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martes, 8 de abril de 2025

Abril2025/Miscelánea. NICETO ALCALÁ ZAMORA (EL HOMBRE QUE BLANQUEÓ LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA)

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Niceto Alcalá-Zamora y Torres

Lugar

Priego de Córdoba, 6 de julio de 1877-Buenos Aires, 18 de febrero de 1949

Fue un jurista y político español que ocupó el cargo de presidente de la República Española entre 1931 y 1936. A la temprana edad de diecisiete años era licenciado en Derecho por la Universidad de Granada y a los veintidós años, letrado del Consejo de Estado. Participó en la política de la Restauración desde las filas del Partido Liberal, llegando a ser ministro de Fomento (1917-18) y de la Guerra (1922-23) en dos de los gabinetes presididos por Manuel García Prieto. 

Su oposición a la dictadura de Miguel Primo de Rivera le llevó a declararse partidario de la República en 1930, a participar en el Pacto de San Sebastián para derrocar a la monarquía y a presidir el gobierno provisional que se hizo cargo del poder tras la renuncia de Alfonso XIII, el 14 de abril de 1931. Su presencia en aquel gobierno representaba la adhesión al régimen republicano de sectores conservadores, católicos y de clase media. Pero pronto entró en conflicto con los dirigentes republicanos más avanzados; no obstante, fue elegido presidente de la República, cargo que ejerció durante cinco años con lealtad a la Constitución.

Famoso por su elocuencia parlamentaria desde las Cortes de la Restauración, Alcalá Zamora fue miembro de la Real Academia Española y dejó una abundante obra escrita; algunos de sus títulos más destacados son Tres años de experiencia constitucional, Los defectos de la Constitución de 1931 e Inventario objetivo de cinco años de República.

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Tanto en su dimensión personal como en la política, Alcalá-Zamora, convencido católico, fue un hombre fundamentalmente honesto; pero precisamente su concepción de la alta magistratura que le tocó asumir, como una institución arbitral y equidistante de las diversas facciones políticas, le acarreó el rechazo de quienes, llamándose demócratas, le exigían una supeditación a sus propios intereses partidistas: su imperdonable destitución, en 1936, fue buena muestra de ello. Pero también es verdad que su negativa —poco ortodoxa, constitucionalmente hablando— a dar el poder a Gil Robles, para evitar una crispación revolucionaria, fue su gran error: más bien provocó lo que quería rehuir. Le absuelve, en todo caso, la pretensión conciliadora en que siempre trató de inspirarse.

A este respecto, quizá el juicio más certero sobre la persona y el político sea el de Amadeo Hurtado, que le conoció muy de cerca: “De una elocuencia frondosa, de una memoria sorprendente, de una cordialidad atractiva y de una buena fe indiscutible, la cualidad predominante en él era la de jurista, la cual venía a ser una segunda naturaleza, porque todos los problemas políticos, por muy enrevesados que fuesen, se les presentaban como la materia viva de una fórmula jurídica. Su sólida preparación en cuestiones de derecho público, ayudada de una provechosa experiencia como abogado del Consejo de Estado, le daba una gran autoridad en las discusiones de temas constitucionales que difícilmente le cogían desprevenido, y no se puede negar que esta cualidad era un defecto para todos los intuitivos y para muchos que, sin serlo, se inclinaban por sistema a tirar del derecho más que a ir de acuerdo con el derecho.

Sería inútil decir que con esta preparación se tomó muy seriamente la función arbitral del poder moderador al llegar a jefe del Estado, con la pretensión de dar a la República el valor de una institución nacional por encima de los intereses circunstanciales de los partidos, y eso, que era sin duda un pensamiento de hombre de Estado, es lo que en definitiva le había de perder, ya que no casaba con la anormalidad de aquellos tiempos revolucionarios de la implantación de un nuevo régimen [...]. Alcalá-Zamora, con una apariencia de ligereza por su verbosidad, por la camaradería de su trato, por la modestia excesiva de sus costumbres hogareñas y por la revelación ingenua de sus inquietudes, desconfianzas y recelos [...] era todo un carácter, y tenía mucha fortaleza de espíritu para revestir con coraje todas las adversidades, y en cambio, otra figura capital de la República, como era don Manuel Azaña, con una apariencia de firmeza por su palabra precisa y tajante, por un trato serio y poco hablador, por un concepto prestigioso de los atributos del poder y por el hermetismo de sus sentimientos más íntimos, tenía una flaqueza de carácter insospechada para enfrentarse con las situaciones personales difíciles. Si Alcalá-Zamora se hubiese hallado como presidente de la República a la hora de la guerra civil, habría muerto sin duda asesinado, mientras que Azaña, que sí se halló, había de morir de pasión de ánimo” (A. Hurtado, 1967-1969: 116-118). Carlos Seco Serrano

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