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miércoles, 30 de marzo de 2016

Marzo2016/Micelánea. CAPERUCITA ROJA EL LOBO FEROZ Y LOS YAYOS, PERDIDOS EN EL CAÑÓN DE LOS ARCOS DE CALOMARDE

Érase una vez que en un lugar mágico de la provincia de Teruel vivían una madre con una hija. La madre regentaba una casa de turismo rural y era hacendosa y buena trabajadora. La hija vestía siempre una capa con su caperuza roja y, por esta razón, todos en el pueblo le llamaban Caperucita Roja. Un día del mes de marzo, cuando la primavera quería ya asomarse sobre aquellas riscos y valles profundos, llegaron a pedir posada 13 yayos. Les habían dicho que por aquellos montes andaba el lobo feroz. Sí, ese mismo que asustaba a sus nietos y nietas. Pensaban darle caza de una vez por todas para poder vivir tranquilos pero, sobre todo, para que por las noches no se despertaran sobresaltados sus nietos muertos de miedo. El temor al lobo se había extendido de tal manera en las ciudades que, su sola mención, provocaba pavor entre la gente menuda.
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Así que, de buena mañana, cuando la espuma brilla con los primeros rayos de sol sobre la cresta de las cascadas, salieron provistos de piedras, palos y trampas, dispuestos a cazar al lobo feroz. Recorrieron las cañadas del ganado. Remontaron los cinglos y penetraron en lo más profundo del bosque tratando de encontrarlo. Pasó la mañana y no encontraron al lobo. Ya se hacía tarde para comer cuando la madre le dijo a la niña: hija mía, ve hasta la entrada del Cañón de los Arcos y busca a los 13 yayos. Diles que vengan a comer que la mesa ya está puesta. Caperucita cogió su caperuza roja, su cayado y su cestita con tortitas y miel y se fue donde su madre le había mandado.
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Mientras tanto, el astuto lobo acechaba a la niña bien escondido detrás de un árbol, justo a la entrada del valle encantado. El lobo tenía apariencia humana y, cabe decir que, en muchos lugares de la redolada se le había confundido con el repartidor del butano.
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A la entrada del valle y, por un momento, la niña sintió un escalofrío que le recorrió toda su columna vertebral. Aquellos cinglos con formas fantasmales la llenaban de temor e incertidumbre.
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Entre tanto, el lobo que ya acechaba y que se mimetizaba con los árboles miró a su izquierda, tapando sus ojos sanguinolentos con unos cristales oscuros. ¡Grrrriiiii! A esta niña entrometida me la tengo que comer nada más ponga sus pies en este valle, dijo para sí don Feroz.
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Mientras tanto, la niña, ajena a todo lo que se le venía encima prosiguió hacia adelante parándose, de vez en cuando, apara admirar el espectáculo de una naturaleza que, en todo su esplendor, desbordaba todas la capacidades con que está dotada la fantasía humana.
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Volvió a aullar de rabia el lobo y volvió a mirar, ahora, hacia su derecha. Ya paree que siento sus pasos y ya parece que está llegando la hora de que sacie mi estómago. Será una buena comida después de tantos días sin que hasta aquí se acerque ningún ser humano.
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Caperucita, como atraída por una fuerza sobrehumana siguió adentrándose en el estrecho valle. Todo le parecía fantástico. El agua era el líquido más blanco y puro que jamás había visto. Los árboles y las flores crecían en abundancia. Las rocas se cubrían de musgo y los caminos se adornaban con plantas salutíferas, silvestres.
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De repente escucho desde detrás de una cascada una voz como de romancero, una voz ocre y profunda que le hablaba, que le inquiría con una potencia cuasi sobrenatural y que, a la vez, la hizo estremecerse de nuevo, ahora con verdadero motivo: "¿Dónde vas Caperucita?" Caperucita quedó paralizada y no atinó a pronunciar ninguna palabra. Maese Feroz volvió ala carga, ahora con más fuerza: ¡¡¿ Dónde vas  Caperucita?!!!
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Por fin se atrevió a contestar y le dijo al lobo. Voy en busca de los 13 yayos que han salido a tu encuentro. Si te encuentran, sabes que te molerán a palos. Van provistos de lo necesario para capturarte y meterte en un saco. Una vez dentro te tirarán a lo más profundo de un pantano donde morirás ahogado. Pero antes de que todo esto suceda, piensan despellejarte vivo. Arrancarte las uñas y los dientes con tenazas y hacer con tu pellejo una alfombra para la casa rural de mamá.
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¡Glub! exclamó el lobo muerto de miedo. Esos 13 yayos me dan pavor. Hagamos pues un trato, dijo Caperucita. Si no me comes yo te libraré de la ira de los 13 yayos. De acuerdo, concedió el lobo. ¿Qué tengo que hacer? Mira, le dijo Caperucita, ponte esta camiseta amarilla y diremos que has venido a acompañarme. De esa manera, ninguno de los yayos sospechara. Así lo hicieron y luego, el lobo y Caperucita cogidos de la mano, llegaron hasta donde estaban los 13 yayos.
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Al llegar, encontraron a los yayos en posiciones algo comprometidas. Acababan de subir una empinada cuesta y llegaban derrengados.  Los yayos saludaron a los dos visitantes y la niña les anunció que ya podían volver a casa pues la comida les esperaba. Por la tarde, una vez repuesto fuerzas, sería la ocasión de volver a retomar la empresa que hasta aquí les traía. Sin embargo, el yayo Marcial si que conoció al lobo. Había percibido el movimiento de su cola en la parte trasera de sus pantalones. Sin embargo, nada dijo, pero quiso prevenir a la niña y entonces le encomendó al embaucador lobo la siguiente tarea. "Ve, le dijo, y lleva a la casa rural dos botellas de butano." ¿Cómo tal, dijo el lobo? Muy sencillo dijo yayo Marcial, por el color amarillo de tu ropa he comprendido que tu eres el butanero.
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Así, mientras yayo Fabianus empinaba la bota, salió el lobo a toda prisa para cumplir el mandado. Tenía miedo a ser descubierto y recibir su merecido. Has sido muy valiente, señaló yayo Siete Pisos, y como premio a tu valor e inteligencia para manejar a un animal tan maligno, vamos a enseñarte los secretos de este valle ignoto.
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La primera lección la impartió yayo Caballero. Mira, dijo, vas a ver como se vadea un río. Luego, siguieron recorriendo aquellos paradisíacos lugares una vez eliminado el peligro del lobo. 
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El Cañón de los Arcos es una ruta de singular belleza y de incalculable valor medioambiental que se ha abierto al publico recientemente. 
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El número de visitantes crece exponencialmente y así lo constatamos dado el número de senderistas con los que nos encontramos.
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He aquí la foto de recuerdo de tan singular visita.
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¿ Quién teme al lobo feroz?
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