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lunes, 29 de febrero de 2016

Febrero2016/Miscelánea. LA CERÁMICA, LA TARJA Y LAS ALPARGATAS

Año,1924
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LAS TARJETAS DE CRÉDITO DE LOS PUEBLOS
(La tarja)
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Un niño de la ciudad sabe (debe saber o aprenderá pronto) lo que es la “obsolescencia programada”, lo que es una tarjeta de (plástico) crédito y sabe lo que es un tupperware… pero, apenas sabe lo que es una tarja o un terrizo. Todo ha sucedido como de repente y por culpa de un señor al que todos obedecen sin rechistar llamado moda, o también llamado, progreso. Los jóvenes quieren a toda costa la ropa y el calzado de marca y que el móvil sea, ese de la manzanica mordida. Conviene, sin embargo señalarles, que no siempre las cosas fueron así. Hubo un tiempo en que todos los niños, como en la foto, llevaban las mismas alpargatas. ¿Todas idénticas? No, hay un niño que las ha estrenado el mismo día de la foto, por eso blanquean más que las demás. ¡Ah!, y parece que el maestro, también va de estreno. Lo mismo que el alpargatero, el alfarero del pueblo hacía, siempre, los mismos pucheros. Al alfarero se le llamaba en muchos sitios el tió pucherero. Pero, ¿todas las casas del pueblo tenían la misma vajilla? Tampoco esto es del todo exacto, unos la tenían más nueva, y otros, más vieja. Pero cuando a un niño de un pueblo cualquiera su madre lo mandaba al horno, o a la carnecería, o a la tienda de ultramarinos, no necesitaba llevar ni dinero (perricas), ni tarjeta de crédito. En la tienda ya disponían de una tarja personalizada (un listón de madera o una caña) con el nombre de amo de la casa y, en la que haciendo una muesca el tendero, quedaba señalada la compra. Pasado un tiempo y cuando la familia disponía de dinero, se contaban las muescas y se pagaba. Mucho más fácil que ahora y la tarja, por el contrario, nunca tuvo ni comisión, ni gastos de apertura o de cierre. La tarja no mentía nunca, ni te cobraba más por descuido ni te hacía recargos por exceso de compras (descubiertos), ni nada de nada. Lo que decía la tarja iba a misa.
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HISTORIA DE LA TARJA Y EL FRAILE PREDICADOR
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No diremos el pueblo pues, hay varios en la provincia de Teruel que se disputan este hecho real, acaecido durante las fiestas mayores de la localidad hace ya muchos años. Era costumbre inveterada que en día tan señalado el Ayuntamiento contratara los servicios de un fraile predicador dominico con el fin de resaltar la misa mayor del día grande de las fiestas. Ese año del suceso, llamaron a uno que tenía fama de ser excelente orador sagrado, estudioso de la Biblia, de la vida (hagiografía) de San Roque y, a la vez, muy recomendado por el señor obispo de la diócesis.
Llegó el día grande de las fiestas, la iglesia estaba a caramuello, los feligreses expectantes… cuando, el fraile subió a la predicadera y expandió su potente voz sobre un público que al instante quedó admirado de la sabiduría del dominico. Terminada la misa y la comida a la que también fue invitado acudió, bien pincho, al Ayuntamiento a cobrar sus honorarios (arancel). El Alcalde le soltó dos perras gordas. El fraile le miró incrédulo. ¿Cómo es posible protestó? ¿Acaso no ha sido el sermón de la satisfacción de todos los feligreses en general? Sí, afirmó rotundo el Alcalde con la serenidad del que sabe lo que dice. Pero, sepa usted, que en este pueblo se paga al predicador  por el número de veces que nombra a nuestro santo patrón, ya sabe… a San Roque y le mostró la tarja con dos muescas. Bien, dijo el fraile, estoy de acuerdo aunque deberían habérmelo advertido antes. Mas, si están contentos con mi plática, estoy dispuesto a volver para el año próximo. Por nuestra parte, dijo el Alcalde,  no hay queja y  aquí le esperamos de nuevo, ya que para nosotros el sermón ha sido excelente.
Pasó un año y llegaron de nuevo las fiestas mayores. Tocó el sacristán las campanas y todo el pueblo acudió a la misa mayor. Llegó el momento del sermón y el fraile subió  a la predicadera. Debajo y muy atento a las palabras del fraile se encontraba el secretario del Ayuntamiento con la tarja en una mano y un cuchillo con el que hacía una muesca en la tarja cada vez que le fraile pronunciaba el nombre de del glorioso San Roque, en la otra. ¡Oh glorioso san Roque! comenzó el fraile su discurso….y continuo sin inmutarse una media hora con una perorata sin sentido que decía… y San Roque subió, y San Roque bajo… y San Roque entró, y San Roque salió. Luego comenzó a poner ejemplos diciendo: hasta los pajaricos cuando pían parece que dicen: Roque, Roque, Roque. Pero, y que decir de las gallinas que después de poner un huevo exclaman: Roque, Roque, Roque. Ya estaba el secretario sudando, pues no hacía el fraile ni una sola pausa en la que pudiera tomarse un descanso cuando, exclamó el predicador apoyando la panza en el balgoste de la predicadera y extendiendo los brazos en cruz: ¡Hermanos! ¡¿Dónde-no-pondría-yo-a-San Roque?!  A lo que el secretario, sudando y rabioso, exclamó a viva voz ante el asombro del auditorio: ¡¡¡ En tus cojones, que en la tarja ya no cabe!!!
En ese inaudito momento, toda la feligresía estalló en una carcajada apoteósica… A partir de esa fecha, el Ayuntamiento, puso un arancel al predicador de las fiestas mayores del pueblo y la tarja fue perdiendo crédito entre los habitantes del lugar. Ahora ya, sólo las personas de mucha edad la conocen.
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