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miércoles, 16 de marzo de 2016

Marzo2016/Miscelánea. LA TORRE DE TERUEL Y EL DORADO BRIN DEL ZAFRÁN.

TORRE DE TERUEL
CONSTRUCCIÓN: AÑO 1968.
OBRA DE LA CAJA DE AHORROS Y MONTE DE PIEDAD DE ZARAGOZA ARAGÓN Y RIOJA (Ibercaja).
TIENE, 50 METROS DE ALTURA.
ALBERGA. 49 VIVIENDAS
Y
ALCANZA 13 ALTURAS.
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EL DORADO BRIN
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Todos los años por las mismas fechas dejaba la escuela. Por la mañana marchaba con las mujeres a recoger rosa. Por la tarde al esbrín. Su padre no siempre estaba sentado esbrinando o atentó a las conversaciones de cuanto se decía o se murmuraba pues, de cuando en vez, se levantaba e iba a por más rosa y la extendía sobre la mesa, o recogía los platos cuando ya estaban a caramuello. El brin, recién quitado de la flor lo llevaba a la recocina y lo extendía en paños de lino después, poco a poco, lo iba tostando hasta que el zafrán perdía la humedad. Esta tarea requería mucha habilidad y había que procurar no pasarse en el tostado. Si acaso quedaba muy húmedo podía echarse a perder, por ello había que estar atento y darle vuelta periódicamente, con ello, se evitaba que se ocasionaran problemas de secado. El zafrán era un ser vivo. Tan vivo que pasaban los años y todavía había que darle vuelta de cuando en vez. Cuando el zafrán parecía que ya estaba bueno, que estaba de guardar, se ponía en bandejas se tapaba con un paño y se subía al arcón de la alcoba. Allí, junto  a la cama, difícil sería que alguien se lo llevara. ¡Antes la vida!
Para la primavera ya se oyeron rumores de guerra. Para julio  fue el “alzamiento” y, ahora, el temor a una guerra inminente era más cierta que nunca. De momento el zafrán, que representaba los ahorros de toda una vida, estaba seguro en el arcón. Nadie podría pensar que bajo la ropa se escondiera aquello que significaba la garantía de un futuro más cierto para la familia. Aquella noche salió a la fresca, ya era verano, y las conversaciones iban y venían de forma descontrolada. A nosotros no nos pasará nada, dijo el padre del zagal, nunca nos hemos metido en “políticas”. ¡Cuidau! dijo el apargatero del pueblo, que cuando el Aguasvivas baja revuelto a todas las piezas les entra barro por igual.
Aquella noche subió a casa y antes de dormir le dio media vuelta al zafrán. Todo parecía estar conforme. Se echó en la cama, en aquel mullido y confortable colchón de lana y apagó la luz con la pera. ¡Hasta mañana María! le dijo a su mujer y, al decirlo, sintió como si la voz se le tronchase acabando en un hilico fino y quebradizo.
Era casi el mediodía y por la parte de las eras entró un estruendo de motores, de banderas agitadas al viento y de polvo alzándose como en una marea inmensa. Llevaban en los capós y en las puertas pintadas unas banderas rojas y negras con unas letras en negro grueso que decía: CNT/FAI. Llegaron a la plaza del pueblo y bajaron de los vehículos con sus armas reglamentarias cargadas y prestos a disparar. Llamaron al Alcalde y una vez el hombre en su presencia le dijo el de la gorra de plato y pelo rizado que parecía el jefe: “El pueblo queda colectivizado”. Empezaron por quemar todos los papeles del Ayuntamiento,  toda la documentación y todo el mobiliario de la iglesia.  Pero ahí no quedó la cosa, ya que muchos del pueblo, percibiendo que había llegado la hora de la venganza se pusieron a disposición del hombre de los rizos. Le señalaron las casas “buenas” del pueblo y también… ¡oh perdición!, el lugar exacto en que se encontraban los zafranes. Todos los zafranes fueron confiscados en nombre de la revolución y llevados a una sala del Ayuntamiento, que fue cerrada a cal y canto, hasta nueva orden. La llave se metió en el sagrario de la iglesia y, la otra llave, la que cerraba el sagrario, se la colgó en el cuello el Jefe del Comité Revolucionario y de la Comuna de aquel pueblo de la Cuenca Minera Central de Teruel, asentado, a un costado del río Aguasvivas.
Desde ese día maquinó la forma en que su preciado zafrán, el ahorro de toda su vida, volviera a sus arcones. Para ello comenzó dos tareas bien precisas. La primera fue practicar un agujero en la pared medianera de la sala del Ayuntamiento donde se guardaba el preciado tesoro y, la otra, iniciar los trabajos para tapiar la alcoba de una habitación de la casa.  Para realizar con acierto ambas cosas contó con el conocimiento que tenía de los inmuebles del lugar, no en vano había sido alcalde del pueblo. Pero, además, contó también con la inestimable ayuda de su mujer, de su hijo y de cierta habilidad innata para los trabajos manuales.
Tras haber practicado el butrón fue sacando las bandejas del dorado brin y llevándolas de noche hasta su casa. Una vez metidas en la alcoba la tapió, pinto con cal toda la habitación y colocó delante de la nueva pared un trinchante y sobre él un cuadro que disimulaba, totalmente, cualquier indicio de que aquella pared era nueva. Por último tapó el agujero o butrón practicado en la pared del Ayuntamiento.
Pasaron los días y la vida de la Comuna se iba deteriorando poco a poco. La desorganización era total y el ganado con unas mil ovejas, del que se habían adueñado en un principio, daba ya señales de irse agotando.  Cuando los alimentos estaban a punto de acabarse el señor de los rizos y del gorro rojinegro pensó en tomar el zafrán, venderlo y, de esa forma, salvar la situación.
Así que, tras tomar la llave de dentro del  Sagrario se dirigieron a la puerta de aquella sala del edificio del Ayuntamiento que guardaba lo que sería la segura salvación de la Comuna. Giró el hierro en la cerraja con un sonido lento y enrobinado. Abrieron la puerta, giraron la llave que da la  luz eléctrica y no hubo nada. La estupefacción más absoluta se pintó en la cara de los anonadados visitantes.  Allí no había zafrán, ni bandejas, ni tampoco su olor característico. Todo, absolutamente todo, se había “evaporado” como por arte de magia. ¡Maldición!, dijo el de los cabellos rizados. Alguien nos ha traicionado y lo pagará con el pelotón de fusilamiento.
La alarma, la confusión y desconcierto corrió como la pólvora por todo el lugar. Todo el mundo era sospechoso y todos los milicianos estaban prevenidos por si en algún momento las sospechas se centraban sobe alguno de ellos. Se organizó un comité (otro) que registró casa por casa, bodega por bodega, pajar por pajar… escudriñando los lugares más insospechado en busca del volatilizado zafrán. Después de los registros se pasó a la tortura y, a pesar de ella, nadie pudo dar ni el más mínimo dato sobre el paradero de todo aquel brin que se había guardado en la sala del Ayuntamiento.
Tras la guerra y, templados los ánimos una vez que ya había pasado tiempo suficiente, el amo la casa decidió un día tirar la pared para recuperar aquel tesoro escondido. Así lo hizo en presencia de la mujer y del hijo. Allí estaba, en perfecto estado de conservación. Tras comprobar que todo estaba bien, la mujer le dijo al marido… ¿qué haremos con todo esto, esposo? El hombre calló, pero al día siguiente aparejo los machos, cargó el zafrán una vez lo hubo bien empaquetado y se bajo a Monreal del Campo donde lo vendió a buen precio.
La “perricas” las metió inmediatamente en una libreta de la CAMPZAR, no quería más problemas con aquel material en su casa. Con su desaparición se alejarían también las sospechas en el pueblo.
Otros muchos, como él, decidieron que de ahora en adelante transformarían rápidamente el zafrán en dinero. Así que la CAMPZAR empezó a recibir dinero y a crecer. Pensaron que el crecimiento iba a ser indefinido, exponencial   y la entidad inició la construcción de grandes edificios. Uno de ellos es éste de la plaza Playa de Aro, el más alto de Teruel y tiene, si bien lo miras, un color azafranado. Pero pronto el comercio del zafrán bajo y la gente emigró a otras tierras. De toda aquella época disparatada y dorada del brin, sólo quedan algunos pocos edificios en Zaragoza y Teruel.
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LO QUE REALMENTE SUCEDIÓ EN UN PUEBLO DEL VALLE DEL RÍO AGUASVIVAS, CONTADO POR UN VECINO.
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“Echaron un bando para que todos los que tuvieran zafrán lo llevaran al Ayuntamiento.
Todos los bandos acababan así: "el que no colabore será pasado por las armas".
La gente llevó y entregó su propio zafrán.
Se lo llevaron todo en un camión pequeño junto con 9 personas, que esa misma noche fusilaron en Muniesa, y varios cuadros valiosos de la iglesia. Eso fue el 1 de septiembre de 1936. Alguno ya había retirado algún día antes su parte y algo más del salón donde se guardaba, y en el año 40 se compró el primer tractor del pueblo.
En Muniesa, la fábrica de plásticos La Ilusión, cuentan algunos viejos que se construyó con el dinero del zafrán robado y que luego él mismo lo quiso invertir y fundar una fábrica en la que trabajaron hasta 30 personas hasta el año 1998.”
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