UNA CRISIS TERRIBLE
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Es preciso decirlo para no pasar
por estúpido. Si acaso fuera necesario hacer hincapié en el doloroso trance
por el que “todos” estamos pasando, se hace...se cargan las tintas. La crisis ha llenado
de miseria nuestras vidas. Dicho esto, complacido el respetuoso auditorio,
denigrada la clase política y escarnecido el funcionariado, hago repaso.
Estoy
sentado en el cuarto donde se ubica la cocina de mi casa (actual) y veo los muebles de
cocina, los electrodomésticos, los alicatados, las puertas y ventanas. Repaso mentalmente
comparando la cocina donde yo me crié de niño en Tortajada, apenas a diez kilómetros
de Teruel. Repaso uno por uno y no encuentro el frigorífico, ni la lavadora, ni
el friegaplatos, ni el horno, ni la “vitro”, ni la campana extractora… Nada de
esto teníamos allá por los años 50/60 del siglo pasado apenas una cocinilla de las llamadas "económicas" y que tan famosas se hicieron. Ni radio y menos televisión. Tampoco teníamos luz, digo mal, sólo teníamos luz por la noche y escasa. Teníamos en toda la casa solamente una bombilla que, para
que funcionara era preciso avisar al “lucero” (encargado de la luz) para que diera la corriente. La
despensa era una bodega y los suelos de yeso, sin baldosas. No había, es cierto, que pagar
alcantarillado, ni basuras. Delante de la casa se hacía una cemera o femera
donde se arrojaban los desperdicios. Si eran orgánicos se los comían primero
las gallina y los restos se envolvían con paja para su putrefacción. Si en la
casa se abría una lata de sardinas o de atún, el recipiente servía para echar, luego, agua y de comer a los conejos y a las gallinas. La habitación mas visitada y atendida de la casa era la CORTE, es decir la zolle o gorrinera, donde habitaban y se
engordaban los cerdos con forraje y desperdicios de comida. Nuestra primera
palabra, en el vocabulario científico, era la rarísima expresión: omnívoro. La escuela
era unitaria, con la enciclopedia Álvarez, un maestro mutilado de guerra y
leche y queso de los americanos. A mi madre, que por esas fechas criaba a mi
hermano menor, la maestra tenía la atención de llevarle un poco de aquella
leche aguachinada. Para el transporte teníamos el coche de San Fernando, un
ratito a pie y otro andando. Tras la escuela debíamos ayudar en las tareas de
la casa y del campo. Bajar a por agua al río Alfambra, ir a por paja a la era, acercarnos a la huerta a
por alfalfe y otros forrajes para los animales…. Con la llegada de la primavera buscábamos con
avidez los primeros árboles frutales. Las peras sanjuaneras, luego… manzanas de
verde doncella, reinetas… las comíamos siempre verdes. El hambre no tenía
piedad con los procesos de maduración. Bien entrado el verano, la alimentación
mejoraba gracias a las “galimas” aunque algunas de ellas nos salieran caras por
las palizas que luego llevábamos (digo paliza y no exagero), pero todo se daba
por bueno si llenabas la andorga. Así que los chicos de mi generación pasamos
de la leche materna, a la leche americana y luego a la leche de pepino. Las ropas más parecían andrajos que vestidos propiamente dichos. Como el único
recuerdo fotográfico que tenemos es el de la Primera Comunión, da la impresión
de que éramos niños pijos.
Hace pocos meses vi en el
hospital sedar a un enfermo, se trataba de hacerle respirar su propio anhídrido
carbónico. Nosotros, de niños, nos acostábamos en aquellas heladoras
habitaciones (ningún tipo de calefacción) con apenas una sábana, un amanta y
una colcha. Nos colocábamos en la cama en posición fetal y nos tapábamos
completamente de forma que en el interior se hacía una pequeña cámara de aire
que tratábamos de calentar con nuestro propio aliento. Hubiéramos muerto
intoxicados a no ser porque el propio instinto nos hacía renovar el aire de vez
encunado.
Aprendíamos pronto a hacer
trampas y lazos para cazar conejos y en verano pescábamos en el río, truchas,
barbos y cangrejos. Si la tronada hacía salir los barrancos íbamos a recoger chatarra de guerra. El otoño era una estación bendita por la cantidad de frutos
que se recogían. Del verano recuerdo los baños en el río y los aciagos días de
siega, acarreo y trilla. Los padres ponían pronto a trabajar a los hijos. Yo tuve suerte,
pues mi madre nos hizo estudiar a todos (seis hijos). Estudiamos sin becas, sin comedor, sin
transporte y casi sin libros. Pero había una cosa más importante que todo eso,
eran las ganas de salir de la miseria. Recuerdo que mi madre me aleccionaba: Hijo,
estudia, luego tendrás con que comer y con que vestir. Refuerza mi aserto, para
que no se vea que exagero, un comentario de Labordeta respecto a los jóvenes
turolenses que iban al Ibáñez Martín a estudiar. Decía que él había tenido en
Teruel los alumnos más aplicados que pudieran darse jamás. Era verdad, eran las
cornadas del hambre.
Seguramente, estas circunstancias marcaron mi vida y mi forma de actuar profesionalmente hablando. Por eso fue una constante mientras trabaje el que sólo pidiera a mis alumnos como material de clase: lápiz, goma, sacapuntas y una libreta. Todo ello, junto a la ilusión por aprender, ha sido suficiente para mis alumnos.
Seguramente, estas circunstancias marcaron mi vida y mi forma de actuar profesionalmente hablando. Por eso fue una constante mientras trabaje el que sólo pidiera a mis alumnos como material de clase: lápiz, goma, sacapuntas y una libreta. Todo ello, junto a la ilusión por aprender, ha sido suficiente para mis alumnos.
Para ser sinceros, yo no he
padecido especialmente la última crisis. Yo he sido funcionario. Pero nuestra
generación ha sido la más ahorradora de España y siempre salía Teruel en el ranquin
de las provincias que porcentualmente más ahorraba. Ahora, esa percepción que nos hacía sentirnos precavidos en el
gasto y escrupulosos en el ahorro, al saber que habitábamos una tierra pobre,
se ha perdido. Las nuevas generaciones creen que el dinero sale de una cajita mágica
situada en las esquinas de las calles.
Las personas cuya fotografía
pongo a continuación, todas ellas son hijas de esta tierra y todas ellas han
sentido el deseo y el impulso de la mejora personal y colectiva de nuestra
provincia. Algunas de ellas, especialmente Raúl Carlos Maícas y Gonzalo Borrás, por su
constancia, tenacidad y generosidad son dignas de ensalzar. Gentes todas con un
proyecto, PERSONAL Y SOCIAL. Borrás ha llevado el Mudéjar a sus más altas cotas, todo el Mudéjar aragonés es Patrimonio de la Humanidad. Raúl ha manejado el timón de la revista Turia, una publicación que es referente nacional en la difusión y crítica literaria. Mucha gente, cuando lee Turia piensa que está editada en Valencia, no comprenden que un trabajo así pueda hacerse desde una pequeña y marginada provincia.
Ahora el lema es: NO VENIMOS A
POR LAS MIGAJAS, QUEREMOS TODO EL BOCADILLO. ¡Que dios nos pille con algún
dinero ahorrado... y confesaos!
Isidoro Esteban en la Diputación de Teruel
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Ángel Gracia unido a la señorial villa de Rubielos de Mora.
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Gonzalo Borrás, el mudéjar aragonés.
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Raúl Carlos Maícas y la revista Turia.
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Gonzalo nos pasó a leer en "cartilla".
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