La Comunidad de Albarracín tiene minas de plata, hierro y otros minerales. Tiene frondosos bosque y canteras. En tiempos pasados fue muy apreciada su lana. Hoy destacan los quesos como en otros tiempos lo hicieran los "cascabelicos" de Tramacastilla y Torres. Caminando por las calles es fácil asociar el hierro con la forja de sus puertas y la rejas de sus ventanas y balcones. Los bosques con las maderas que sirven de soporte a los tabiques y paredes exteriores, cercos, puertas y ventanas. La piedra angulando casas y murallas. Parece natural que lo que está en la naturaleza revierta en beneficio del hombre y sirva para uso, pero también para disfrute del alma. Así es Albarracín: hierro, madera y piedra. En 1789 se mandó hacer este escudo en piedra que ahora figura en la puerta del Museo. Dos referencias tiene muy claras en la caja: Santa María y las barras de Aragón. Fuera del escudo ya señala que es ciudad. Las calles acumulan un sinfín de sensaciones, uniendo lo nuevo con lo viejo, los funcional con la conservación de las estéticas y sabores antiguos. Tomamos un café en el Molino del Gato y el ruido del Guadaviar nos lleva a la ensoñación de batallas y luchas por la vida. Albarracín era inexpugnable y, esa invulnerabilidad, hizo que en tiempos de los moros bajaran hasta la confluencia con el Alfambra a atacar y desvalijar las caravanas que hacían la ruta Zaragoza-Valencia. Luego vinieron los cristianos y hubo de nuevo guerras y luchas palaciegas por mantenerse libre. Hoy Albarracín sigue siendo libre en su singularidad y belleza. Y que siga por muchos siglos.
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Blasón de la ciudad en el frontispicio del Mueso de Albarracin.