Llegamos a mediodía de un domingo de julio y paramos a comer en Casa Agustín, en la margen izquierda del río Martín. El Martín es un río que nace en el corazón de la provincia y que ya recorriera, en tiempos, Mío Cid poniendo a sus habitantes al corriente del impuesto de la época llamado "parias". Ahora es un pueblo próspero y monumental en el que se envuelven melocotones y se fabrican baterías, por ello hay numerosas pintadas pidiendo "no al plomo". A base de plomo balearon con sus enormes pistolones, los anarcosindicalistas, a parte de la población y les quemaron los santos. Pero, sobre todo, fue doloroso la quema de la talla románica de la Virgen de Arcos. Comimos junto al Martín y junto a un bautizo, una comida abundante pero poco elaborada y sumamente aceitada. La villa es de una plasticidad contrastada y tras el ágape hicimos las obligadas fotos desde la margen derecha del cauce del río. Pero la villa, cuidada en su aspecto externo, guarda numerosas sorpresas al visitante. De todo ello daremos cuenta en próximos capítulos. Con anterioridad ya hemos publicado la capilla de la Virgen de Arcos, un verdadero icono en todo el bajo Martín.
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