Don Pedro Laín Entralgo, hijo del médico del lugar.
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DOS CUADROS DE GOYA
Abrió el diario por la sección
provincial y la primera noticia lo dejó helado. De nuevo volvió a evocar en su mente los
temibles días de la guerra y revolución en la comarca del Bajo Martín. Decía el
diario que, un comunista francés, dejaba dicho en su testamento que los dos
cuadros que pintara Goya para la iglesia de Urrea de Gaén se encontraban en la
sede del Partido Comunista de Francia. Recordó, Simplón, como don Pedro Laín Lacasa
le había acogido a él y a su perro Benyto en su propia casa, les había dado de
comer y curado las heridas producidas por las rocas y la maleza de las riberas
del río Martín. Evocaba con plácido recuerdo los paseos con don Pedro por el calvario
del lugar y las discusiones sobre la Justicia y la Igualdad entre los hombres.
Pensó, Simplón, que don Pedro era un ingenuo y que aquellos hombres que
llegaban desde Barcelona, no venían a traer esas monsergas que él contaba, sino
que venía a arrasar con todo lo que encontraban en una especie de orgía
inacabable. Por si acaso, le sugirió Simplón, será mejor que guarde esos
lienzos en buen lugar. Sepa, señor doctor, que yo he visto arder las iglesias
de la provincia una tras otra sin que esos revolucionarios pusieran límite a su violencia. Son bárbaros como Atila y no
se detendrán delante de un doctorcito por muy de los suyos que se crea.
Al día siguiente don Pedro habló
con el cura del lugar. Verá, le dijo el doctor al sacerdote que ya preparaba
las maletas para dejar el lugar, yo me encargo de que la iglesia no sea
profanada, pero sin embargo, acierta usted en dejar el lugar. Las noticias que
preceden a la llegada de los revolucionarios nos hacen ser precavidos. Marchó
el cura y don Pedro desclavó los dos cuadros, los enrolló y los lacró lo mejor que
pudo para que no sufrieran si acaso debían de ser enterrados por algún tiempo.
Al salir el doctor del templo, vio Simplón que ya estaban en la plaza los
revolucionarios y que se encaraban con su amigo que llevaba el fardo bajo el
brazo firmemente atrapado.
¡Camaradas, camaradas… yo soy de
los vuestros, nada debéis de temer de mi! En ese mismo instante un miliciano le
colocó un enorme pistolón en las sienes y le amonestó, si en verdad eres de los
nuestros, suelta el fardo que llevas debajo del brazo. Don Pedro obedeció y la
preciosa carga pasó a manos de un comisario político que la confiscó. A
continuación y sin mediar palabra dejaron libre a don Pedro y procedieron a
saquear y quemar la iglesia del lugar. Desde luego, el procedimiento era
siempre el mismo ya que habían alcanzado gran experiencia tras quemar cientos y
cientos de iglesias de todo el Aragón oriental. También, si por casualidad el cura
no había dejado el pueblo procedían a su fusilamiento. Después quemaban los
archivos parroquiales y municipales, saqueaban las casas de los ricos del
pueblo y se iniciaba la colectivización de las tierras. La iglesia hacía de almacén
general y allí se reunía, tanto los aperos para las labores del campo, como las armas, como los alimentos que confiscaban a
los vecinos.
La noticia pues, a pesar de lo
sorprendente, no dio ningún resultado y nadie en Francia ni en el Partido
Comunista de Francia hizo el menor comentario. No sabemos si de verdad se
salvaron los cuadros ni, tampoco, si se encuentran en posesión de algún
coleccionista o magnate de esos que gustan rodearse de arte por pura ostentación.
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