LA CALLE DE LAS VÍRGENES
(Athalia y Michelle)
Vivía en la judería de Teruel, allá
por el siglo XIII, un hombre muy rico pero muy, muy avaro. Cierto día le dijo a
su mujer, mira, nos vamos a vivir al Rabal porque allí se pagan menos impuestos
al rey (los judíos eran llamados cofres del rey). Luego de regatear varios
meses con el propietario de una casucha vieja y desvencijada y, luego de vender
la propia por un alto precio, fueron a habitar la casa situada en una callejuela que sale de
la calle Mayor y va a parar a la Plazuela del Rabal.
Allí asentaron plaza y tuvieron una
hija muy hermosa, a los dos años, poco más o menos, volvieron a tener otra hija
igual de bella que la primera. Dijo el judío, no voy a tener más hijos porque todos
me salen mujeres y no tendré quien me herede.
Otro día dijo el judío a su mujer, no
casaré a mis hijas porque no podemos pagarles la dote. La madre no dijo nada
sabedora de la proverbial avaricia del marido.
Las hijas, que como hemos dicho eran
muy bellas ya de niñas, jugaban en la calle Mayor, en la Placeta, en la Eras
del Capitán y en los Arreñales del Portillo con otras niñas de su edad. Las niñas, a pesar de su belleza,
se distinguían por su delgadez y los harapientos ropajes que vestían.
Cierto día pasó por allí una dama
turolense de mediana fortuna que al ver a las niñas quedó prendada de ellas por
su hermosura y, espantada por la pobreza en la que vivían. Habló con sus padres
y se comprometió a darles, ropa, comida y una educación que realzara su natural belleza. Les enseñó a
leer, a escribir y les proporcionaba
lecturas sagradas a la par que las introducía en los principios del
cristianismo. Las niñas, sin darse cuenta, crecieron en la fe cristiana y con
el tiempo llegaron a hacer votos de pobreza y castidad, aunque nunca entraron
en un convento.
El padre nada decía con tal de no
gastar dinero. Pero, además, se puso muy contento al conocer el voto de
castidad de las niñas pues, de esa manera, las niñas no se casarían y no tendría
que pagar la dote del matrimonio.
Las niñas que crecían día a día en
belleza y en educación eran cortejadas por numerosos jóvenes de buenas familias
turolenses. Más ellas decían que no podían casarse porque habían hecho votos de
castidad.
Las gentes del Rabal hablaban del
caso de las niñas y se compadecían de su situación. Por esa razón comenzaron a
llamar a la casa y a la calle: de las Vírgenes.
Pasado un tiempo murieron sus padres
y las ya jóvenes doncellas eran apetecidas y envidiadas por muchos. Luego eran
odiadas por los cristianos por ser judías y por los judíos al saber que habían
abandonado su credo y tomado el de Cristo. El hermetismo de las jóvenes dio lugar
a todo tipo de pábulos, insidias y acusaciones heréticas.
Avisadas las autoridades religiosas
quisieron hacer con ellas un Auto de Fe. Sin embargo, al acudir con antorchas,
sambenitos, horca y corbellas a la puerta de su casa y llamar, solamente
respondió el silencio. Finalmente rompiendo la puerta las encontraron muertas
en el lecho sin aparentes signos de violencia física.
De sus bocas salía un hilillo de un
brebaje negro y pestilente. Habían muerto defendiendo los votos que de niñas
habían jurado.
Esto ocurrió en las calle de las
Vírgenes del Rabal turolense en los años en que la Virgen del Rosario se
apareció a Santo Domingo de Guzmán y le entregó el rosario.
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