Lo insólito sería todo lo contrario, es decir, que sucediera algo.
Más allá de las tareas del ciclo
agrícola pocos sucesos interrumpen la
monotonía de una población muy mermada de habitantes. Cuando cae la noche, un silencio
espeso recorre las calles hasta el amanecer apenas interrumpido por los ladridos
de los perros de Juan si acaso se cerca alguna alimaña. Por la mañana, las
novedades son la llegada de la secretaria, el médico y el enfermero. La
farmacéutica viene por las tardes. De vez en cuando pasa la furgoneta del
Ayuntamiento y a las once acuden al casino (bar) las mujeres a comprar el pan.
El casino es el centro social esencial. A veces, entre tanta soledad, apetece
ver gente y esto no podría ser posible si no existiera el bar. Sin embargo, en
la carretera que nos une con Cariñena, siempre hay tráfico: Los albañiles, los
fontaneros, los de ADIF, SEPRONA y las furgonetas de reparto de paquetería, así
como los camiones que van al secadero, son los vehículos más habituales.
Algunos vecinos marchan a la poda y recogida
de sarmientos, mientras otros hacen leña o preparan el huerto. Sucesos
extraordinarios son la muerte de algún vecino o algún robo (el último esta
semana). La misa, a la que acuden una media de 20 vecinos es el domingo a las
12:30 horas y el cura, que tiene casa en la villa, se ha ido a vivir a Aguarón.
Para las compras más necesarias hay que
bajar a Cariñena y en otras ocasiones a La Almunia de Doña Godina. La distracción
más común es el paseo, bien por las Acequias, o quizá, haciendo alguna ruta más
larga por la Sierra de Algairén. En este mes de febrero ha sido singular la
floración de los almendros y el paso de las grullas. Gatos, perros y ratas componen
la fauna terrestre más extendida. Sin embargo, el cielo está más densamente
poblado y los cantos de los pájaros acompañan al caminante por todo el pueblo.
El pasar de los trenes de mercancías, subiendo o bajando al Puerto del Alto de
San Martín, te sacan del ensimismamiento y de la apaciguada soledad de la vida
rural.
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