LA OVEJA PANICERA
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Era un gesto monótono e
indeterminado. De cuando en vez, el pastor metía su mano en el morral y sacaba
un pedacico de pan. Luego, con pausa, la llamaba siempre con la misma expresión
lenta y cadente: ma paloma y, la oveja, indefectiblemente, acudía mansa y
sosegada a recibir el regalo y la caricia del dulero. Reunida la dula de cuatro o cinco casas, el hombre emprendía la marcha e inmediatamente le seguía como un imán la
“oveja panicera” y detrás, como un muelle, iban agrupándose las demás. Durante el trayecto, hasta el monte abierto,
el pastor gratificaba a esta oveja con algunos pedazos más de pan. Sin embargo,
al volver los ganados por la tarde al pueblo, sucedía todo lo contrario. Los
zagales íbamos a estajar (destajar) el ganado a la entrada del pueblo, junto al trul (trujal). Llegaba, pues, el ganado de forma compacta con la oveja panicera inmediatamente
detrás del pastor y en un momento determinado el ganado se descomponía en
tantos grupos como dueños tenía la dula. Las ovejas por un instinto natural
dejaban de seguir a la oveja panicera y al pastor y se enfilaban en dirección a
su amo, a su verdadero propietario. Desde ese punto, cada grupo de ovejas seguía a su
dueño hasta su corral o paridera. Se trata de un comportamiento sorprendente que ya me llamaba la atención, entonces, y que
siempre he guardado en la memoria como una conducta en parte instintiva y en
parte condicionada.
Estas observaciones y aprendizajes de
la infancia me condujeron a ser, en cierto
modo, rebelde. Siempre rehusé ser oveja panicera, pues aunque me parecía
conducta natural para una oveja, sin embargo, entendía repugnante para un ser
humano. Por el contrario, a lo largo de mi vida encontré muchas ovejas
paniceras y, siempre me congratulé, de no encontrarme dentro de esa
clasificación.
En nuestra sociedad, sin embargo, hay
muchas ovejas paniceras. Muchas personas en los periódicos, las radios, las
televisiones y las tertulias cobran dinero, comen trocicos de pan, para luego
con su discurso arrastrar a la gente, al ganado, hacían un determinado
pensamiento. Todo ello resultado de una mala educación o de una educación
incompleta. Porque, digámoslo de una vez, nosotros no somos ovejas, no somos
ganado, no somos masa. Somos individuos, cada uno con una personalidad diferenciada
que debe formarse su propio criterio y tomar sus propias decisiones.
Ahora, en periodo electoral, conviene
recordarlo. Si no hemos cultivado a diario el “pensamiento crítico” será
difícil poder llegar a una conclusión clara sobre la intención y la correcta dirección de nuestro voto. Y en el voto, en el sumatorio final de cada individualidad
está el futuro de nuestro país. Cuanto más conscientes, contrastados y
razonados estén nuestros argumentos, mejor elección realizaremos. Por ello, la
democracia alcanzará su mayor potencia (esplendor), en una sociedad de hombres libres con
pensamiento crítico. Se hace necesario entonces conocer, siquiera someramente,
las ideologías, los movimientos sociales, las estructuras económicas, nuestra
ancestral cultura y las nuevas líneas de la ciencia y del pensamiento hacia las
que pretende proyectarse nuestra sociedad.
El ejercicio responsable de la
democracia no es una tarea fácil ni debe tomarse a la ligera. Por el contrario,
exige todo nuestro desvelo. Escudarse en la masa, pensar que mi voto carece de
valor en el contexto de miles y miles de votantes, es un error garrafal. El
ejercicio democrático exige que sea el individuo, la singularidad, la decisión
personal e intransferible la que forme, luego, el sumatorio que nos dará el
mejor de los gobiernos posibles.
Si el poder emana del pueblo es
preciso que el pueblo, cada uno de sus individuos, se dote de la mejor
formación y del mejor criterio posible. Pero, sobre todo, que cada individuo
sepa discernir la esencia del pensamiento y del mensaje de cada formación
política.
¡ Qué así sea!
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