similitudes que comparte la imagen de la Virgen que la preside con
la del retablo mayor del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta (Soria),
realizado por Malo entre 1765 y 1766. La misma autora propone que el
barbastrense pudo asistir a las clases del pintor José Luzán en la Academia de
Dibujo fundada por Juan Ramírez, padre de José y Manuel, en 1714 en Zaragoza,
pues, como asevera el profesor Ansón Navarro, pocos artistas aragoneses
quedarían al margen de su tutela en materia dibujística. En 1760, Malo se
trasladó a Calatayud (Zaragoza), ciudad en la que falleció en 1779. Allí
establecido, ejecutó sus más importantes obras, como las esculturas para el
retablo mayor del monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Piedra
(Zaragoza) entre 1760 y 1763, de las que solo se conserva el grupo de la
Asunción en la parroquial de Ateca (Zaragoza); el mueble principal, los dos del
transepto, la venera que cierra el ábside y, probablemente, el altar dedicado a
San Francisco de Borja de la iglesia del colegio de la Compañía de Jesús de
Calatayud —actual de San Juan el Real—, todo datado entre 1762 y 1767; el
retablo mayor de la iglesia del monasterio de Huerta ya citado, colocado en
1766; la decoración de la capilla de la Virgen del Mar de la parroquial de
Encinacorba (Zaragoza) en 1767; el retablo de la capilla de San José de la
colegiata de Santa María de Calatayud hacia 1770, donde también se le atribuyen
el de la Virgen de la Soledad y los dos pequeños del lado de la epístola en el
trascoro; el retablo de San José de la parroquial de San Andrés, y el magnífico
baldaquino de la iglesia del Santo Sepulcro de la misma ciudad, concluido en
1772, del que se conservan dos bellos dibujos que se le atribuyen. En todas
estas obras, Malo hace gala de un conocimiento detallado de las láminas del
tratado de Pozzo. Los juegos de planos escalonados, el empleo de amplios
voladizos y cornisas retranqueadas, el uso de entablamentos curvos, de columnas
proyectadas hacia el exterior y de frontones curvos partidos cuyos efectos
aumentan si la obra se observa desde abajo, lo que crea una suerte de
ilusionismo arquitectónico, así como la distribución teatral de las esculturas
y el sentido escenográfico que el jesuita italiano imponía a todos sus
proyectos aparecen pródigamente en la producción escultórica de Félix Malo. De
hecho, Pozzo ofreció imágenes con el objetivo de que sirvieran de modelo y de
inspiración para los artistas que los desearan llevar a la práctica y eso es
justamente lo que hizo el aragonés tomando de unas y otras láminas los
elementos que consideró necesarios para crear su propio proyecto, del que
obtuvo un resultado deudor del barroco romano. Así, concretamente, para el
diseño de los retablos de la iglesia del monasterio de Huerta (figura 10) y de
la capilla de la Virgen del Mar de la parroquial de Encinacorba (figura 11),
Malo debió inspirarse en las láminas 15, 60, 62 y 71 del tomo II del
Perspectiva pictorum et architectorum. El retablo de San José de la colegiata
de Calatayud muestra concomitancias con la lámina 77 del tomo II, sobre todo en
cuanto a la solución del ático presidido por la figura de Dios Padre, así como
con la 108 del tomo II para resolver las ménsulas del banco, mientras que, en
el mueble de la misma advocación de la parroquia de San Andrés, sigue la
estampa del retablo de San Luis Gonzaga del Gesù de Roma, según la lámina 62
del tomo II del hermano Pozzo. Sin embargo, los diseños más espectaculares
ejecutados por Félix Malo con ecos pozzescos son los retablos de la iglesia del
colegio de la Compañía de Jesús de Calatayud y el baldaquino del Santo Sepulcro
de la misma ciudad, en cuyo estudio nos vamos a detener. Gracias a las investigaciones de los profesores Ansón y Boloqui, sabemos que, el 21 de junio de
1738, José Ximeno de Meca, presbítero beneficiado de la parroquial de Ateca
(Zaragoza), nombró a los jesuitas de Calatayud como sus herederos
testamentarios, con la finalidad de que pudieran ampliar y concluir la iglesia
del colegio bilbilitano —iniciada en 1650—, adornar su interior con retablos y
yeserías y dotar su sacristía con jocalias. Ximeno de Meca falleció el 31 de
enero de 1748, y el 10 de mayo de ese mismo año se iniciaron las obras, que no
concluirían prácticamente hasta la expulsión de los jesuitas en 1767. A este
importante legado, valorado en 8.008 libras, 18 sueldos y 5 dineros, se unieron
otros menos cuantiosos, pero igualmente valiosos, que permitieron concluir y
dorar algunos de los retablos del templo. En concreto, en 1762 se doró el altar
de San Francisco de Borja; en 1763, se concertó el retablo mayor con el
escultor Félix Malo, que él mismo diseñó, y, en 1765, se confeccionaron los
muebles dedicados al Santo Cristo y a la Inmaculada Concepción instalados en el
transepto que muestran innegables semejanzas con el mayor. Igualmente, la
espectacular venera que decora el presbiterio es obra de Malo, así como las
tribunas del templo. El retablo mayor trazado por Malo (figura 16) reproduce
con bastante pormenor el altar de San Luis Gonzaga de la iglesia de San Ignacio
de Roma grabado en la lámina 62 del tomo II del tratado del italiano (figura
4), aunque sustituyendo las columnas salomónicas del cuerpo por soportes de
orden compuesto de fuste liso y cubriendo parte de las superficies lisas de la
mazonería con rocallas. Los angelotes que sostienen palmas de los extremos del
ático, las volutas que rematan los frontones, el movimiento de la planta o el
friso curvo que Pozzo introduce en el diseño romano aparecen igualmente en el
mueble bilbilitano. Incluso la cartela coronada y sostenida por ángeles
mediante guirnaldas que preside el ático del retablo pozzesco aparece en el
remate, reinterpretado, en el de Félix Malo. No obstante, es preciso advertir
que, tras el extrañamiento de 1767, el mueble sufrió una ligera transformación,
dado que la imagen titular, la Virgen del Pilar, fue suplida por la escultura
actual de San Juan Bautista del siglo XVI, así como las de San José y el santo
mercedario de la calle del lado del evangelio, que parece representar a San
Ramón Nonato, procedentes del desaparecido convento de la Merced de la misma
ciudad. Si bien realizado en madera, su policromía, seguramente posterior a la
expulsión de los jesuitas, imita el mármol y los jaspes, mientras que las
esculturas del ático, las únicas originales que han perdurado fueron coloreadas
en blanco para simular estuco, con lo que se adecuó, aunque fuera de manera
fingida, a la estética neoclásica.
Ya destacamos
que los retablos del transepto, atribuidos a Malo, también son deudores, pero
de forma más libre, del Perspectiva pictorum. Sin embargo, preferimos
detenernos en un pequeño mueble que ha pasado desapercibido para la
historiografía y que evidencia, de igual modo y con gran claridad, la
influencia pozzesca. Se trata del semibaldaquino de la sacristía de la iglesia
jesuítica bilbilitana que alberga la imagen de Cristo Crucificado. Su autor,
probablemente Félix Malo, vuelve a demostrar un manejo de las láminas del
italiano, en particular de la figura 66 del tomo I, de la que toma la parte
superior del templete circular para la solución de las pilastras avolutadas del
cuerpo, combinada con el cerramiento calado del baldaquino de la figura 69 del
tomo II, de la que extrae la idea de la utilización de las grandes «ces»,
aunque en Calatayud colocadas al revés.
Tomado de:
Recepción del tratado del jesuita Andrea Pozzo en Aragón. Rebeca Carretero
Calvo Universidad de Zaragoza. Departamento de Historia del Arte.
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