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A lo largo de la historia de la
humanidad, la guerra, y la eliminación de otros pueblos ha sido una
constante para obtener poder y riquezas. Quiero decir que, siempre o casi
siempre, se ha ido más allá de “vencer” y lo que se ha pretendido es la
eliminación de la supuesta amenaza mediante la extinción o exterminio del
contrario.
De lo que señalamos hay abundancia de
datos y solamente pondremos alguno.
El primero que se nos viene a la mente
es la famosa frase de Catón el Viejo: Cartago
debe ser destruida (Carthago Delenda Est). Más que vencida, eliminada la ciudad y sus gentes
muertas o extrañadas (vendidas como esclavos).
No menos contundente fue el Papa
Urbano II en el concilio de Clermont en el año 1095 donde llamó a exterminar a
esa vil raza de los turcos.
Sin ir más lejos, en las Españas de la
Edad Moderna los reyes, inducidos por la Iglesia, trataron de eliminar a tres
grupos sociales: moros, judíos y gitanos. Utilizando el método griego del ostracismo
se les expulsó de España a los dos primeros grupos y a punto se estuvo de
completarse la operación con los gitanos.
Pero que decir de Stalin y Hitler,
personajes con los que la palabra genocidio alcanza su máxima expresión.
Sin embargo, aquí no termina la cosa, ni
lleva camino de terminar. La bomba atómica ha dado a los poderosos de la Tierra
la posibilidad de la extinción total y absoluta de todo el género humano y su
creación cultural.
Paralelo a estos procesos se ha
producido a lo largo de la historia la aparición de pestes y epidemias que han
diezmado a la humanidad. Siendo, las pandemias, a pesar de todo, las que más
seres humanos han eliminado de la faz de la tierra.
Y, casi siempre, nace en estas
circunstancias de agobio la teoría de la conspiración. En esta ocasión del
COVID-19 vuelve a enseñorearse una corriente que habla de “guerra biológica”.
Pero, aunque no fuera cierto, la verdad del caso es que el hombre está en
condiciones científicas de fabricar un arma biológica de alcance inimaginable.
De momento el COVID con 1.200.000 (un millón doscientos mil) muertos
a su cargo se ha convertido en una terrible arma letal. Y esto nos lleva a
analizar la forma de llegar y detentar el poder. Si el poder no tiene sus
correspondientes contrapesos, nadie puede afirmar que un “loco” cualquiera
pueda llegar a cometer una barbaridad. Hitler llegó al poder de forma
democrática. Así que, los ciudadanos tenemos la responsabilidad (cada día mayor) de “vigilar” y “controlar" a nuestros dirigentes para evitar males mayores. Volvemos o ¿debemos volver a la
primitiva democracia de las ciudades-estado griegas en la que el pueblo desde el ágora controlaba el poder???