ALLÍ DONDE LA TIERRA SE SUNSE
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Primero fue un barranco. Las
guerras de los hombres lo cubrieron de escombros. Y, sobre los escombros nació, primigenia, la fauna de Perfecto Hermida.
Más tarde, la flora de Ricardo Eced ató sus ramas y sus flores a la Mujer
Labradora. Pusieron las ardillas cerco al campo y, al tiempo de la mañana,
niebla espesa. Por la tarde nubes rojas de cierzo sobre la Muela. Primero pasó
un hombre a la carrera. Después, no mucho después, jóvenes hacia el Santa, niños
a los juegos y sirenas de ambulancia perimetrando este oasis umbroso. La mujer
que lleva los aladros torció el ceño. Era la hora de los “pies quietos” y no
había llegado todavía nadie. Llegó por fin la mujer de rojo y un poco después
ese señor altivo que disimuladamente apunta en su mente el coeficiente de las
cosas que ve. Ya eran un buen puñado en el rectángulo y la mujer de los aladros
dijo: “¡pero… es qué nadie trabaja aquí!”. Tembló la última hoja de la rosaleda
y el mirlo voló hacia los tejados vecinos. Es el parque umbroso dijo alguien,
el parque de la memoria perdida le llaman, apuntó otro. Debajo, en lo hondo, allí donde la tierra se sunse, descansan los sueños de los
turolense. La muñeca de trapo. Un juguete de la infancia. Una caja oxidada con
daguerrotipos. Trozos de cerámica y enseres devastados. Parque de los Fueros o
umbrosa floresta de la memoria perdida. Mancha verde en el ensanche y pulmón
vivo y activo. A un costado de la mujer enfadada crece el pino de Teruel
Existe. Crece y crece, mientras Teruel decrece. Ruedan las bolas por la arena
fina de la caja de la Petanca… Pieds… Tanquees.
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