Año,1924
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LAS TARJETAS DE
CRÉDITO DE LOS PUEBLOS
(La tarja)
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Un niño de la ciudad sabe (debe
saber o aprenderá pronto) lo que es la “obsolescencia programada”, lo que es una
tarjeta de (plástico) crédito y sabe lo que es un tupperware… pero, apenas sabe
lo que es una tarja o un terrizo. Todo ha sucedido como de
repente y por culpa de un señor al que todos obedecen sin rechistar llamado
moda, o también llamado, progreso. Los jóvenes quieren a toda costa la ropa y
el calzado de marca y que el móvil sea, ese de la manzanica mordida. Conviene, sin embargo señalarles, que no siempre
las cosas fueron así. Hubo un tiempo en que todos los niños, como en la foto,
llevaban las mismas alpargatas.
¿Todas idénticas? No, hay un niño que las ha estrenado el mismo día de la foto,
por eso blanquean más que las demás. ¡Ah!, y parece que el maestro, también va
de estreno. Lo mismo que el alpargatero, el alfarero del pueblo hacía, siempre,
los mismos pucheros. Al alfarero se le llamaba en muchos sitios el tió pucherero. Pero, ¿todas las casas
del pueblo tenían la misma vajilla? Tampoco esto es del todo exacto, unos la
tenían más nueva, y otros, más vieja. Pero cuando a un niño de un pueblo
cualquiera su madre lo mandaba al horno, o a la carnecería, o a la tienda de
ultramarinos, no necesitaba llevar ni dinero (perricas), ni tarjeta de crédito.
En la tienda ya disponían de una tarja personalizada (un listón de madera o una caña) con
el nombre de amo de la casa y, en la que haciendo una muesca el tendero,
quedaba señalada la compra. Pasado un tiempo y cuando la familia disponía de
dinero, se contaban las muescas y se pagaba. Mucho más fácil que ahora y la
tarja, por el contrario, nunca tuvo ni comisión, ni gastos de apertura o de
cierre. La tarja no mentía nunca, ni te cobraba más por descuido ni te hacía
recargos por exceso de compras (descubiertos), ni nada de nada. Lo que decía la
tarja iba a misa.
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HISTORIA DE LA TARJA
Y EL FRAILE PREDICADOR
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No diremos el pueblo pues, hay
varios en la provincia de Teruel que se disputan este hecho real, acaecido
durante las fiestas mayores de la localidad hace ya muchos años. Era costumbre
inveterada que en día tan señalado el Ayuntamiento contratara los servicios de
un fraile predicador dominico con el fin de resaltar la misa mayor del día
grande de las fiestas. Ese año del suceso, llamaron a uno que tenía fama de ser
excelente orador sagrado, estudioso de la Biblia, de la vida (hagiografía) de San
Roque y, a la vez, muy recomendado por el señor obispo de la diócesis.
Llegó el día grande de las fiestas,
la iglesia estaba a caramuello, los feligreses expectantes… cuando, el fraile
subió a la predicadera y expandió su potente voz sobre un público que al
instante quedó admirado de la sabiduría del dominico. Terminada la misa y la
comida a la que también fue invitado acudió, bien pincho, al Ayuntamiento a
cobrar sus honorarios (arancel). El Alcalde le soltó dos perras gordas. El
fraile le miró incrédulo. ¿Cómo es posible protestó? ¿Acaso no ha sido el
sermón de la satisfacción de todos los feligreses en general? Sí, afirmó
rotundo el Alcalde con la serenidad del que sabe lo que dice. Pero, sepa usted,
que en este pueblo se paga al predicador
por el número de veces que nombra a nuestro santo patrón, ya sabe… a San
Roque y le mostró la tarja con dos muescas. Bien, dijo el fraile, estoy de
acuerdo aunque deberían habérmelo advertido antes. Mas, si están contentos con
mi plática, estoy dispuesto a volver para el año próximo. Por nuestra parte,
dijo el Alcalde, no hay queja y aquí le esperamos de nuevo, ya que para
nosotros el sermón ha sido excelente.
Pasó un año y llegaron de nuevo
las fiestas mayores. Tocó el sacristán las campanas y todo el pueblo acudió a
la misa mayor. Llegó el momento del sermón y el fraile subió a la predicadera. Debajo y muy atento a las
palabras del fraile se encontraba el secretario del Ayuntamiento con la tarja en una mano y un cuchillo con el
que hacía una muesca en la tarja
cada vez que le fraile pronunciaba el nombre de del glorioso San Roque, en la
otra. ¡Oh glorioso san Roque! comenzó el fraile su discurso….y continuo sin
inmutarse una media hora con una perorata sin sentido que decía… y San Roque
subió, y San Roque bajo… y San Roque entró, y San Roque salió. Luego comenzó a
poner ejemplos diciendo: hasta los pajaricos cuando pían parece que dicen:
Roque, Roque, Roque. Pero, y que decir de las gallinas que después de poner un
huevo exclaman: Roque, Roque, Roque. Ya estaba el secretario sudando, pues no
hacía el fraile ni una sola pausa en la que pudiera tomarse un descanso cuando,
exclamó el predicador apoyando la panza en el balgoste de la predicadera
y extendiendo los brazos en cruz: ¡Hermanos! ¡¿Dónde-no-pondría-yo-a-San
Roque?! A lo que el secretario, sudando
y rabioso, exclamó a viva voz ante el asombro del auditorio: ¡¡¡ En tus cojones,
que en la tarja ya no cabe!!!
En ese inaudito momento, toda la
feligresía estalló en una carcajada apoteósica… A partir de esa fecha, el
Ayuntamiento, puso un arancel al predicador de las fiestas mayores del pueblo y
la tarja fue perdiendo crédito entre
los habitantes del lugar. Ahora ya, sólo las personas de mucha edad la conocen.
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