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lunes, 29 de junio de 2015

Junio2015/Miscelánea. PASEO DOMINICAL Y VESPERTINO POR LA CIUDAD DE ALBARRACÍN

Cuando la tarde cierra sus turísticas puertas y los últimos visitantes huyen por Santa Croche con el tubo de escape entre las piernas camino de Valencia, descubres, de repente, que la ciudad, que Santa María de Oriente es toda tuya. Es el momento de los tibios callejones recogiendo el sol de la tarde en la piedra arenosa del rodeno; de las fuentes cantarinas con la mano fresca en el agua, bajo el agua/sobre el agua; acaso del gato sobre la parra y la parra abrazada a la muralla. Y es el tiempo del silencio en la ciudad de los Azagras, es tiempo de un viento cálido que emocionalmente llega desde el Califato de Córdoba. Persianas que se mueven, sombras que se desvanecen. Titilar de las luces opacas en los hoteles y en las copas ya vacías tras un fin de semana agotador. Es quizás, el momento, de dejar que el tiempo te devoré sin que tú te ofendas y sin que el apetito del sueño abrase los instantes mágicos que estas viviendo. Sentado en el banco rodeno de la plaza bebes el vino blanco como un Califa, o tal vez sólo como un Visir pero, sientes el mundo girar sobre esta pequeña ciudad como si ahora fuera su centro, como si fuera una Jerusalén de río blanco y piedra roja transportada por los aires en mano del mago de la lámpara de Aladino. No sientes la partida, pues Albarracín siempre permanece y permanece. Aben Razín se renueva y se recrea a si misma como un milagro hecho ola de mar contra la roca. Albarracín, siempre antigua y siempre nueva es, tal vez, como la belleza en los viejos harenes.
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