La maleta a medio hacer y los nervios a flor de piel. Se acaba el veraneo en el pueblo. Los tomates no han madurado todavía y, las flores, están en su mejor momento. Hay abundancia de moras de zarza. Empezamos a coger manzanas y las uvas están casi maduras. Viene septiembre con sus frutos. Pero, hay que encerrar a los niños en el cole. Cada vez antes. Recuerdo cuando las clases comenzaban con el otoño, allá para el veinte de septiembre. Muchos niños no volverán hasta el próximo verano, pero otros, quedan citados para próximas visitas... Para coger melocotones o uva... quizá robellones. En los pueblos se aprende mucho y hay tiempo hasta para leer. Oigo a los de la peña El Cachirulo cantar e intentar con ello revertir el tiempo, aunque, ellos, no tienen prisa. Viene septiembre con la vuelta al cole y, octubre, el de los frutos dorados. El verano ha dado mucho de sí y ha dejado poso de recuerdos imborrables. En medio las fiestas mayores... Pero, ahora, el pueblo queda en soledad y silencio... solamente quedan los viejos. Otra vez la soledad, otra vez el silencio. Pasan ligeras ráfagas de aire fresco anunciando el otoño. “En agosto, frío al rostro”. Pronto cerrarán las piscinas y esa será señal inequívoca de que las cosas han cambiando definitivamente.
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