La golondrina se cayó del nido al
suelo encementado de la calle. Le faltaba muy poco para poder volar por si
misma (como sus padres), pero una vez en el suelo sólo pudo dar vuelos cortos. Acabó
atrapada en las manos de un ser humano amante de la naturaleza y eso, de
momento, le salvó la vida. Se le puso a recaudo de depredadores y le cazamos
algún insecto para que comiera. El primer día (la golondrina) estuvo todo el
tiempo temblorosa y desconcertada. El segundo ya se atrevió a dar pequeños
vuelos por un jardín al que no acuden
gatos ni perros. Hasta que, al tercer día, tomó vuelo y no supimos nada más de
ella. Desde las bocas de los nidos del alero todavía están por salir decenas de
crías de golondrina. Es de suponer que se produzca algún episodio como el
acaecido a Iris, este es el nombre que le pusimos a nuestra golondrinita y esperamos que algún día
para el siguiente verano vuele de nuevo por nuestros campos de Aragón.
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