CUENTOS MODERNISTAS
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LA JOAQUINA SE HA IDO A MONJA
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LA JOAQUINA SE HA IDO A MONJA
María, la casera del cura, dio la voz de alarma. Por la simple razón de
atender al cura ya tenía información privilegiada, información o alcahueterías
que a veces escapaban al resto de la
población. Lo dijo en la tienda de Marina y en el río donde, de buena mañana,
bajaban las mujeres a por agua: la Joaquina
se ha ido a monja cerrada. El eco de su voz fue una ola que inundó todo el término
municipal, desde los Albares hasta las Ledañas y, desde la Soleta, hasta el
Perol.
Para el treinta y uno de diciembre
Joaquina acababa de cumplir los 21 años de edad y en esta época (años 60 del
siglo XX), se alcanzaba la mayoría de edad. Pero, antes, mucho antes, ya había
madurado la idea con la ayuda de cura del lugar. Era una joven menuda, recogida
y extremadamente piadosa. Gustaba de la soledad y del recogimiento frente a la
algarabía y el desenfado de sus amigas cuando jugaban en la plaza de la ermita
o en el trinquete. Su mirada mostraba tanto, la fragilidad de su cuerpo, como
la fortaleza de su espíritu. Sus confesiones con el párroco eran largas y nadie
quería estar a la espera, tras ella, cuando llegaba a la iglesia. Fruto de esa
dirección espiritual, de su probada inclinación al recogimiento, al silencio, a
la reflexión y el gusto por la oración, fue lo que alentó su determinación para entrar en un convento. La segunda cuestión fue elegir el centro más adecuado
a su planteamiento espiritual y, tras acogerse a la guía espiritual de un padre franciscano, rechazó la opción de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. "Acertó" al elegir, finalmente, el convento de Santa Clara de Asís de Teruel, en la llamada Placeta de las Monjas y perteneciente a la segunda orden franciscana. Ella, como Santa Clara, también se ha considerado en vida "humilde planta del bienaventurado Padre Francisco" y la pobreza, al igual que la obediencia, son actitudes que ya anidaban en su limpio corazón. Sus amigas más íntimas coinciden al
señalar que Joaquina ya era monja antes de profesar como tal. Sin embargo, esta
decisión personal y libre, no la entendieron igual todas las personas del
pueblo. Hubo quien señaló, tras advertir que su hermana mayor acababa de
casarse y que por lo tanto, su ayuda era vital para sacar adelante la casa que:
“Ahora que viene la faena en vez de ir a
la remolacha y a segar, va ha pasar el verano a la fresca”. De lo que
deducimos que su entrada en el convento fue tras la fiesta de Pascua de Resurrección.
La noticia regó las casas del
lugar lo mismo que el agua turbia del Alfambra riega las huertas, a manta, cuando se desborda. Regó también la cantina, el horno y la tienda de Teodoro y Marina con todo tipo de comentarios,
hasta los más inimaginables. Los padres
de Joaquina no aceptaron la decisión de su hija y el padre, más que la madre, lloraba desconsoladamente en la casa vecina buscando información y consuelo, tal era el sigilo con el que Joaquina había preparado todo. Tras el fuerte impacto inicial
la reacción fue la de quien pierde un ser querido, pero sin el consuelo de
poder llevar unas flores al cementerio y
rezar una oración junto a su tumba. La
vida del matrimonio cambió de rumbo al cerrarse completamente a la vida social mediante
una incomunicación acérrima y empecinada. Sin embargo, el tiempo que todo lo
cura hizo ceder posiciones, poco a poco, a esta tenaz oposición de los padres.
Visitaron a su hija y las monjas les dejaron ver algunas dependencias del
convento. Se especulaba mucho sobre la forma de vida de las monjas de clausura:
los ayunos, las mortificaciones, los cilicios, los castigos, el cavar su propia
tumba… todo ello dejaba una desazón y un amargor en la vida de los padres difícil
de superar. Los padres de Joaquina salieron del convento, más tranquilos y, de
ahí en adelante, las visitas menudearon con mayor frecuencia. Otras veces los
padres les llevaban frutas y verduras de la huerta de Tortajada, con ello y con
un contacto más asiduo con la hija querida, fue nuevo acicate para curar la
herida abierta.
Ahora el convento está a punto de
cerrarse. Nadie entiende este tipo de vida religiosa separada del mundo,
dedicada al trabajo, a la oración y a la presevación de la virtud de la pureza. Las vocaciones se han cortado por completo,
como cuando una cizalla corta en frío, un metal. El giro que la vida ha dado en
los últimos cincuenta años es inimaginable e incomprensible para Joaquina que no permanece del todo ajena a las vicisitudes de la vida y a cuanto acontece en la ciudad. Las amigas de su infancia son ahora
abuelas y las nietas, a los 16 años, no madrugan para escaparse a un convento de madrugada al cumplir los 18 años de edad. Por el contrario, es práctica común aún siendo menores de edad que vuelvan del botellón, muchas de ellas borrachas, a las tantas de la madrugada. Los padres no osan rechistar.
«Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras»
«Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras»
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