COLONIALISMO, TRASIEGO Y DUALIDADES: LA FIEBRE AMARILLA
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Autores: José
Tuellsa (a,b), Paloma Massóc (c)
a) Departamento
de Enfermería Comunitaria, Medicina Preventiva y Salud Pública e Historia de la
Ciencia. Universidad de Alicante. (tuells@ua.es)
b) Centro de
Vacunación Internacional de Alicante, Sanidad Exterior, Ministerio de Sanidad y
Consumo.
c) Departamento
de Salud Pública, Historia de la Medicina y Ginecología. Universidad Miguel
Hernández.
Palabra clave:
Fiebre amarilla
Este artículo ha
sido publicado en la revista Vacunas, 2006; 7 (4): 186-196
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Durante más de
dos siglos (XVII a XIX) la fiebre amarilla constituyó una misteriosa enfermedad
que asoló las zonas tropicales de América y África causando epidemias de
elevada mortandad. A comienzos del siglo XX distintas investigaciones
permitieron identificar su mecanismo de transmisión, el agente causal, la
manera de combatirla con medidas de saneamiento y, finalmente, se pudo disponer
de una vacuna eficaz para prevenirla. La historia de la fiebre amarilla está
hecha de nombres y leyendas, asociada a los viajes marítimos, a la pugna entre
potencias mundiales por expandir sus zonas de influencia, al desarrollo
comercial, al colonialismo y a la competencia entre investigadores por
encontrarle remedio.
En busca de
lugares propicios
Resulta un
enigma que la fiebre amarilla decidiera ocupar unos territorios tan concretos,
que desapareciera espontáneamente de algunos de ellos y que ocultara siempre
dónde apareció por primera vez. En ocasiones hizo intentos para ampliar sus
áreas de predominio, pero acabó circunscrita a las islas del Caribe,
Centroamérica y el África occidental. Un misterio añadido es que nunca se dejó
ver en Asia y Australasia1.
Texto de Romay
sobre la fiebre amarilla (1797)
Las noticias
iniciales sobre la emergencia de la fiebre amarilla en el Caribe son confusas.
Los diagnósticos eran inciertos, enfermedades con el nombre de “calenturas”,
“pestilencias”, “fiebres malignas” o “modorra” causaron epidemias tras la
llegada de los conquistadores al Nuevo Mundo; entre ellas se ha querido incluir
a la fiebre amarilla. Las primeras descripciones que la identifican formalmente
señalan su aparición en las Barbados (1647), Guadalupe, Cuba, extendiéndose al
resto de las Antillas (1648-1650)1-7. La epidemia también aparece en la costa
del Yucatán (1648), donde la relata el fraile franciscano, Diego López de
Cogolludo “los pacientes sufrían un intenso dolor de cabeza y vomitaban sangre,
la mayoría morían al quinto día”1.
Texto de Romay
sobre la fiebre amarilla (1797)
La enfermedad
afectó a los españoles instalados en las ciudades de Mérida y Campeche. En un
manuscrito Maya de la época, los cronistas la denominan xekik (vómito de
sangre) manifestando que se trataba de un castigo divino contra los colonos
invasores 1,7,8.
Los nombres que
ha recibido apelan a una asociación de imágenes con “el color amarillo que
suelen presentar los enfermos y de los materiales acafetados o negruzcos que
también arrojan a veces por vómito”9, de ahí el nombre dado en español de
“fiebre amarilla” o el más popular en los siglos XVII y XVIII de “vómito
negro”7,9-12.
Se la conoció
además como tifo americano, tifo icterodes, tifo amarillo, tifo de los
trópicos, vómito prieto, vómitos de borras, coup de barre o mal de Siam, éste
último a causa de un malentendido.
Una epidemia
desencadenada en la Martinica se atribuyó a la llegada del navío “Oriflamme”
que procedía de Siam, aunque el contagio de los tripulantes ocurrió durante una
escala que habían hecho en Brasil, lo que indujo el error 13.
Los ingleses la
llamaron “Yellow Jack”, nombre derivado no tanto del color amarillo que tomaban
los enfermos, sino de la bandera amarilla utilizada para señalar a los barcos,
lazaretos u hospitales navales sometidos a cuarentena por la presencia de
alguna enfermedad infecciosa.
Finlay
encabezaba uno de sus trabajos dando la siguiente descripción: “La fiebre
amarilla (vómito negro, fièvre jaune, typhus amaril, typhus icterode,
haemogastric pestilence, gelbes fieber, yellow fever, fiebre gialla, febris
flava) es una enfermedad infecciosa aguda y contagiosa, caracterizada
clínicamente por fiebre, albuminuria, hemorragias, hematemesis o vómitos negros
e ictericia. Como endemia duradera no se observa sino en ciertas localidades de
las costas del Atlántico o en las islas de la América tropical y en África, pero
a beneficio del tráfico por mar y tierra, puede ser transportada a otras
regiones que no estén muy elevadas, con relación al nivel del mar, y cuya
temperatura se mantenga entre 20 y 30 °C."11.
Pinckard, médico
inglés que la padeció en 1806, relató su propia experiencia como: “la luz era
intolerable y las pulsaciones de la cabeza y los ojos eran sumamente dolorosas,
produciendo la sensación de que 3 o 4 garfios estuvieran enganchados en cada
globo ocular y una persona detrás de mí, los hundiera en la cabeza arrancándolos de sus
órbitas, las pantorrillas daban la sensación de que unos perros las royeran
hasta el hueso, ningún sitio, ninguna posición, daba un momento de respiro”6.
Las epidemias de
fiebre amarilla, con epicentro en el mar Caribe (Antillas, Jamaica, Guayana,
Surinam, Puerto Rico), se extendieron en varias direcciones a lo largo de dos
siglos y medio, vehiculizadas por barcos, vía marítima o fluvial, de un puerto
a otro.
El vómito negro
Hacia América
Central y del Sur, fueron alcanzando en diversas oleadas, México (Veracruz,
1699, 1725, etc.), Venezuela (Caracas, 1793, etc.), Colombia (1830, etc.),
Brasil (Río, 1850, etc.), Honduras (1860), San Salvador (1868), Nicaragua
(1868), en ocasiones con tasas de mortalidad muy elevadas.
En 1802,
Napoleón envía 30.000 hombres al mando del general Leclerc a la isla de Santo
Domingo para sofocar una revuelta, la mayoría de los cuales, incluyendo al
general, sucumben a una terrible epidemia de fiebre amarilla.
América del
Norte sufrió los envites epidémicos desde 1668 (Nueva York, Filadelfia,
Charleston, 1690, Boston, 1691, Norfolk, New Haven, Baltimore, Nueva Orleans
etc.). En el curso de la historia, Filadelfia sufrió 20 epidemias, Nueva York,
15, Boston, 8 y Baltimore, 7. Entre 1740 y 1860 fue endémica en el sur de EEUU
y México.
En África hay
antecedentes de enfermedades compatibles con la fiebre amarilla durante el
siglo XVII en Santo Tomé y Cabo Verde. Una posible descripción clínica fue
realizada por un cirujano portugués del ejército, Aleixo de Abreu, que la
padeció y luego trató casos en Luanda entre 1594-16061. Se considera, no
obstante, que el primer informe fundamentado en pruebas epidemiológicas es el
realizado por James Lind sobre una epidemia ocurrida en un barco a lo largo de
la costa de Senegal en 1768.
Posteriormente,
Schotte efectuó una descripción clínica sobre otra epidemia similar (1778) en
el mismo país: “los vómitos continuaban, eran verdes, marrones y luego negros,
coagulando en pequeños grumos… una diarrea permanente, acompañada de cólicos
aparecía entonces, provocando la emisión de heces negras y pútridas… la piel se
cubría de petequias”4. Durante el siglo XIX, toda la costa occidental africana
sufrió brotes epidémicos, Senegal, Sierra Leona, Fernando Poo, Gambia, Lagos,
Angola, etc., que en ocasiones, siguiendo las líneas de ferrocarril, llegaron a
países del interior (Sudán, 1901).
España y
Portugal fueron la puerta de entrada de la fiebre amarilla en Europa. Desde
1700, Gibraltar, Cádiz, Lisboa, Málaga, son las primeras ciudades en sufrir la
enfermedad. En 1730, un brote de “vómito prieto” iniciado en Cartagena se
expande por todo el continente, ciudades de Francia, Italia, Alemania,
Dinamarca, hasta Suecia y Rusia, se verán afectadas durante un quinquenio.
El siglo XIX
será prodigo en epidemias, Brest, Cádiz (1802, extendiéndose a Córdoba,
Granada, Valencia y Cataluña), Livorno, Dublín, Oporto, Swansea, Southampton.
La epidemia de Barcelona de 1821, tuvo una fuerte repercusión mediática por los
estragos que produjo y el miedo a que se extendiera de nuevo por Europa 14.
También la tuvo
la de 1870 en la misma ciudad, que se propagó hacia el sur, llegando a Alicante
y la de 1878 en Madrid 4. La península ibérica fue el principal reducto europeo
de fiebre amarilla.
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