Cantavieja, lejana y colgada sobre un abismo, es la viva estampa del romanticismo.
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EL MAESTRAZGO: CARLISTA Y ROMÁNTICO
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La primera guerra carlista transcurre
entre los años 1833 y 1840. Hará pronto, dentro de 14 años, 200 del inicio del conflicto.
Demasiado tiempo, 200 años, para que el Maestrazgo siga “oliendo” a carlismo, a
batallas imposibles, a románticos embates de hombres de denodado pundonor y, a
sangre, sudor y lágrimas. Centros de interpretación, carteles cerámicos,
reportajes televisivos y, libros recién editados, ponen en el escaparate a esta
tierra. En esta guerra tiene preeminencia el carlismo y escasa o nula el
liberalismo: isabelinos o cristinos. Es decir, tienen protagonismo los
perdedores y casi nulo los vencedores. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué los
historiadores ponen el foco en el partido carlista?
Fue una guerra civil pero, en la que
también participaron franceses e ingleses. Fue un conflicto en el que se ponía
sobre el tapete la vuelta al “antiguo régimen”, a la monarquía absoluta, al
fuero y al régimen feudal. El lema lo dice bien claro: TRONO Y ALTAR. Por esa
razón se dice que el carlismo era contrarrevolucionario y a tenor de lo que
ahora sabemos, condenado al fracaso. El racionalismo, la Revolución Francesa y
el estado compuesto habían calado ya en el grueso de la población. A medio y
largo plazo era inimaginable la vuelta a la monarquía absoluta. Quizá esta
posición ideológica del carlismo, tan débil, sea la causa de que muchos
abrazaran emocionalmente y aún abracen ahora, una causa imposible. Luego, los
grabados, los hechos heroicos, los
pintorescos lugares que se difundían en la prensa atraen a un incipiente
turismo inglés romántico y ávido de aventuras. Pero, no es una guerra de “cartón
piedra”, es un conflicto que arrasa en esta primera edición con 60.000 muertos.
Tiene su héroe en Cabrera, que como en las
novelas románticas acaba firmando la restauración borbónica de Alfonso XII y casándose
con una rica inglesa.
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