Hijo primogénito del armador y general del mar del mismo nombre y al que conoce la historiografía como Álvaro de Bazán, el Viejo, y de Ana de Guzmán, hija del conde de Teba y marqués de Ardales.
Nacido en las “casas grandes” granadinas que construyera su abuelo Álvaro, el conquistador de Fiñana, sobre el Darro y junto al convento de Sancti Spiritus, descendía de Íñigo López, sexto señor de Vizcaya, y pertenecía al antiguo linaje navarro de los señores del valle del Baztán, que había prestado señalados servicios a los reyes de Navarra y de Castilla durante la Reconquista y que se había convertido en marinero en la generación anterior. Un antepasado, Alonso González de Baztán, había abandonado sus armas propias para tomar el jaquelado de plata y sable, el ajedrezado que representa un campo de batalla que Sancho Abarca III de Navarra le ofreció por haberle salvado de manos francesas. Alféreces mayores en Navarra y caballeros de la Banda en Castilla, su rama Bazán, arraigada en este último reino desde mediados del siglo xiv, daría a su vez origen a varias casas grandes españolas. Su padre, Álvaro de Bazán, el Viejo, había protagonizado la transición familiar de señor de mesnada a marino de guerra, habiendo sido nombrado capitán general de las Galeras de España y de la Costa de Granada al quedar vacante el cargo por muerte de Juan de Velasco, hermano del condestable de Castilla, meses antes de su nacimiento.
Carlos V concedió a Álvaro de Bazán y Guzmán, cuando tenía dos años de edad, el hábito de Santiago, en atención a los servicios de su familia; poco después fue armado caballero en Guadix (17 de enero de 1530), lo que ha dado pie a que algún autor le haga natural de esta ciudad. Se hizo cargo de su educación su ayo Pedro González de Simancas, quien le instruyó en el uso de las armas y le proporcionó una instrucción muy esmerada, lo que le permitió valorar a artistas, poetas y humanistas, de los que, llegado el tiempo, se convirtió en mecenas.
Desde su infancia tuvo Bazán relación con el mundo marítimo mediterráneo, viviendo en Granada pero en continua relación con Gibraltar, base de las Galeras, de cuyo castillo fue nombrado alcaide perpetuo a los nueve años (2 de mayo de 1535), aunque bajo la supervisión paterna hasta contar con edad y juicio suficientes para regirlo efectivamente. Debía de ser ya muy prometedor, pues así se expone en la cédula de concesión, pero se atendía una vez más a premiar méritos heredados “acatando vuestra suficiencia y habilidad y los muchos y leales servicios que el dicho vuestro padre nos ha hecho, y esperamos que vos nos haréis [...]”.
A partir de 1537 tuvo ocasión de integrarse en el mundo atlántico. Como consecuencia del incumplimiento de una orden imperial de dirigirse a Génova, su padre, que había acompañado al Emperador en la jornada de Túnez, fue cesado en el mando de las Galeras de España y se desplazó al Cantábrico con el joven Álvaro, que poco a poco se fue familiarizando con la polifacética actividad de quien no sólo era un mando naval ocasional de Carlos V en ambos mares, sino también constructor e innovador de nuevos tipos de buques, afortunado corsario, mercader con Indias y acaudalado armador de flotas que ofrecía luego en asiento a la Corona. De esta época data la adquisición a ésta del señorío sobre el Viso del Puerto de la antigua encomienda de Mudela y Viso, convertida con sus términos y su jurisdicción civil y criminal en villa de realengo (30 de enero de 1538), que heredó y que en su honor pasaría a denominarse Viso del Marqués.
Nombrado en 1540 Álvaro de Bazán, el Viejo, capitán general del mar Océano con competencia “sobre la guarda del mar del poniente de España, que es desde el estrecho de Gibraltar, hasta Fuenterrabía”, su hijo embarcó con cargo en su armada desde 1542 y asistió dos años después al combate naval de Muros (25 de julio de 1544), en el contexto de la guerra entre Carlos V y Francisco I que finalizó con la paz de Crépy. Tras el saqueo de Lage, Corcubión y Finisterre por parte de una armada francesa al mando de Monsieur de Sanna, ésta fue derrotada por Álvaro de Bazán que apresó veintitrés naves enemigas.
Durante el combate, la capitana de España, donde iban embarcados padre e hijo, embistió a la de Francia y la echó a fondo, rindiendo a continuación a una nao que venía en su socorro. El vencedor se dirigió por tierra a Santiago a dar gracias, y quedó Álvaro de Bazán, el Mozo, con sólo dieciocho años, al mando de toda la escuadra hasta que volvió a embarcar su padre en La Coruña.
En 1549 contrajo matrimonio con Juana de Zúñiga y Avellaneda, hija de los condes de Miranda, quien le dio cuatro hijas: Mariana, Juana, Brianda y Ana, de las que la primera casó con el conde de Coruña y las demás tomaron los hábitos.
El joven Bazán recibió su primer cometido oficial, el de custodiar el regreso de las naves procedentes de Indias, en virtud de comisión real refrendada por el nombramiento de “capitán general de Armada contra Corsarios” (8 de diciembre de 1554). Para entonces había empezado ya también a desempeñar actividades navieras y tres años más tarde, muerto su padre, pudo sumar a la notable flota heredada dos grandes naos y dos zabras cántabras. Sus actividades como asentista fueron, sin embargo, disminuyendo conforme los cargos militares y las comisiones oficiales se iban sucediendo y se incrementaba del poder real y la asunción por parte de la Corona de comisiones hasta entonces en manos de particulares.
Puesto al mando de una flota aprestada en Laredo y compuesta por dos galeones, cuatro navíos y dos pataches con mil doscientos hombres de guerra, consiguió capturar dos buques franceses en el cabo San Vicente al año siguiente; practicó él también el corso contra ingleses, franceses y berberiscos, peinando la zona entre los cabos de Santa María y San Vicente, y las aguas de Azores y Canarias. En otras ocasiones tuvo que remontar por la costa portuguesa hasta Finisterre y compartiendo esta responsabilidad con otras agrupaciones navales contratadas para ello, pero con gran ventaja, al disponer de dos galeones “de la moderna invención”, el nuevo buque de guerra grande pero alargado, fruto de la inventiva de su padre, y cuyo tipo se generalizó en todas las marinas de la época.
En mayo de 1555 apresó frente a Coimbra otra nave francesa fuertemente artillada, en la que hizo setenta prisioneros. Con ocasión de avituallarse su flota en Sevilla y como consecuencia de un conato de motín entre las tripulaciones por retraso en las pagas, se produjo un conflicto de competencias con el alcalde de esta ciudad que terminó con el arresto de Álvaro de Bazán en el domicilio del alguacil Francisco de Guzmán.
Una indignada cédula de Juana de Portugal, como princesa gobernadora, determinó su inmediata puesta en libertad, ya que se había producido por este motivo un retraso en el envío de la escuadra que debía dirigirse a Flandes a recoger al príncipe don Felipe (19 de octubre de 1555).
Al año siguiente capturó junto a la costa portuguesa, otro buque francés armado con setenta cañones y, enterado por sus confidentes de que al amparo de una fortaleza del rey de Marruecos, junto al cabo de Agüer, se encontraban dos grandes naos inglesas de Richard Watts vendiendo armas, entró por sorpresa en ese puerto, incendió las carabelas moras que encontró en él y capturó las naos y con ellas a doscientos prisioneros. Efectuando su crucero habitual en espera de las flotas, apresó también, a la altura del cabo Espichel, una galeaza de Burdeos que incorporó a su armada. Sus servicios fueron premiados ese mismo año con un aumento de sueldo en 2.000 ducados anuales.
Tras llevar a cabo el cometido de transportar artillería y municiones a Laredo en 1557, en su travesía de regreso a Sanlúcar pudo apresar otros dos navíos franceses y un patache, que también unió a su flotilla, arrendada al Rey, y propuso a éste un plan para la fabricación por el Estado de veinte galeazas, otro tipo de buques de guerra de su astillero y de su escuela de construcción familiar a la que se encontraba también asociado su hermano Alonso, quien actuó de segundo en muchas de las empresas de Álvaro de Bazán. Este programa, que incluía la posibilidad de que las nuevas naves cargasen con géneros a su ida y a su vuelta de América, para abaratar los costos y asegurar su mantenimiento, se vio boicoteado por la Casa de Contratación, cuyo monopolio comercial perjudicaba, pese al informe favorable en el Consejo de Indias del duque de Medina sidonia, que veía en esta posibilidad un paso seguro hacia una marina de guerra permanente, frente al tradicional sistema de confiscación ocasional de mercantes, que arruinaba el comercio y desanimaba la construcción naval.
Esta actividad en beneficio de la navegación de Indias se fue reduciendo por parte de Álvaro de Bazán, hasta el punto de que en el lustro siguiente se convirtió en un general de galeras. En 1562, los comerciantes de la Casa de Contratación sevillana, alarmados ante los éxitos de un corsario turco llamado Ayaya que había situado su base en el Peñón de Vélez de la Gomera, amenazando sus flotas y mercantes, costeó el armamento de ocho galeras para vigilar el Estrecho, cuyo mando se dio a Álvaro de Bazán (8 de mayo de 1562). Con cinco de ellas dio caza Bazán a ocho naos corsarias inglesas junto a Gibraltar de la que obtuvo quinientos prisioneros que integrar en sus chusmas y doscientos cañones.
En 1564 comenzó, en su villa del Viso, el impresionante palacio de planta cuadrada en torno a un atrio renacentista que aún subsiste, y cuyas trazas originales serían continuadas por Giovanni Battista Castello, el Bergamasco, cuando éste llegó de Italia con un equipo de artistas y decoradores y pintores manieristas, encargados de realizar frescos de escenas mitológicas y temas relacionados con la vida del marqués y sus antecesores.
La obra total duró prácticamente toda su existencia.
Con motivo de los aprestos para el socorro de Orán, Álvaro de Bazán sumó a sus buques otras cinco galeras en Barcelona y capturó con ellas, a la altura del cabo de Gata, una galeota berberisca de diecinueve bancos de las del Peñón de Vélez con rica carga y de la cual liberó a sesenta cristianos (6 de junio de 1564). Una primera tentativa por conquistar este último nido de piratas, en la que Bazán intentó sorprender a la guarnición y escalar la fortaleza fracasó, pero la empresa pudo culminarse a las órdenes de García de Toledo (6 de septiembre de 1564) y a principios de 1565, Álvaro de Bazán pasó a cegar el río Martín de Tetuán con barcazas cargadas de piedra y cal, inutilizando esta base y embotellando varias naves berberiscas.
Ante el ataque turco a Malta (18 de mayo de 1565), a Álvaro de Bazán le tocó reforzar los presidios norteafricanos y preparar la jornada del socorro, tomando cañones a bordo en Málaga y soldados y suministros en Cartagena, Barcelona, Palamós, Génova y Civita- Vecchia; incorporó en estos dos últimos puertos a sus ocho galeras de la Guarda del Estrecho las de esta señoría y las del Papa. En Mesina se reunieron a las del jefe de la expedición, García de Toledo, capitán general de la mar y virrey de Sicilia. Convocado el consejo de guerra, la opinión mayoritaria de los generales de mar fue la de no dirigirse a la isla, dada la enorme superioridad turca en unidades navales; el consejo de los pilotos también fue contrario, pero Toledo optó por adoptar el osado plan que le propuso Bazán: reducir su escuadra a unas sesenta de las galeras mejores, armarlas y guarnecerlas con lo mejor de todas, y embarcando ciento cincuenta soldados en cada una, lo que supondría nueve mil hombres de desembarco, atravesar rápidamente el canal desde la isla de Gozo.
De esta forma podría ocurrir, o bien que la escuadra del socorro pasara sin encontrar las enemigas, y entonces podría desembarcar antes de que pudieran impedírselo, o bien que topara con una de las divisiones de guardia, que en ningún caso excedería de cincuenta o sesenta galeras, pudiéndose llegar al combate con bastante garantía de éxito. El primero de los supuestos se produjo, y al amanecer del día 7, la fuerza prevista desembarcó en poco más de hora y media en el puerto de Marsa Muscetto, provocando el pánico y la retirada de los asediadores.
A su regreso a España, Bazán profesó en la Orden de Santiago, a la que pertenecía y de la que se convertiría en comendador mayor de León. Contrajo matrimonio por segunda vez, en 1567, con María Manuel de Benavides, hija del conde de Santisteban, de la que tuvo seis hijos: Álvaro, Francisco, Pedro, Ana, Isabel y María.
Nombrado capitán general de las Galeras de Nápoles (29 de febrero de 1568), con motivo de la sublevación de los moriscos y mientras el resto de las escuadras se encargaban de apoyar al ejército en esta costa, recibió la orden de salvaguardar las italianas de cualquier ataque, al mando de una agrupación mayor formada por sus doce galeras napolitanas y diez de las de Sicilia. Habiéndose enterado, sin embargo, de que la mayor parte de la escuadra del adelantado de Castilla se había perdido en una tormenta, tras consultar con sus cuadralvos, entre los que se encontraba su hermano Alonso, decidió cubrir la misión de aquélla y dirigirse a España, donde recibió la aprobación real por su iniciativa. Cumplido este objetivo en la costa granadina, el jefe del ejército, marqués de los Vélez, solicitó y obtuvo del Rey que Álvaro de Bazán le ayudase a reorganizarlo, de modo que contribuyó en buena medida al triunfo de Válor al pie de Sierra Nevada (20 de julio de 1569). Atento a todos los méritos acumulados, y a la calidad de su persona y casa, el Rey le concedió el título de marqués de Santa Cruz (19 de octubre de 1569).
Formada tras larga dilación la Santa Liga contra el Turco, se puso al frente de las escuadras cristianas a Juan de Austria, y en el plan de batalla se asignó a Álvaro de Bazán la reserva o “socorro”. Reunida la flota en Mesina, arrumbó a Corfú (16 de septiembre de 1571); el 27 de ese mismo mes fue informada de la presencia de la flota turca en Lepanto y, tras hacer aguada en Cefalonia, se dirigió en su busca. Poco antes había tenido lugar un acontecimiento que puso la misión en peligro. Con motivo del refuerzo de tropas que precisaban las galeras venecianas, había embarcado en ellas con su compañía un capitán italiano que incurrió en las iras del general de esa República, Sebastián Veniero, quien ordenó ahorcarle sin tener atribuciones para ello. Ante el desacato que se hacía a Juan de Austria, éste reunió su consejo de guerra, en el que buena parte de sus colaboradores se manifestó partidaria de renunciar a seguir cooperando con los venecianos, pero el flamante marqués de Santa Cruz expuso que se debía seguir adelante, ya que el interés de la cristiandad lo exigía, y así lo determinó también Juan de Austria.
Alí Pashá, el generalísimo turco, enterado a su vez de la presencia cristiana, arrumbó hacia Cefalonia, y ambas flotas se encontraron el 7 de octubre, siendo la turca superior en barcos y muy equilibradas las dos en fuerzas embarcadas. De nuevo se consultó a Bazán sobre si se debía luchar o esperar acontecimientos en un puerto resguardado, y se aceptó su parecer de presentar combate de inmediato, para lo que adoptaron ambas escuadras una formación similar de combate, “en águila”, con alas, centro y reserva. Del lado de la Liga, los venecianos formaron el cuerno izquierdo; los españoles, con Juan de Austria, el centro; Juan Andrea Doria, el cuerno derecho, y la reserva, Cardona y Bazán.
El ala derecha turca chocó con las galeras venecianas, consiguiendo envolverlas en parte. El ala derecha, con mayores efectivos que la cristiana opuesta, intentó hacer lo mismo, pero Doria no se le enfrentó, sino que extendió la línea navegando en paralelo, dando tiempo a que la batalla se resolviese en el centro en una acción de desgaste a favor de la Liga, que pudo recibir mayores refuerzos. La división del combate en dos fases sucesivas permitió a la reserva intervenir oportunamente en ambas y decidir el encuentro; Álvaro de Bazán pudo enviar a su hermano Alonso con diez galeras en auxilio del cuerno derecho, logrando éste recobrar veinte presas que ya habían hecho los turcos, y él con otras diez reforzar el centro. Su propia galera acudió en socorro de la real, interceptando y tomando la galera verde del capitán Mamí, del mar Negro, guarnecida con jenízaros de elite, que luego donaría para reconstruir el devastado monasterio de San Francisco de Corfú. Juan de Austria, como prueba de reconocimiento a su aportación a la batalla, quiso sumar a la parte del botín que le correspondía legalmente cuatro galeras capitanas, presas que Bazán armó a su costa y vendió más tarde.
Volvió a reunirse en Corfú la armada de la Liga al año siguiente y en ella se integraron las treinta y seis galeras napolitanas de Álvaro de Bazán. La armada de la Liga encontró a la enemiga protegida bajo la fortaleza de Navarino. En una de las acciones menores inmediatas a la indecisa batalla en que una nao gruesa veneciana apareció en el horizonte y fue atacada por galeras turcas, la de Bazán, seguida de otras, atacó y apresó la capitana de Mahomet Bey, nieto de Barbarroja; en poco más de media hora, los cristianos dieron muerte a este general y a más de cien turcos, por lo que la nave le fue entregada a Bazán por Juan de Austria con sus ricas galas y numerosos esclavos. De regreso a Mesina, tras lo que había sido una infructuosa campaña para la Santa Liga, supo el marqués de Santa Cruz que el Rey le había hecho merced de las ricas encomiendas de Alhambra y Solana en la orden de Santiago (5 de junio de 1572), que rentaban seis mil ducados anuales.
En el verano del año siguiente se dirigió la escuadra de Juan de Austria a Túnez, ya que su rey, vasallo de España, había sido desposeído por los turcos.
Tras conquistar La Goleta, el marqués de Santa Cruz, con cuatro mil hombres, tomó y saqueó la ciudad.
En junio de 1576 se preparó para realizar una nueva campaña junto con los caballeros de San Juan. Llegados a Malta, se decidió atacar la isla de Quérquenes (Ker-kenah), en la costa tunecina, con sus treinta y seis galeras y cuatro de los sanjuanistas, de donde se sacó un cuantioso botín en ganado y mil doscientos esclavos que trasladó a su base de Siracusa, en Sicilia.
Al regreso de su campaña, pudo hacerse cargo de un nuevo mando como capitán general de las Galeras de España para el que había sido nombrado un año antes (10 de diciembre de 1576), dedicándose con ellas a socorrer Ceuta y Tánger, amenazadas por el rey de Fez.
Con motivo de la anexión de Portugal, y en apoyo del ejército invasor del duque de Alba, tomó desde el mar diversas fortalezas en el Algarve y en la desembocadura del Tajo, y en Setúbal puso en fuga a los galeones del príncipe Antonio, prior de Crato, colaborando en la conquista de Lisboa (29 de agosto de 1580). Finalizada la guerra, el marqués de Santa Cruz y María Manuel, su mujer, otorgaron en Badajoz escritura de fundación de mayorazgo a favor de su hijo Álvaro, quien sucedería en el título (17 de marzo de 1581).
Vencidos en el Portugal metropolitano, los partidarios del pretendiente al trono de Portugal se refugiaron en las Terceras (Azores), donde se hicieron fuertes con el propósito de reunir adhesiones para reconquistar el reino. Dos expediciones navales mandadas, respectivamente, por Alonso de Bazán y Pedro de Valdés no pudieron cumplir su cometido de expulsarlos y Felipe II encargó al marqués de Santa Cruz la toma de las islas (13 de enero de 1582). La flota a su mando apareció ante la isla de San Miguel e inmediatamente avistó una escuadra procedente de Francia y que había acudido en socorro del pretendiente, príncipe Antonio.
A pesar de que era más poderosa y contaba con treinta naves de gran porte, Álvaro de Bazán decidió atacarla sin esperar el refuerzo de la flota andaluza que aguardaba. Este primer encuentro se redujo a una escaramuza, pero al mediodía del día siguiente se entabló el combate (26 de julio de 1582). Fraccionada la escuadra francesa en dos divisiones, la resistencia del galeón San Mateo, al mando de Lope de Figueroa, entretuvo a una de ellas, lo que permitió a Bazán poner en fuga a la otra, mientras que la reserva forzaba vela para socorrer al San Mateo, lo que consiguió, centrándose el combate en torno a la capitana francesa y al San Mateo. El rápido regreso del San Martín de Bazán impidió que otras naves enemigas auxiliasen a su buque insignia que finalmente se rindió, provocando la desbandada general de su campo con pérdida de diez grandes naves frente a ninguna española. Poco después falleció a bordo el general francés, Felipe Strozzi, que estaba malherido, y fueron ejecutados en Villafranca todos los prisioneros mayores de diecisiete años, entre ellos ochenta nobles y caballeros aventureros franceses. Buena parte de la historiografía, especialmente la francesa, ha juzgado cruel y sádico al marqués de Santa Cruz por este hecho, sin tener en cuenta las instrucciones reales: “haréis ahorcar todos los extranjeros, como son franceses o ingleses”, ya que se les consideró piratas por no haber guerra declarada con estos países.
El anuncio del inmediato arribo de las naves de Indias y la necesidad de brindarles protección con su flota obligó a Álvaro de Bazán a dejar para el año siguiente el desembarco y la ocupación de las islas. La nueva escuadra con que se volvió a presentar ante San Miguel incluía dos galeazas napolitanas fuertemente artilladas, dos “galeones de la nueva invención” de su propiedad, galeras, y grandes chatas fabricadas a propósito en Sevilla, dotadas de “ciertos artificios” que permitían abatir la proa en forma de rampa para que, cuando surtiesen en la playa, pudiera pasar la tropa directamente a tierra.
Aunque el año transcurrido les había permitido a los portugueses obtener refuerzos, llegando a disponer los generales de los partidarios del príncipe Antonio, Manuel de Silva y Monsieur de Chartres, de nueve mil hombres, hubieron de rendirse tras el desembarco español y los primeros combates (23 de julio de 1583), consiguiendo en esta ocasión salvar los franceses la vida. Una vez dominadas también las islas de Fayal, San Jorge y El Pico, Álvaro de Bazán regresó a España y entró en Cádiz el San Martín, seguido de toda la armada engalanada y haciendo lamer el agua a las cuarenta y seis insignias tomadas (13 de septiembre de 1583). Pocos días después, Felipe II hacía venir a la Corte al marqués de Santa Cruz y le ordenaba cubrirse en su presencia, convirtiéndole así en Grande de España y confirmándole como capitán general del mar Océano y de la gente de guerra del reino de Portugal.
Viudo ya de María Manuel de Benavides, pidió licencia al Rey para incrementar el mayorazgo fundado tres años antes, lo que le fue concedido (3 de julio de 1584). Álvaro de Bazán aprovechó su estancia en Madrid para constituir el nuevo, especificando lo que su hijo primogénito debía dar a los demás hermanos (24 de agosto de 1584). A fin de aumentar aún más este patrimonio, adquirió al Rey la villa de Valdepeñas con su jurisdicción y territorios, que habían pertenecido a la Orden de Calatrava (22 de abril de 1582), en cuya plaza mayor mandó construir un nuevo palacio que no se conserva.
Como respuesta a la política agresiva de Isabel I de Inglaterra, Álvaro de Bazán convenció a Felipe II en 1586 de que le permitiera organizar la invasión de aquel país, para lo que preparó un plan que, por la diversidad y complejidad de medios que requería, así como por la necesidad de salir a proteger con su armada las flotas de Indias (27 de mayo de 1587), tuvo que demorar su puesta en práctica para desesperación del monarca español, que recriminó al de Santa Cruz por ello. Cuando ya parecía todo dispuesto, una epidemia de tifus exantemático volvió a retrasar la salida de la mayor flota que habría de cruzar hasta entonces el Océano, y acabó con la vida de Álvaro de Bazán. A finales de diciembre de 1587, la división de Miguel Oquendo había llegado a Lisboa con afectados por esta peste a la que se denominó “tabardillo de pintas coloradas” y al mes siguiente se había extendido a toda la flota, por lo que hubo que evacuar a los enfermos a los hospitales de tierra. Allí los había visitado el marqués de Santa Cruz, contagiándose casi al mismo tiempo que recibía la noticia de su cese y del nombramiento del duque de Medina sidonia como capitán general.
Álvaro de Bazán otorgó testamento, la víspera de su muerte, ante Martín de Aranda, auditor general de la armada con la que había ganado la batalla de las islas Terceras, y su cadáver embalsamado fue enterrado en la iglesia parroquial de Santa María del Viso, en espera de la finalización de las obras del convento de San Francisco, fundado por él. Este traslado no pudo efectuarse hasta 1643. Abandonado este convento al ser desamortizado, se restituyeron sus restos a la Iglesia (22 de julio de 1836) y en 1863 se rehízo su enterramiento. En 1988 se trasladaron finalmente a la capilla del inmediato palacio, que continúa siendo propiedad de los Bazán y actualmente alberga el archivo histórico de la Armada, que lleva su nombre.
En la lápida que presidía el enterramiento primitivo podía leerse: “Peleó como caballero, escribió como docto, vivió como héroe, y murió como santo [...]”.
Sus contemporáneos enaltecieron su figura; Mosquera de Figueroa afirmó de su carácter que “era de su natural el marqués afable y blando con los inferiores [...]. Deseaba reducir a los que veía mal encaminados porque no cresciesen sus culpas. Con ningún género de gentes fue soberbio ni a nadie trató con desdén [...] ninguno militó bajo su estandarte que no aprendiese a ser buen soldado”. Lobo Lasso de la Vega señaló su “espíritu generoso” y “naturalmente piadoso y compasible”; Miguel de Cervantes, por su parte, le definió como “rayo de la guerra, padre de los soldados, venturoso y jamás vencido Capitán”. Góngora le dedicó un epitafio: “No en bronces, que caducan, mortal mano, / oh católico Sol de los Bazanes / que ya entre gloriosos capitanes / eres deidad armada, marte humano [...]”. Lope de Vega dedicó el conocido “El fiero Turco en Lepanto, / en la Tercera el Francés, / y en todo mar el Inglés, / tuvieron de verme espanto. / Rey servido y patria honrada / dirán mejor quién he sido / por la cruz de mi apellido / y con la cruz de mi espada”.
Un Memorial de los servicios de la casa de los marqueses de Santa Cruz hechos en discurso de 170 años, redactado por su nieta, Eugenia de Bazán, resumió así sus servicios: “Rindió ocho islas, dos ciudades, veinte y cinco villas, y treinta y seis castillos fuertes: venció ocho capitanes generales, dos maestres de campo generales, soldados y marineros de Francia 4.753, ingleses 780, portugueses rebeldes de las islas, y de la armada del río de Lisboa, y tres galeones que estaban en Setúbal 6.460, esclavos que hizo en la isla Tercera y la del Fayal 2.500, turcos que cautivó 1.605, moros 2.138, dio libertad a 1.574 cristianos que estaban cautivos, rindió cuarenta y cuatro galeras Reales, veinte y una galeotas, veinte y siete bergantines, noventa y nueve navíos de alto bordo y galeones, una galeaza; y ganó en todas las ocasiones 1.814 piezas de artillería”.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Estado, Guerra Antigua y Diversos de Castilla; Museo Naval de Madrid, Manuscritos, Colección Navarrete y Sanz de Barutell; Archivo General de Indias, Indiferente general, n. 1965, L.13; n. 737, n. 107 y n. 149; Biblioteca Nacional de España; Real Academia de la Historia; Archivo familiar de la Casa marquesal de Santa Cruz.
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Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, Duque de Tetuán
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