ALCAÑIZ
(II)
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Por Pedro Pruneda
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Nunca ha tenido Alcañiz más de cuatro parroquias: Santa María, San Pedro, San Juan y Santiago, La última que se edificaba hacia el año 1181, ha desaparecido totalmente; la de San Pedro, está ya casi reducida a escombros; sólo la de San Juan prolonga débilmente su decrépita existencia. Además de estos templos hay otros abiertos al culto; el llamado de Salinas por su fundador, la iglesia de los Padres Escolapios, y la de las monjas dominicas. Quedan ya pocos de los primitivos conventos, y aún estos consagrados a otros usos de aquellos para que se fundaran. Sirve en el día de hospital civil y militar el de San Francisco, situado en el arrabal y fundado por el maestro Andrés Vives en 1524. Después de la supresión se destinó a cuartel y teatro el del Carmen calzado, que ocupa uno de los costados de la plaza de su nombre y fue construido en 1603. El convento de Dominicos que da nombre a la plaza en que se halla, lo mandó edificar el príncipe D. Juan, hijo de Pedro IV el Ceremonioso, en 1383. Vendido en virtud de la ley de desamortización, la municipalidad lo ha destinado para alhóndiga y posada pública, e igualmente ha pasado a dominio particular el de Capuchinos que en 1612 mandaron edificar varios vecinos de la población. El colegio de Escuelas Pías data de 1729, y de 1593 el convento de monjas dominicas, fundación de don Baltasar Rudilla, rector de la parroquia de Muniesa.
Sobre el empinado cerro en cuya falda se asienta el caserío, descuella el castillo que fue en su origen morisca fortaleza, y residencia más tarde de los comendadores mayores de la orden de Calatrava en la Corona de Aragón. Alonso I el Batallador lo tomó a los árabes al emprender la conquista de la antigua Alcañit; pero la importancia militar que durante algunos siglos tuvo, la debe a los caballeros de Calatrava, a quienes Alfonso II lo donó en el último tercio del siglo XII. Es un rectángulo imperfecto, rodeado de fuertes y elevadas murallas flanqueadas con torres almenadas. Su fábrica, como todas las que en la población tienen alguna importancia, es de sillares de piedra arenisca, igual a la que construía los buenos muros de cuarenta palmos de altura que antes cerraban la ciudad, sin el arrabal, y que actualmente están bastante deteriorados. Dentro de su recinto tenía su palacio el gran comendador de la orden, y está su convento o noviciado, cuya excelente iglesia gótica aún se conserva en buen estado, y en cuyos claustros se ven todavía los sepulcros de algunos príncipes, de grandes maestres y comendadores mayores. Casi arruinado estaba en 1728 el castillo; pero habiendo tomado posesión de la encomienda el infante don Felipe lo restauró y mandó construir un magnífico palacio sobre los restos del antiguo.
Al oto lado del magnífico puente de siete arcos tendido sobre el Guadalope por el lado del O.; hay un delicioso paseo llamado el Prado, y el él una plazuela donde llama la atención la fuente de Santa Lucía que despide copiosos caudales de agua por 68 caños. Desde la plazuela arrancan muchas calles de árboles, adornadas de trecho en trecho con bancos de piedra, que terminan a un cuarto de legua de la población en el punto llamado la Palanca. Este paseo es muy agradable particularmente en las tardes del estío, por la frescura del ambiente que allí se respira y por el embeleso que produce la vistosa cascada del Río alto que no lejos de allí se precipita sordamente en el Guadalope. Fuera del portal de San Francisco se encuentra otro paseo en dirección del arrabal, que va a terminar en la ermita de la Encarnación, que fue en lo antiguo sinagoga de los judíos; no tiene arbolado, pero esta falta se compensa con los muchos jardines y huertos que por una y otra margen del mismo se descubren. Dando la vuelta al cerro del Castillo, corría antes una angosta senda, que ensanchada hace diez o doce años, se ha convertido en otro paseo que facilita el tránsito de la ciudad al arrabal.
La descripción de Alcañiz sería incompleta si no consagrásemos algunas palabras a su estanca, tan famosa por su rica pesca. Es un gran receptáculo de seis kilómetros de circunferencia, formado naturalmente por los declives de las lomas o cerrillos que la rodean, y está situada hacia el O. De la ciudad a distancia de una hora. Difícilmente podría conservarse la cantidad de agua necesaria en este estanque, cuya profundidad es de cinco o seis metros, si no se alimentase con toda la que conduce la acequia vieja tres días en el año, y el tercio de ella desde el 1º de octubre hasta último de junio. Junto al agua, en la parte baja, se halla una casita n que vive el guardia y auxiliares, y dentro de ella está el zafareche, en donde por una canal que viene del estanque, caen las sabrosas anguilas que tanta celebridad tienen en toda España. Es la estanca el sitio predilecto de recreo, ya para la caza de aves acuáticas y terrestres, ya para la pesca con arpón, red o caña.
Tuvo antiguamente Alcañiz cuatro hospitales denominados de Santa María, San Nicolás, San Juan y San Lázaro ,los cuales a petición del ayuntamiento se refundieron en el mencionado de San Nicolás, que es el que existe en el día,, aunque trasladado al suprimido convento de San Francisco. También tiene un pósito de de granos o banco agrícola. La instrucción pública está a cargo de los padres escolapios, que han establecido escuelas de instrucción primaria, elemental y superior, y clases de gramática latina, retórica y humanidades. Para la enseñanza de niñas hay cuatro escuelas, en las que además de la labores propias de su sexo se les enseña a leer, escribir, contar y el Catecismo.
Ha sido Alcañiz madre de fecundos ingenios, de célebres filósofos, poetas y jurisconsultos, especialmente durante el siglo XVI. Sobresalen entre la brillante pléyade de hombres notables que florecieron entonces en Alcañiz los poetas Juan Sobrarías y Luis Jover, y la poetisa Juana, hija del primero; Pedro Ruiz de Moros, jurisconsulto distinguido, que por espacio de nueve años, explico derecho en la universidad de Cracovia, con grande aplauso y admiración de todo el Norte de Europa; Juan Lorenzo Palmireno, calificado como una de las glorias españolas, de los que m´s contribuyeron al renacimiento de las letras, y que alcanzó universal nombradía tanto por las lecciones que explicó en la universidad de Valencia, como por la multitud de obras literarias que escribió durante su dilatada carrera; Bernardino Gómez Miedes, uno de los hombres más eminentes en literatura que ha producido Alcañiz, obispo de Albarracín, donde murió en 1589, y autor de la Vida y hechos de D. Jaime el Conquistador; y finalmente, Andrés Vives contemporáneo y amigo de Sobrarías, profundísimo en ciencias médicas, que gastó su cuantiosa fortuna en crear establecimientos literarios y hacer obras de beneficencia, todo en provecho de sus paisanos. Posterior a los escritores citados, puesto que nació el último tercio del siglo XVI, fue Micer Jerónimo Ardid, que gozó merecida fama de jurisconsulto en Zaragoza, donde desempeñó cargos importantes y publicó diversas obras de Derecho.
Entre los hombres notables que produjo Alcañiz en el siglo XVIII, descuella Pedro Juan Zapater, Antonio Enáguila y Francisco Mariano Nifo. Es conocido el primero por la Historia de Alcañiz que publicó en 1704. Floreció Enáguila en el último tercio del citado siglo, dándose a conocer en Zaragoza por sus vastos conocimientos en la historia de Aragón, de cuyas glorias fue ardiente defensor. Nifo era un escritor enciclopédico, activo, emprendedor, infatigable, que sin arredrarse por los inconvenientes propios de su época, logró aclimatar el periodismo en España, en cuya empresa habían fracasado otros escritores. Las obras de Nifo, periódicas y no periódicas, originales y traducidas, no bajan de noventa tomos en 4º y en 8º Algunas de sus publicaciones le sobrevivió, tal como el Diario curioso, erudito y comercial que fundó en unión con Lozano en 1758 y continuó publicándose hasta 1802. Cuenta además Alcañiz entre sus hijos ilustres al cardenal de Aragón D. Domingo Ram, que floreció en el siglo XV, obispo de Huesca y Jaca, y uno de los miembros más influyentes e inteligentes del Parlamento de Alcañiz. Entre los contemporáneos son bien conocidos D. Gaspar Bono Serrano, por su bella colección de poesía que publicó en 1850, y D. Vicente Alcobar por sus bastos conocimientos filológicos. El Sr. Alcocer que a los 31 años poseía cuarenta idiomas, ha publicado diversas obras para la enseñanza de las lenguas francesa e inglesa. (Crónica de la Provincia de Teruel. Madrid,1866).
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