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jueves, 25 de junio de 2015

Junio2015/Miscelánea. LA INVASIÓN DE LAS HORMIGAS (EL FIN DE LA, HASTA AHORA, INMORTAL CIUDAD DE ZARAGOZA)

UN EJÉRCITO DE HOMIGAS ATACA LA INMORTAL CIUDAD DE ZARAGOZA
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Camino de Carralamata encontró dos negras filas de hormigas que atravesaban el camino. Se acercó curioso a observar esos dos surcos negros en movimiento. Dos filas paralelas y perfectamente alineadas, como hechas con regla y cartabón. Conforme fue aproximando el ojo percibió un movimiento incesante de diminutos y negros animalicos. Circulaban en las dos direcciones y a veces trataban de chocar unas contra otras pero, dos antenas situadas en la cabeza parecían ser la causa de que el choque no se produjera. Se aproximó más y más y siguió la negra fila de incesante movimiento hasta el agujero de entrada al hormiguero. Sacó del bolsillo su linterna y enfocó a la profundidad de aquel túnel oscuro. De pronto, como absorbido por una fuerza misteriosa, fue succionado hacia su interior. En ese mágico instante, al mismo tiempo que su cuerpo se estrechaba para tomar el grosor de una aguja, su tamaño disminuía en todas sus proporciones hasta alcanzar el de uno de aquellos diminutos animalicos.
Ya estaba en medio de aquella oquedad y a su lado pasaban con incansable movimiento un mar de seres cargados de alimentos. Los depositaban en el gran almacén y tornaban a salir fuera en busca de más y más semillas. Como si fuera el última día de recolección y no tuvieran suficiente alimento para todo un inverno, su afán era inconmensurable. Trató, entonces de llamarlas, de hablarles, de preguntarles por la razón de tanta laboriosidad. Pero las pequeñas hormiga no le entendían. Acaso le respondían en una lengua y en un acento incomprensible para él. Al poco tiempo llegaron dos hormigas guardianes, se colocaron una a cada lado de la intrusa y con un gesto la invitaron a seguirles.
La hormiga reina que tenía la grandeza y el poder de un Dios, conocía todos las lenguas del mundo de las hormigas y todas las lenguas del mundo de los humanos. Le preguntó la causa de su llegada y qué pretendía al entrar en un espacio vedado a los humanos, no sólo por su tamaño, sino por la escasa capacidad para comprender aquel mundo singular y perfecto. En el hormiguero no había guerras, ni pobreza, ni envidias, ni traiciones… cada uno tenía asignado su papel desde el momento mismo de su nacimiento y la reina madre de las hormigas, todopoderosa, cumplía el plan preestablecido con total puntualidad.
Sin embargo, la intrusa había llegado de forma insospechada y, con el agravante de no tener trabajo asignado. Además, no sabía hablar ni comprendía nada de lo que le rodeaba. Por esa razón la reina madre trató de encajar esta pieza (este verso suelto) en el perfecto equilibrio del hormiguero. Como había llegado con aspecto  de hormiga lela y sumida en un total espanto por todo lo que le rodeaba, acertó a llamarla: Espanto-lela. Le asignó maestra para que aprendiera la lengua de las hormigas y la dejó durante un tiempo fuera de las filas inacabables para que fuera comprendiendo mejor el mundo al que acababa de llegar.
Aprendió enseguida que el lenguaje de las hormigas era muy sencillo a la vez que sutil. Era muy parecido al sistema de numeración binario, el mismo que los humanos utilizan en la comunicación digital. La expresión verbal tenía su contrapunto en la comunicación Morse y se realizaba mediante el frotamiento de las antenas que les crecían en lo alto de la cabeza. Cuando hubo comprendido bien la lengua y practicado a la perfección, Espanto-lela fue presentada de nuevo a la reina madre.
Bien, susurró la reina nada más ver de nuevo a Espanto-lela. Ahora ya podían hablar, sin embargo, le comunicaron que ella no podía dirigirse a la reina, a la diosa suprema del hormiguero. Le advirtió, su maestra, que estuviese atenta al mensaje que le iba a trasladar. De momento y por un tiempo indefinido te ocuparás del hormigo-radio. Se trata de un amplificador de voz en el que irás repitiendo incesantemente todos los avatares de mi larguísima vida y de mis virtudes. Es como un hilo sinfín, sólo pararás para comer lo preciso y para dormir. No hay más límites ni más expectativas. Desde ese mismo instante Espanto-lela tomo el micrófono y comenzó el relato de la vida de la reina según un viejísimo manuscrito escrito con diminutos puntos y rayas, indescifrable para los que desconocían la lengua de las hormigas.
Pasado un siglo (computo hormiguil) de lectura ininterrumpida, la hormiga Espanto-lela fue de nuevo presentada ante la reina. Ésta, le habló claro y conciso. Tu misión es la siguiente. Se trata de que vuelvas al mundo de los humanos y realices la misma tarea que aquí has desarrollado. Te ocuparás de las emisoras durmientes. Se trata de una red de radio que emite constantemente música y noticiarios. La música deberá ser sedante para ir reduciendo progresivamente la vitalidad y la capacidad de juicio de los humanos. Los boletines informativos serán anodinos y quitarán todo tipo de preocupaciones a los hombres. Al final del proceso, que puede durar siglos (computo hormiguil), la conducta de los humanos debe parecerse a la de las hormigas. Los hombres, como zombis, realizarán sus tareas rutinarias y carecerán de opinión sobre las cosas. En un momento determinado de mi eternidad, lo mismo que tú te has reducido, las hormigas nos engrandeceremos y conquistaremos el mundo de los hombres.
Tras despedirse, los guardianes condujeron a Espanto-lela hasta el orificio de entrada al hormiguero. Nada más tomar el primer aliento de aire fresco, la hormiga se transformó de nuevo en un ser humano. Fue retirándose del hormiguero sin sentir, aparentemente, que aquella extraordinaria experiencia había durado un siglo hormiguil, equivalente a unos pocos segundos en la vida de un humano.
Tornó a la villa de Encinacorba y durmió aquella noche profundamente. La relajación que sentía la achacaba al cansancio del paseo. Sin embargo, en  los días siguientes su conducta no cambió y cada día sentía sus músculos más relajados y su latido cardiaco más lento. Tomó el tren como impelido por una fuerza superior y se presentó en Zaragoza. Allí, en la Inmortal (de nuevo recordó a la reina de las hormigas) se dirigió a las instalaciones de Radio Aragón. ¡Quiero ser locutor!
Le realizaron concienzudas pruebas. Leyó textos larguísimos. Le hicieron dramatizar con obras de los clásicos españoles, etc. etc. El informe fue inapelable: “Está preparadísimo”. De esta forma, sin que nadie sospechara nada, entró en la radio. Desde el mismo día en que articuló su templada y meliflua voz sobre el micrófono, comenzó la humanidad a estar en peligro. Los “maños” empezaron a echar largas siestas y a dormirse en el trabajo. Los coches redujeron su velocidad y hubo embotellamientos. Los tranvieros reducían, sin explicárselo, su velocidad al mínimo. Poco a poco, gracias a la magia de la radio, los aragoneses empezaron a dejar el coche en casa e ir al trabajo formando larguísimas colas. Desde las azoteas de las casas se veían desfilar bajo las boinas negras y los pañuelos (también negros) de las mujeres, atadicos a la cabeza, filas de humanos maduros ya para la invasión que preparaba la reina de las hormigas.
A Cecilio Lagasca Auré le gustaba hacer el amor en la quietud de la noche, cuando la luna estaba colgada sobre el cerro de Santa Cruz y la calma hacía hueco en su amoroso colchón de lana. Penetraba a su mujer sin previo aviso. Ella consentía a sabiendas de que esa trasgresión le excitaba sobremanera. Pero, aquella noche, de repente, el cielo se tornó rojizo, el viento huracanado volteó las nubes sobre la sierra de Algairén y extraños y estruendosos golpes secos y duros se acrecentaban por momentos. María (su mujer) le apremió a derramarse pues, todo aquel barullo, le resultaba extraño y aterrador a la vez. Por un instante ella vio desaparecer el techo de la habitación sobre el que tenía fijos los ojos, al igual que el aparato de la luz. Pues María, gustaba entretenerse mientras su marido copulaba, contando as luminetas de l´aparato, güellando las telarainas d´o teito o dixando bolar a suya imaxinazión por os pagos d´a suya billa. Y de repente, sin esperarlo, se asomó sobre ella una enorme cabeza negra con dos antenas y una fila de enormes dientes, que como cuchillos, se abrieron de par en par y devoraron a la pareja, sin que Cecilio, todavía, hubiera tenido tiempo a derramarse.
La tarde había sido rara con constantes cambios del viento y un ir y venir de nubes pretas y negras que dejaban entrever una agitación constante en la naturaleza. Violentos tornados se levantaban sobre los caminos y rastrojos elevando al cielo columnas de polvo rojo arcilloso. Uno de esos tornados tubulares devino en afilada aguja que penetró en el interior del hormiguero de Carralamata. La reina madre y diosa todopoderosa del hormiguero percibió que el día y la hora había llegado. Puso en marcha a los heraldos, activó la megafonía, conectó la radio-hormiga y toda la colonia como un sólo cuerpo, se puso en pie. Se formó una fila de menudos seres, aparentemente cándidos y carentes de maldad, que instintivamente tomaron la salida del hormiguero. Pero, conforme llegaban a la luz del exterior su cuerpo crecía tomando el tamaño del un caballo percherón. Su abultado cuerpo, su enorme cabeza, el haber desarrollado dos enormes filas de dientes que como sierras mecánicas destrozaban todo lo que encontraban a su paso, les daban un aspecto terrorífico. Arrasaban cosecha, destrozaban poblaciones y comían de un único bocado a una o dos personas a la vez.
Para el año 2050 de la era cristiana los pueblos de Aragón habían alcanzado su más alto grado de despoblación. Zaragoza, sin embargo, crecía como gran metrópoli con más de dos millones de habitantes. Todas las autovías llegaban a la Z-50, un enorme anillo de 50 kilómetros de longitud que rodeaba el centro de este fértil valle regado por el Ebro. Era el día 12 de octubre, había fiesta en la ciudad. Las vías de comunicación estaban atestadas de estos fantásticos y telúricos hormigones que caminaban hacia la ciudad dejado a su paso una estela de terror y de pavor.
Por la avenida de Fernando II el Católico avanzaba una columna de animales desbaratando todo lo que encontraba a su paso y comiendo oferentes. En su seno llevaban, en peana, a la reina de las hormigas y diosa todopoderosa para colocarla en la Basílica del Pilar. Este enorme edificio estaba destinado a ser nidal y gineceo de hembras fértiles. Una vez depositada en tan suntuoso espacio, la reina inició una exuberante y extraordinaria puesta de huevos que cubrió paredes, altares, cúpulas, pechinas, bóvedas, sacristías y campanarios. Otros batallones de hormigones se dirigieron a los puntos estratégicos de la ciudad oasis: el Pignatelli, la Aljafería, el Ayuntamiento, el Cabildo Metropolitano, la Audiencia, Capitanía General y la Casa de Ganaderos. Particular cuidado tuvieron de tomar al asalto y disimuladamente las instalaciones militares del Campo de San Gregorio.
Al terminar aquella aciaga jornada del 12 de octubre del 2050, aquel enorme ejercito de hormigones que había llegado a la ciudad invadiéndola desde todos los puntos cardinales, había acabado con cualquier resto de vida humana en la Inmortal. Nada quedó, pues, ni de los oferentes ni de sus ramilletes de flores.  Y, lo que es más triste, nadie recordaría jamás lo acaecido en esta ciudad.
 Una vez tomada Zaragoza, las hormigas, que iban incrementado su numero gracias al nidal del Pilar, iniciaron su marcha sobre la ciudades circundantes: Barcelona, Lérida, Huesca, Soria, Logroño, Guadalajara, Teruel…
Todo parecía indicar que el fin de la raza humana estaba a punto de producirse. Todo, al parecer por culpa de la RADIO (Aragón Radio) y de una DESPOBLACIÓN que había dejado crecer los hormigueros sin control alguno.
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