QUINIENTOS AÑOS EN FILIPINAS
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El día 16 de marzo de 1521
Fernando de Magallanes y sus hombres llegaron a un nuevo archipiélago que
llamaron San Lázaro. Se trataba de las actuales Filipinas, que nunca antes
habían sido avistadas por ningún europeo.
Dentro del proceso de colonización de
esas islas, más de 7.000, y también de la parte continental, China, Camboya,
etc. tuvieron un papel relevante los Dominicos. Aragón aportó su grano de arena
a este proceso culturizador y cristianizador (San Joaquín Royo de Hinojosa de Jarque, por ejemplo).
Ahora, en la actualidad, esta parte del mundo se ha convertido en el epicentro
de la política, la economía y pronto de la cultura mundial. El mantener los
lazos (sinergias) creados es fundamental para España que bien podría
posicionarse adecuadamente en la zona.
Por esa razón, lo primero que tenemos
que hacer es conocer el “trabajo”… las “peripecias” de los españoles en esas
lejanas tierras. Por esa oportuna razón este año hemos editado un cuaderno con
la biografía del Padre Silvestre Sancho Morales, natural de Encinacorba y Superior de la Provincia del Rosario en Filipinas.
Los Dominicos, grandes predicadores,
sin embargo, no han sabido trasladar a la opinión pública la ingente labor
desarrollada en esa zona del mundo. Convendría, pues, poner negro sobre blanco
el papel de los Dominicos en la cristianización y culturización europea de Filipinas.
Ellos crearon la primera y más grande de las universidades de Asia. La Universidad
Católica de Santo Tomás de Aquino. ¡Casi nada!
Diego de ADUARTE: Historia de la
Provincia del Santo Rosario de Filipinas, Japón y China del Sagrado Orden de
Predicadores.
Primera parte, Manila: Colegio de
Santo Tomás, por Luís Beltrán, 1640.
Volvió a publicarse en Zaragoza en
1693, cuando salió a luz la Segunda Parte de la crónica de la provincia
dominicana, de mano del padre Santa Cruz. Existe una edición moderna, con una
breve introducción, pero sin anotaciones, llevada a cabo por Manuel Ferrero, OP
(Madrid: CSIC, 1962), en dos gruesos tomos.
Es ésta una de las grandes obras de
la historiografía filipina desde cualquier punto de vista. A pesar de que
incurre de vez en cuando en esa adjetivación devota que tanto choca al lector
de hoy, es una obra indispensable, no sólo para conocer los entresijos del
proceso de evangelización en el archipiélago, sino porque contiene numerosas
informaciones acerca de las costumbres del los indios del centro y norte de
Luzón, la expedición española a Camboya, las peripecias de la colonia española
en Formosa y una gran cantidad de anécdotas sobre variados personajes contadas
con verdadero arte y gracia. Su autor fue, además, protagonista de la mayoría
de los hechos que narra, por lo que es una crónica de gran veracidad.
Su autor nació hacia 1570 en Zaragoza. Cuenta el padre Ocio, un tanto legendariamente, que el joven Aduarte, en 1586, se encontró en el convento dominico de Santa María de Alcalá de Henarés al futuro tagalista Francisco de Blancas San José, OP, y que esté lo convenció a tomar los hábitos de la orden. Partió en 1594 para Filipinas y fue uno de los pocos supervivientes de la misión ya que muchos murieron en la travesía. Llegó a Manila en 1595 y enseguida se le encomendó la evangelización de los sangleyes. Al año siguiente participó en la expedición de Camboya, auspiciada por el gobernador Luís Pérez Dasmariñas, donde tuvo, al parecer, un comportamiento heroico. Volvió a Manila, pasando por Malaca, y fue destinado de nuevo al ministerio de los sangleyes. En 1598 se le ordenó integrarse en la misión de Bolinao, pero no tuvo tiempo de incorporarse porque participó en la segunda expedición a Camboya, en 1598. Tras la jornada, y tras un sinfín de adversidades climatológicas que lo forzaron a para en Macao, Malaca, Ceilán e India, volvió a España con la intención de reclutar a nuevos misioneros para Filipinas. En 1606 llegó a Filipinas exitosamente con estos jóvenes dominicos y fue ordenado Prior del convento. En 1607 volvió a España, donde permaneció diez años para tratar ciertos asuntos en la Corte. Acompañó a una tercera misión hasta México y volvió de nuevo a España. En 1628, se le fue encomendando el obispado de Nueva Cáceres, que ejerció hasta su muerte, acaecida probablemente hacia 1636. Escribió además varios martirologios sobre sus compañeros de orden en Japón, cartas, relaciones y una hagiografía de fray Mateo de Cobisa, misionero en Formosa, cuyo paradero desconocemos.