La muerte
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EL TRIUNFO DE MARCILLA SOBRE LA MUERTE
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Cayó la noche trágica en plomo
derretida. Cayó la espesa oscuridad enhiesta, mensajera agorera de la muerte. El
trueno, la ciega nube negra, la aterradora nueva. Sí, la señal es bien cierta: “Marcilla ha
muerto”. ¡Oh, el dolor del costado! ¡Ah, de los miserables, marfíleos caninos clavados
en el hielo! El estruendo tremendo del timbal y el tambor. El rasgarse los velos tras el duelo velado. El sabor a triaca en el beso de Dagda. Las testas coronadas de los
machos cabríos sonando en las praderas. La sierpes horadado ojos de calavera. Murmullos milenarios de sempiternas brujas alzados en conjuro. Los médicos tratando, su desmayo, cual dolor de costado. El fluir de brebajes, pócimas y ponzoñas. Los físicos atentos al vuelo predecible de los astros. No, no lo salvó la alquimia, ni a Dios
plugo la gracia. Nada tumbó a la muerte poderosa, triunfante, ajena sementera
al beso y la caricia. Las calles se pintaron por la noche en cal viva. Mas las
voces del pueblo dábanlo en mal de amores. La causa era aquel beso negado
eternamente. Súcubo del amor en su cuerpo anidado. Lo dicen y propagan los
wasap en las redes. Las almas que destilan en aroma el espliego retan a los
íncubos: Marcilla ha muerto puro. Como dalia encendida, como espiga dorada. Como
rosa de fuego en la clara mañana. El corazón enorme del más bravo guerrero ha
roto su coraza y en la tierra infinita, se expande y se derrama. Se escucha... en
la distancia... tras la quebrada almena, el llanto de una dama… La negra, oscura noche, mastica estas
palabras: “De amor murió Marcilla”. La verdad se proclama. Cayó la noche trágica. Vencida fue la muerte. Y fue el triunfo final del amor, celebrado.
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