Cabré Aguiló, Juan. Calaceite (Teruel), 2.VIII.1882 – Madrid, 2.VIII.1947. Arqueólogo, dibujante y fotógrafo.
Nacido en una familia de agricultores acomodados, comenzó sus estudios en el Seminario de Tortosa (Tarragona), pero verá en el dibujo su primera vocación, trasladándose a los catorce años a la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza. En esta ciudad tuvo el primer contacto con la arqueología, de mano del publicista y coleccionista Sebastián Monserrat. A los diecinueve años fue becado por la Diputación Provincial de Teruel para continuar los estudios de Bellas Artes en Madrid, en la Real Academia de San Fernando.
En su localidad natal conoció desde niño a Santiago Vidiella y Jasá, abogado e historiador; en sus Recitaciones de la Historia Política y Eclesiástica de Calaceite (1896) dio a conocer varios yacimientos arqueológicos, entre ellos San Antonio de Calaceite, donde el joven Cabré comenzó a realizar excavaciones en el mismo verano de su desplazamiento a Madrid, mostrando su entusiasmo por la arqueología, su habilidad en el dibujo y la pintura y, con posterioridad, su afición por la fotografía. Vidiella dirigió la publicación bimensual Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón, editada entre los años 1907 y 1909. Este boletín, ejemplo del espíritu regeneracionista del momento, fue un catalizador de las inquietudes investigadoras de una serie de eruditos locales. Juan Cabré colaboró en él dando a conocer los resultados de sus excavaciones en San Antonio e información sobre otros yacimientos arqueológicos bajoaragoneses (1908). Esto supuso que fuera nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y que el Institut d’Estudis Catalans enviara una misión a excavar a cargo de Pijoan y Serra (1909), base de la presencia posterior del eminente arqueólogo Pedro Bosch Gimpera en el Bajo Aragón.
Fueron decisivos en la formación arqueológica de Cabré los contactos y relaciones que estableció en Madrid. Mientras realizaba sus estudios acudía a la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, donde conoció al reputado académico y epigrafista Fidel Fita (1835-1918), a quien le remitió dibujos y escritos e informó cumplidamente de sus actividades arqueológicas.
Como consecuencia, Cabré fue nombrado miembro correspondiente de la Academia en Teruel.
Pero con quien más estrechó los vínculos de amistad y vocación por la Arqueología fue con Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo (1845-1922). Este miembro de la alta nobleza, de vasta formación humanística, mecenas, académico de la Lengua, la Historia y Bellas Artes y, en lo político, senador y cabeza del Partido Tradicionalista, desarrolló una intensísima actividad arqueológica a partir de sus sesenta y tres años. Precisamente, la razón de esta vocación tardía la tuvo el joven Cabré cuando con veinticinco años de edad (1907), llevando una carta de presentación del ideólogo carlista Sebastián Monserrat, le mostró dos álbumes de acuarelas donde se recogían gráficamente el resultado de sus investigaciones arqueológicas. El marqués quedó tan cautivado que desarrolló un desmedido interés por la Arqueología, excavando en muy poco tiempo la ciudad de Arcóbriga y numerosas necrópolis celtibéricas. Surgió, desde el primer encuentro, una estrecha colaboración, en la que Cabré puso a disposición de Cerralbo sus experiencias arqueológicas y sus habilidades de dibujante y fotógrafo.
Sin los lazos desarrollados por Cabré con Fita y Cerralbo, y la confianza de éstos en su capacidad, tenacidad y buen hacer no puede entenderse que un joven provinciano de veintiséis años fuera encargado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (1908) para elaborar el Catálogo Histórico y Artístico de la provincia de Teruel, lo que cumplió de forma satisfactoria en dos años, entregando una obra de cuatro tomos, encargándosele el de la provincia de Soria (1911), concluido en siete volúmenes en 1917.
En esta obra contó con la colaboración de Ricardo Morenas de Tejada y del marqués de Cerralbo. A pesar de la importancia de estos dos catálogos, permanecen todavía inéditos.
Otro de los personajes que influyó en la vida de Cabré fue el prestigioso prehistoriador francés Henri Breuil, quien señala en una de sus cartas: “En 1908 tuve conocimiento y me llamaron la atención dos descubrimientos de rocas pintadas en el nordeste de España. En Calaceite (Teruel), en el Bajo Aragón, fui acogido por el gran arqueólogo local Santiago Vidiella que me puso en relación con el joven Juan Cabré Aguiló (1903), descubridor de las rocas de Calapatá.
El lozano ardor y el talento gráfico de Cabré me subyugaron desde aquel mismo instante y le recluté para futuras investigaciones”. Cabré fue nombrado colaborador del Institut de Paléontologie Humaine (1909) y, bajo los auspicios económicos del príncipe de Mónaco, acompañó a Breuil en sus pesquisas sobre arte rupestre, entrando en contacto con los investigadores más destacados del momento y publicando con su mentor en la revista de Antropologie sus estudios sobre arte levantino en Albarracín y Alpera, y sobre el arte esquemático en Andalucía (1909, 1911 y 1912).
La valoración de Cabré como arqueólogo de prestigio a escala nacional culmina al ser nombrado comisario de excavaciones de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas (1912). No obstante, este nuevo marco fue fuente de conflictos científicos, por los recelos existentes en el tema del arte rupestre con el Institut de Paléontologie Humaine.
Fue precisamente Cabré quien sufrió las peores consecuencias de este enfrentamiento. Breuil lo cesó como colaborador del Institut (1914). Si bien, el marqués de Cerralbo, director de dicha comisión, señaló en el prólogo de la publicación de Juan Cabré, El Arte Rupestre en España (1915): “no hay otro que le aventaje a leer los grabados y pictografías rupestres y a interpretarlos y trascribirlos, ni quien haya recorrido, examinado y estudiado un número tan grande de yacimientos, cuevas y cavernas paleolíticas y neolíticas salpicados por la enorme extensión de nuestra Patria”. Este libro sufrió las duras críticas de Breuil y, con menos acritud, las de Bosch Gimpera, y tuvo como consecuencia el abandono voluntario de su cargo de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas en 1916. Una nueva etapa en la vida científica de Juan Cabré surgió, sin embargo, el mismo año, con su ingreso en la sección de Arte y Arqueología del Centro de Estudios Históricos, dirigida por Manuel Gómez Moreno. En este nuevo marco, si bien prolongó sus investigaciones sobre el arte rupestre, publicando las pinturas levantinas de Els Secans, junto con Lorenzo Pérez Temprado (1920, 1921), y las de la Valltorta (1923, 1925), serán sustituidas por su dedicación a la etapa protohistórica, con una sola interrupción, la de la publicación de la Cueva de Los Casares y de la Hoz, con la colaboración de su hija María Encarnación Cabré (1934).
Su nueva atención por la cultura ibérica se centró en el territorio andaluz, donde ya había excavado en el Collado de los Jardines (1914), realizando nuevas campañas (1916 y 1917) y, con la colaboración de Raymond Lantier, en el Castellar de Santiesteban (1916). A Cabré se debe la excavación de dos de los testimonios más destacados de este período: la necrópolis tumular de Galera (1917-1918) y la cámara sepulcral de Toya (1918). En su territorio turolense realizó la primera síntesis sobre las estelas ibéricas del Bajo Aragón (1915-1920), publicó el poblado del Bronce Final del Roquizal del Rullo de Fabara (1929), pero será Azaila donde centró su interés durante el resto de su vida, al inicio codirigiendo las excavaciones con Lorenzo Pérez Temprado (1919- 1935) y luego en solitario hasta 1942. Otro ámbito investigador de Cabré fue el mundo indígena del norte del Duero, excavando en Miraveche (1916) y Monte Bernorio (1920), el celtibérico en la necrópolis del Altillo de Cerropozo en Atienza (1930) y el céltico meseteño en el Castro de Las Cogotas (1927), el Castro de Sanchorreja (1931) y el Castro de la Mesa de Miranda (1932) y la necrópolis de la Osera de Chamartín de la Sierra.
En la vida profesional de Juan Cabré debe señalarse su dedicación a los museos. Estuvo vinculado al de Antropología, Etnografía y Prehistoria, primero como colector (1920), ganando el concurso oposición de colector-preparador (1925). Al morir sin herederos, el marqués de Cerralbo (1922) cedió en testamento todas sus colecciones de arqueología al Museo Nacional y su palacio constituido en museo al Estado español, con la condición de que perpetuase su nombre y “sirviese para estudio de los aficionados a la ciencia y el arte”. Nombró como director vitalicio a Juan Cabré, dejándole, asimismo, encargado de la ordenación, catalogación y publicación de su colección, cumpliendo la misión docente encomendada (1924). Fue nombrado, asimismo, académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis, de Zaragoza (1922), y vicesecretario de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria (1927-1933). Una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios le permitió estudiar los museos de arte y arqueología de París, Alemania, Austria, Italia y Suiza (1934).
Durante la Guerra Civil, optó por permanecer en Madrid como director del Museo Marqués de Cerralbo, tomando medidas para el salvamento de la colección, cifrada en más de treinta mil objetos, de los documentos y biblioteca. Acabada la contienda, a pesar de que el marqués de Lozoya, director general de Bellas Artes, le había felicitado por su labor, el Patronato del Museo Cerralbo procedió, de forma injustificada, a su inmediata depuración y cese (1939).
Continuó en su puesto del Instituto de Arte y Arqueología, denominado Diego Velázquez (CSIC), alcanzando el cargo de jefe de la sección de Prehistoria (1940). Obtuvo por oposición la plaza de preparador de la sección de Prehistoria y Edad Antigua del Museo Arqueológico Nacional y fue elegido miembro correspondiente de The Hispanic Society (1942).
En la etapa final de su vida, el Instituto Diego Velázquez le encargó la redacción del tomo de Azaila del Corpus Vasorum Hispanorum (CVH) (1944). Realizó excavaciones en la ciudad visigoda de Recópolis en Zorita de los Canes, Guadalajara. Su fallecimiento (1947) le impidió completar otro encargo del CVH sobre la cerámica ibérica del sureste y el levante español, la síntesis sobre el arte rupestre de la Historia de España de Menéndez Pidal, que será redactada por Martín Almagro Basch, y las memorias de excavaciones de la necrópolis de la Osera y de Recópolis.
Cabré fue hombre de valores religiosos, de carácter afable, trabajador meticuloso e infatigable. Casado con Antonia Herreros, tuvo dos hijos María Encarnación, heredera de su habilidad para el dibujo, colaboró fielmente en sus excavaciones desde 1930 hasta su matrimonio con el profesor de universidad Francisco Morán, momento en el que su otro hijo, Enrique, pasó a ayudarlo momentáneamente, abandonando la arqueología por los estudios de Ingeniería.
María Encarnación Cabré siguió, no obstante, investigando sobre el armamento y otros objetos celtibéricos, actividad en la que colaboró estrechamente su hijo Juan.
Juan de Mata Carriazo, jefe de la sección de Arte y Arqueología en el Centro de Estudios Históricos en 1931 se refiere a Cabré en su discurso de entrada a la Real Academia de la Historia (1977): “La figura de humanidad más rotunda en la sección de Arqueología era Cabré, don Juan Cabré y Aguiló, un casi autodidacta, escapado muy pronto de un seminario, que ha sido el español de más instinto arqueológico, y el que ha realizado más y mejores excavaciones en toda la primera mitad del siglo. Como una mitad, también, de los materiales de la Prehistoria española le deben su descubrimiento y estudio. Era una gloria verle llegar de sus campañas de excavación, con algunos de los materiales obtenidos (¡aquel día de los bronces de Azaila!), sudando la redacción de sus memorias, para gozar dibujando a mano alzada, la pluma o el tiralíneas cogidos con dos dedos y la cabeza inclinada a un lado para darles intención (él decía sentimiento), los hermosos dibujos con que los ilustraba”.
Entre los reconocimientos que recibió Cabré debe citarse la concesión de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, en la categoría de Encomienda (1942). La Institución Fernando el Católico le realizó un homenaje en su localidad natal con motivo del centenario de su nacimiento (1984). Su hija María Encarnación Cabré donó al Gobierno de Aragón la colección documental, arqueológica y gráfica, constituyendo la base con la que se creó el Museo Juan Cabré de Calaceite (1985). La Agrupación de Amigos de la Cueva de los Casares y el Arte Paleolítico celebró el cincuentenario de su fallecimiento en el Ateneo de Madrid (1997). El Instituto de Patrimonio Histórico Español y la Universidad Autónoma de Madrid, le dedicó una exposición monográfica con un excelente catálogo (2004), que fue llevada también al Museo Juan Cabré de Calaceite, con asistencia de todos sus descendientes (2006)