EL ORIGEN DE LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA EN ESPAÑA
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Sin embargo, hasta los años 50 del siglo XX, España era mayoritariamente analfabeta.
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Chusé María Cebrián Muñoz
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Hay un mito, muy extendido en nuestros días, que viene a decir que hasta que no llegó el socialismo al poder no hubo “nada de nada” en la enseñanza de nuestro país. Decir eso en la España de Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope de Vega, la Universidad de Salamanca o Santiago Ramón y Cajal parece temerario, sin embargo, se dice y se airea con absoluta ligereza e intencionalidad. Se obvia lo complejo de nuestro devenir histórico y de nuestras acciones y reacciones humanas. Se oculta, a veces, el esfuerzo personal de mucha gente tratando de promover el bien común y la liberación del hombre a través del conocimiento. Ignoran muchos, pero no los encinacorberos, que uno de los sabios de mayor prestigio en la Europa de su tiempo vital, Mariano Lagasca, “estudio de pobre” trabajando a la vez. Cuenta Vicente Martínez Tejero, de Lagasca que, siendo estudiante “suplica” a la Universidad de Zaragoza que “no hallándose con medios” para obtener los grados de bachiller en Filosofía y Medicina, “se digne admitirlo para uno de pobre de los que da esa universidad”. Nobles, Cabildos, Escolanías, Gremios, Seminarios, Ayuntamientos y Universidades de toda España tenían abiertos centros de enseñanza hasta mediados del siglo XIX en que se promulga la famosa ley Moyano. Tiempo atrás, también, se llevó a América nuestro modelo de Universidad, y la instrucción de los indios, fue una preocupación constante de franciscanos y jesuitas. Pero en el siglo XIX, el siglo del Liberalismo, las ideas de la Revolución Francesa se extienden como pólvora de norte a sur y de este a oeste de Europa. En esta España decimonónica a Lagasca se le tilda de afrancesado (a pesar de que renunció a los honores que le rendía la administración napoleónica y enrolarse en el ejército español) y es, quizá por ello, una de las figuras clave en el intento de implantar la enseñanza básica y obligatoria, para todos los niños españoles. Es famoso su discurso de apertura del Real Jardín Botánico de Madrid del año 1821 en el que, de forma clara y contundente, siendo Diputado a Cortes por Aragón, y en el seno de la Institución de mayor prestigio científico de la España de entonces, propone los tres grados de la Enseñanza: primaria, secundaria y universitaria. La primera gratuita y universal, las otras voluntarias. Propone además un sistema de financiación y un sueldo mínimo a los maestros para evitar su absentismo de la tarea docente. El intento no cuajó, entre otras cosas por la deriva del Trienio Liberal (1820-1823), el regreso del absolutismo borbónico (entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis) y el exilio de muchos liberales (Lagasca fue uno de ellos). Sin embargo, este deseo de los liberales, no se llevaría a cabo hasta mediados del siglo XIX y con cargo al presupuesto de los ayuntamientos. La España del siglo XIX se desangra con la Guerra Carlista y las otras guerras de segregación abanderadas por la burguesía criolla americana (Simón Bolívar era descendiente de españoles). No fue, la americana, una guerra de independencia -del pueblo nativo- contra la corona española como se quiere presentar ahora (otra falacia). La burguesía criolla vio la forma de independizarse de una España en regresión tras la invasión francesa. A continuación, esa burguesía dominante, impuso La Lengua Castellana como lengua obligatoria en los nuevos países hispanoamericanos y, de esa manera, la impuso a esas gentes nativas que tan valientemente habían combatido a su lado, como forma, ahora, de dominación (para entrar en la administración había que saber español). Es un esquema que comprenderemos bien si observamos la actitud actual de catalanes, vascos y gallegos. Finalmente, en el año 1857 el ministro liberal Claudio Moyano Samaniego publica la ley de “Instrucción Pública” que declara obligatoria la enseñanza primaria en toda España. Los muchos gastos militares hicieron que el dinero obtenido en las sucesivas desamortizaciones y la supresión de muchas cátedras de teología, no llegara al fin previsto y se “perdiera” en unas guerras que destrozaron España. La instrucción del pueblo español siguió renqueante y muchos maestros abandonaban la escuela al no percibir salario alguno para su subsistencia (“pasas más hambre que un maestro de escuela”). Fue Lagasca un ejemplo de esfuerzo personal. Una isla en un océano de conflictos y, a la postre, un romántico que aceptó su lucha con valentía y entrega. Lagasca, que fue director del Real Jardín Botánico de Madrid, fue además de un enorme científico un gran pedagogo. Elaboró un gran número de programas y textos con los que organizó la enseñanza en el Real Jardín Botánico. Gracias a su tesón se conserva el herbario de Mutis. Estando exiliado en Londres confeccionó el Hortus Siccus Londinensis con un claro afán didáctico. Él es el primer referente español sobre la universalización de la “Instrucción Pública” y comprendió muy pronto la necesidad de que el profesorado compartiera experiencias, opiniones y de que trabajara y se organizara de forma coordinada. A este fin instó al Gobierno de Isabel II para que se creara “La Junta de Profesores”, encargada de la dirección y administración del Museo de Ciencias Naturales cosa que se hizo por Real Orden de 21 de septiembre de 1837. Esta medida, quería el encinacorbero, que se hubiera extendido a todos los establecimientos de enseñanza de España. Lagasca murió en el palacio Episcopal de Barcelona… estudiando y enseñando, en 1839. Dice el doctor don Agustín Yáñez y Girona, de Lagasca, en los últimos días de su vida: “… vi animarse su rostro cadavérico, al revolver los pliegos del papel, mostrarme algunas de sus queridas gramíneas, y explicarme las diferencias entre las salvias que tenía recogidas”. Tal fue la vida y la muerte de don Mariano un ejemplo que debería estar presente en esta generación de la abundancia. Ahora los jóvenes, ¡lo quieren todo y lo quieren ya! A Lagasca en Sevilla, camino del exilio, le destruyeron la Flora Española que representaba el esfuerzo de más de 20 años de trabajo científico… y empezó de nuevo. Lagasca murió pobre, pero adelantó en cien años la teoría de la evolución en los vegetales.
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