SIMPLÓN Y BENYTO
(Nuestro personaje encuentra al escapar de la mina a un "amigo" muy especial al que bautiza con el nombre de Benyto. En Peñas Royas practicarán la caza y la pesca como método de supervivencia y allí, Simplón (el hijo del carbonero), iniciará su edad adulta.)
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(Nuestro personaje encuentra al escapar de la mina a un "amigo" muy especial al que bautiza con el nombre de Benyto. En Peñas Royas practicarán la caza y la pesca como método de supervivencia y allí, Simplón (el hijo del carbonero), iniciará su edad adulta.)
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Fue noche de luna llena y
gatos al acecho en la comuna minera anarquista. A medida que ésta crecía roja por el levante, ya pasadas las diez y
media de la noche, se acrecentó el cosquilleo en las piernas del muchacho y le afloró esa cara de
pasmarote que tan al pelo y al sobrenombre le venía. Al salir sigilosamente de la negritud de la mina y chocar
con la tenue oscuridad de la noche tropezó, distraídamente, con un bulto blando y
peludo al tacto. El animal ladró de dolor y Simplón trató de acallarlo. Pensó
que descubrirían su fuga y los comisarios del partido saldrían a su encuentro.
Todo podría volverse muy desagradable y, también, dramático. Trató de hacerse
amigo del animal, de aplacarlo con palabras suaves, cariñosas, a la vez que, con dulzura, le
pasaba la mano por su famélica lomera. El animal reaccionó bien y pronto se acallaron sus
ladridos. Para cuando la luna y los gatos se enseñorearon de lo más alto del
cielo, Simplón, se percibió de la endeblez del animal. Sin duda las había pasado
“caninas” pues, la revolución, había hecho mella en sus carnes, en sus huesos y en
este pelaje tan sucio y plagado de costras y ulceraciones que le daban un aspecto
triste y desangelado. Lo miró a la cara fijamente y vio en sus ojos el reflejo de la misma
soledad y desesperación que él padecía, el mismo y coincidente instinto por salir de aquella ratonera. Lo llamó con pequeñas exclamaciones casi
insonoras: “¡Ven, ven!” y “¡perrito, perrito!” Desde aquel día fueron amigos
inseparables y la suerte de uno fue la del otro. Dio Simplón en llamar a su
amigo, por apocopación, Ben-y-to. Vio que era sonoro y breve y que el can pronto
respondió a esta nueva llamada, de forma que no hubo más problema. De ese
instante en adelante Simplón y Benyto recorrerías estas desamparadas tierras
que día a día ardían en una revolución alocada y sin sentido.
Iniciaron la marcha por caminos
oscuros y sin dirección conocida, procuraban seguir la orientación de la
barranqueras en sentido descendente, pues las bajadas se les hacían más llevaderas
dada la hambruna y hasta la falta de agua que había en la mina. En Utrillas y subrepticiamente
montaron en un pequeño tren que en otra época había llevado carbón y gente hasta
Zaragoza, pero que, ahora, sólo circulaba en el ámbito territorial que dominaba
la república. Acurrucados, formando ambos como un ovillo de lana, se
escondieron en un vagón de lignito. El
tren, serpenteaba al salir de la población siguiendo la flecha de un
pequeño regato de agua que quedaba a su derecha. Mas, al abrirse a la llanura
que forma el cauce del río Martín apareció la aviación enemiga que comenzó a
ametrallar y a tirar bombas sobre el pequeño convoy. Voló por los aires el tren
que cruza el río y los vagones, como una serpentina de feria, tomaron cada cual su rumbo. Simplón y Benyto
salieron volando sin que se deshiciera en el aire la bola preta y dura que
formaba esa estructura compacta de un niño imbécil y un perro tiñoso. Los dos
cuerpos (hombre y bestia) fueron a dar en un pozancón abierto por una bomba en
el mismo cauce del río y que posteriormente se había llenado de agua. El golpe
seco, pero amortiguado por el agua tomó la forma de un Splasssh. Luego el eco
se propagó por todo el valle hasta alcanzar Montalbán.
Apenas recuperados del tremendo
susto, y una vez que Benyto dejo de ladrar, enfilaron hacia esta población que ya se advertía próxima con las primeras
luces del alba. De Montalbán también llegaban ecos revolucionarios. Olor a cristos requemados junto a capas pluviales,
casullas, cíngulos, retablos y santos policromados impregnaban la opaca luz de
otro gris e incierto amanecer. Sin embargo, sobre el caserío se dejaba ver
todavía enhiesta una hermosa torre Mudéjar que, caprichosamente, había
sobrevivido a la barbarie. Estimó Simplón evitar la entrada en la población y
sí seguir el cauce del río hasta Peñas Royas, por considerarlo lugar más
apartado, y donde quizás estuvieran al abrigo de sospecha.
Una vez pasado Montalbán, las
aguas frescas y recias del río Martín, llevaban desde hacía siglos excavando
caprichosas formas y dando vida a un paisaje inigualable de rarísima belleza. El
agua era limpia, las riberas frondosas y las escarpaduras del terreno propicias
para esconderse de las miradas indiscretas de los comisarios políticos. Ladró
con renovadas energías Benyto y aquí, por fin, Simplón inició a través de la
caza y de la pesca una lucha sin tregua por la supervivencia. Cazó y cocinó alimentos
para él y para su amigo canino y de esta forma empezó a superar la imbecilidad.
Simplón tiró en Peñas Royas las muletas que le impedían ser autónomo, vivir independientemente y, desde
ese instante, fue un hombre libre. En Benyto, sin embargo, se acrecentaba la
dependencia por su amo y sus ladridos eran a menudo señales que confirmaban esa dependencia.
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