UN EJÉRCITO DE HOMIGAS ATACA LA INMORTAL CIUDAD DE ZARAGOZA
*
Camino de Carralamata encontró
dos negras filas de hormigas que atravesaban el camino. Se acercó curioso a
observar esos dos surcos negros en movimiento. Dos filas paralelas y perfectamente
alineadas, como hechas con regla y cartabón. Conforme fue aproximando el ojo
percibió un movimiento incesante de diminutos y negros animalicos. Circulaban
en las dos direcciones y a veces trataban de chocar unas contra otras pero, dos
antenas situadas en la cabeza parecían ser la causa de que el choque no se
produjera. Se aproximó más y más y siguió la negra fila de incesante movimiento
hasta el agujero de entrada al hormiguero. Sacó del bolsillo su linterna y
enfocó a la profundidad de aquel túnel oscuro. De pronto, como absorbido por
una fuerza misteriosa, fue succionado hacia su interior. En ese mágico
instante, al mismo tiempo que su cuerpo se estrechaba para tomar el grosor de una
aguja, su tamaño disminuía en todas sus proporciones hasta alcanzar el de uno
de aquellos diminutos animalicos.
Ya estaba en medio de aquella
oquedad y a su lado pasaban con incansable movimiento un mar de seres cargados
de alimentos. Los depositaban en el gran almacén y tornaban a salir fuera en
busca de más y más semillas. Como si fuera el última día de recolección y no
tuvieran suficiente alimento para todo un inverno, su afán era inconmensurable.
Trató, entonces de llamarlas, de hablarles, de preguntarles por la razón de
tanta laboriosidad. Pero las pequeñas hormiga no le entendían. Acaso le respondían
en una lengua y en un acento incomprensible para él. Al poco tiempo llegaron
dos hormigas guardianes, se colocaron una a cada lado de la intrusa y con un
gesto la invitaron a seguirles.
La hormiga reina que tenía la
grandeza y el poder de un Dios, conocía todos las lenguas del mundo de las
hormigas y todas las lenguas del mundo de los humanos. Le preguntó la causa de
su llegada y qué pretendía al entrar en un espacio vedado a los humanos, no sólo
por su tamaño, sino por la escasa capacidad para comprender aquel mundo
singular y perfecto. En el hormiguero no había guerras, ni pobreza, ni
envidias, ni traiciones… cada uno tenía asignado su papel desde el momento
mismo de su nacimiento y la reina madre de las hormigas, todopoderosa, cumplía
el plan preestablecido con total puntualidad.
Sin embargo, la intrusa había
llegado de forma insospechada y, con el agravante de no tener trabajo asignado.
Además, no sabía hablar ni comprendía nada de lo que le rodeaba. Por esa razón
la reina madre trató de encajar esta pieza (este verso suelto) en el perfecto
equilibrio del hormiguero. Como había llegado con aspecto de hormiga lela y sumida en un total espanto
por todo lo que le rodeaba, acertó a llamarla: Espanto-lela. Le asignó maestra
para que aprendiera la lengua de las hormigas y la dejó durante un tiempo fuera
de las filas inacabables para que fuera comprendiendo mejor el mundo al que
acababa de llegar.
Aprendió enseguida que el
lenguaje de las hormigas era muy sencillo a la vez que sutil. Era muy parecido
al sistema de numeración binario, el mismo que los humanos utilizan en la comunicación digital. La expresión verbal tenía su contrapunto en la
comunicación Morse y se realizaba mediante el frotamiento de las antenas que
les crecían en lo alto de la cabeza. Cuando hubo comprendido bien la lengua y
practicado a la perfección, Espanto-lela fue presentada de nuevo a la reina
madre.
Bien, susurró la reina nada más
ver de nuevo a Espanto-lela. Ahora ya podían hablar, sin embargo, le
comunicaron que ella no podía dirigirse a la reina, a la diosa suprema del
hormiguero. Le advirtió, su maestra, que estuviese atenta al mensaje que le iba
a trasladar. De momento y por un tiempo indefinido te ocuparás del
hormigo-radio. Se trata de un amplificador de voz en el que irás repitiendo
incesantemente todos los avatares de mi larguísima vida y de mis virtudes. Es
como un hilo sinfín, sólo pararás para comer lo preciso y para dormir. No hay más
límites ni más expectativas. Desde ese mismo instante Espanto-lela tomo el
micrófono y comenzó el relato de la vida de la reina según un viejísimo manuscrito
escrito con diminutos puntos y rayas, indescifrable para los que desconocían la
lengua de las hormigas.
Pasado un siglo (computo hormiguil) de lectura
ininterrumpida, la hormiga Espanto-lela fue de nuevo presentada ante la reina. Ésta, le habló claro y conciso. Tu misión es la siguiente. Se trata de que vuelvas al
mundo de los humanos y realices la misma tarea que aquí has desarrollado. Te ocuparás
de las emisoras durmientes. Se trata de una red de radio que emite
constantemente música y noticiarios. La música deberá ser sedante para ir
reduciendo progresivamente la vitalidad y la capacidad de juicio de los
humanos. Los boletines informativos serán anodinos y quitarán todo tipo de
preocupaciones a los hombres. Al final del proceso, que puede durar siglos (computo hormiguil), la
conducta de los humanos debe parecerse a la de las hormigas. Los hombres, como
zombis, realizarán sus tareas rutinarias y carecerán de opinión sobre las cosas.
En un momento determinado de mi eternidad, lo mismo que tú te has reducido, las
hormigas nos engrandeceremos y conquistaremos el mundo de los hombres.
Tras despedirse, los guardianes condujeron
a Espanto-lela hasta el orificio de entrada al hormiguero. Nada más tomar el
primer aliento de aire fresco, la hormiga se transformó de nuevo en un ser
humano. Fue retirándose del hormiguero sin sentir, aparentemente, que aquella
extraordinaria experiencia había durado un siglo hormiguil, equivalente a unos
pocos segundos en la vida de un humano.
Tornó a la villa de Encinacorba y
durmió aquella noche profundamente. La relajación que sentía la achacaba al
cansancio del paseo. Sin embargo, en los
días siguientes su conducta no cambió y cada día sentía sus músculos más
relajados y su latido cardiaco más lento. Tomó el tren como impelido por una
fuerza superior y se presentó en Zaragoza. Allí, en la Inmortal (de nuevo recordó
a la reina de las hormigas) se dirigió a las instalaciones de Radio Aragón.
¡Quiero ser locutor!
Le realizaron concienzudas
pruebas. Leyó textos larguísimos. Le hicieron dramatizar con obras de los clásicos
españoles, etc. etc. El informe fue inapelable: “Está preparadísimo”. De esta
forma, sin que nadie sospechara nada, entró en la radio. Desde el mismo día en
que articuló su templada y meliflua voz sobre el micrófono, comenzó la
humanidad a estar en peligro. Los “maños” empezaron a echar largas siestas
y a dormirse en el trabajo. Los coches redujeron su velocidad y hubo
embotellamientos. Los tranvieros reducían, sin explicárselo, su velocidad al mínimo. Poco a poco,
gracias a la magia de la radio, los aragoneses empezaron a dejar el coche en
casa e ir al trabajo formando larguísimas colas. Desde las azoteas de las casas
se veían desfilar bajo las boinas negras y los pañuelos (también negros) de las
mujeres, atadicos a la cabeza, filas de humanos maduros ya para la invasión
que preparaba la reina de las hormigas.
A Cecilio Lagasca Auré le gustaba
hacer el amor en la quietud de la noche, cuando la luna estaba colgada sobre el cerro de Santa Cruz y la calma hacía hueco en su amoroso colchón de lana. Penetraba a su
mujer sin previo aviso. Ella consentía a sabiendas de que esa trasgresión le excitaba
sobremanera. Pero, aquella noche, de repente, el cielo se tornó rojizo, el
viento huracanado volteó las nubes sobre la sierra de Algairén y extraños y estruendosos
golpes secos y duros se acrecentaban por momentos. María (su mujer) le apremió a
derramarse pues, todo aquel barullo, le resultaba extraño y aterrador a la vez. Por un
instante ella vio desaparecer el techo de la habitación sobre el que tenía
fijos los ojos, al igual que el aparato de la luz. Pues María, gustaba entretenerse mientras su marido copulaba, contando as luminetas de l´aparato, güellando las telarainas d´o teito o dixando bolar a suya imaxinazión por os pagos d´a suya billa. Y de repente, sin esperarlo, se asomó sobre ella una enorme cabeza
negra con dos antenas y una fila de enormes dientes, que como cuchillos, se abrieron
de par en par y devoraron a la pareja, sin que Cecilio, todavía, hubiera tenido
tiempo a derramarse.
La tarde había sido rara con
constantes cambios del viento y un ir y venir de nubes pretas y negras que
dejaban entrever una agitación constante en la naturaleza. Violentos tornados
se levantaban sobre los caminos y rastrojos elevando al cielo columnas de polvo
rojo arcilloso. Uno de esos tornados tubulares devino en afilada aguja que penetró en el
interior del hormiguero de Carralamata. La reina madre y diosa todopoderosa del
hormiguero percibió que el día y la hora había llegado. Puso en marcha a los
heraldos, activó la megafonía, conectó la radio-hormiga y toda la colonia como
un sólo cuerpo, se puso en pie. Se formó una fila de menudos seres,
aparentemente cándidos y carentes de maldad, que instintivamente tomaron la salida
del hormiguero. Pero, conforme llegaban a la luz del exterior su cuerpo crecía
tomando el tamaño del un caballo percherón. Su abultado cuerpo, su enorme
cabeza, el haber desarrollado dos enormes filas de dientes que como sierras mecánicas
destrozaban todo lo que encontraban a su paso, les daban un aspecto terrorífico.
Arrasaban cosecha, destrozaban poblaciones y comían de un único bocado a una o
dos personas a la vez.
Para el año 2050 de la era
cristiana los pueblos de Aragón habían alcanzado su más alto grado de
despoblación. Zaragoza, sin embargo, crecía como gran metrópoli con más de dos
millones de habitantes. Todas las autovías llegaban a la Z-50, un enorme anillo
de 50 kilómetros de longitud que rodeaba el centro de este fértil valle regado
por el Ebro. Era el día 12 de octubre, había fiesta en la ciudad. Las vías de
comunicación estaban atestadas de estos fantásticos y telúricos hormigones que caminaban
hacia la ciudad dejado a su paso una estela de terror y de pavor.
Por la avenida de Fernando II el
Católico avanzaba una columna de animales desbaratando todo lo que encontraba a
su paso y comiendo oferentes. En su seno llevaban, en peana, a la reina de las hormigas y diosa
todopoderosa para colocarla en la Basílica del Pilar. Este enorme edificio
estaba destinado a ser nidal y gineceo de hembras fértiles. Una vez depositada
en tan suntuoso espacio, la reina inició una exuberante y extraordinaria puesta
de huevos que cubrió paredes, altares, cúpulas, pechinas, bóvedas, sacristías y
campanarios. Otros batallones de hormigones se dirigieron a los puntos
estratégicos de la ciudad oasis: el Pignatelli, la Aljafería, el Ayuntamiento,
el Cabildo Metropolitano, la Audiencia, Capitanía General y la Casa de Ganaderos. Particular cuidado tuvieron de
tomar al asalto y disimuladamente las instalaciones militares del Campo de San
Gregorio.
Al terminar aquella aciaga jornada
del 12 de octubre del 2050, aquel enorme ejercito de hormigones que había
llegado a la ciudad invadiéndola desde todos los puntos cardinales, había
acabado con cualquier resto de vida humana en la Inmortal. Nada quedó, pues, ni
de los oferentes ni de sus ramilletes de flores. Y, lo que es más triste, nadie recordaría jamás
lo acaecido en esta ciudad.
Una vez tomada Zaragoza, las hormigas, que
iban incrementado su numero gracias al nidal del Pilar, iniciaron su marcha sobre
la ciudades circundantes: Barcelona, Lérida, Huesca, Soria, Logroño, Guadalajara,
Teruel…
*