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martes, 17 de enero de 2017

Enero2017/Miscelánea. TERUEL, CIUDAD DE LEYENDA (V) BEDEL ES EL PERSONAJE

EL QUE LE CORTE LA GARRA A LA TORRE
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Aparejó a la burra con el baste y, sobre éste, echó las angarillas de cuatro clujones. Metió cuatro cántaros, uno en cada clujón, e inició la marcha. Como vivía en la calle de Pedro Ramos, unas veces bajaba hasta el Turia por la calle de la Albardería que se abre con la puerta de Guadalaviar y otras, sin embargo, iba por el Estudio a coger el portal de Daroca bajando la Andaquilla. En los dos casos pasaba debajo de las dos torres gemelas con las que se adornó, en su día, la villa de Teruel. Ahora, sin embargo, ya era ciudad y presumía de nobles e importantes edificios. Sin embargo, había un suceso que preocupaba fuertemente a los turolenses. Esas torres, esas magníficas torres moras, se estaban inclinando peligrosamente.
No era, sin embargo, la torcedura de las torres la preocupación mayor de Migal. Para él, el asunto más importante era el acarreo diario del agua, desde el río, hasta lo alto del caserío. Ese día iba a Zofra (a Concejo), por ello, le habían dejado usar la burrica y con ello el trabajo se le hacía muchísimo más llevadero. Los demás días, cuando el agua era para casa tenía que subirla a pulso y, las cuestas, se le hacían imposibles. Cuantas veces había maldecido la hora en que habían puesto la ciudad en aquel alto. Pero, no había más remedio ni solución alguna para el caso.
Un día escuchó jurar y maldecir airadamente a su padre ya que, al parecer, el Concejo iba a poner un nuevo impuesto. Ahora, decía haciendo esparajismos, van a poner la “PALATA” en el mercado. Con esto nos quedaremos sin comer pan porque se lo llevará todo el Concejo, decía exagerando su padre, mientras que, su madre, asentía dándole la razón. Otro impuesto y con que fin, señaló Migal que también se sumó indignado a la nueva. Parece ser, dijo el padre, que los del Concejo quieren traer el agua desde la Peña el Macho hasta la ciudad. Quieren poner, ¡vaya locura! una fuente en cada plaza, y así, las mujeres se excusarán de bajar al río. ¡Cómo! Exclamó Migal sin llegar a creérselo. Pero eso no puede ser… ¿una fuente en cada plaza? Y… y… y…, entonces, que haremos con la burra y las angarillas. A Migal, por momentos, le subía el rubor hasta la cara y el corazón comenzaba a palpitarle en un raro y gozoso desconcierto. ¡Una fuente en cada plaza! ¡Vaya ocurrencia! señaló su madre. Para que queremos una fuente en cada plaza si tememos a Migalico que nos sube el agua todos os días sin rechistar.
Bueno pues, al parecer, la cosa iba en serio y en la ciudad no se hablaba de otra cosa. En la plaza del mercado, en la lonja, en las carnicerías, en el avío de los animales y en las bajadas a la huerta, no se hablaba de otra cosa. Pero, sin embargo, no todo el mundo estaba de acuerdo en la obra que se planteaba. Unos decían… ¡ña qué, pa pior! Otros, sin embargo, señalaban que iba a ser un adelanto grandismo. Ahora que, (señalaban otros, no sin razón) pasar el barranco de las Ollerías va a ser difícil… A ver, dónde encontraremos un Maestro de Obras capaz de salvar el barranco…
Por fin se clavó, en la puerta del Concejo, un pergamino grande en el que se reclamaba un Maestro de Obras capaz de llevar a cabo la empresa que tenía pensada el Concejo. Se requería ser persona experta y, el Juez y el Concejo le sometería, antes de contratarlo, a las pruebas pertinentes. Muchos son los que llegaron hasta Teruel desde lejanos países interesándose por la obra y por el cobro de la enorme cantidad de dinero que se pensaba gastar en ella. Todos, sin embargo, salían de las Salas del Concejo decepcionados al conocer la prueba a la que deberían someterse, previa al contrato. Se trataba de “enderezar” una de las dos torres mudéjares que se inclinaban peligrosamente. Aquel que LE CORTE UNA GARRA A LA TORRE para enderezarla, se llevara la obra, decía el Juez de Teruel a todo el que quisiera oírle. Por ello, con una prueba que entrañaba tanta dificultad, muchos, y Migal con ellos, pensaron que la obra no se realizaría. ¡Todo el gozo en un pozo! llegó a decir el zagal un día que jugaba con los amigos en la calle del Pozo.
Por fin, un día se vio aparecer por el camino de Daroca unos hombres en unas hermosas cabalgaduras primorosamente enjaezadas. Al verlas, los de Teruel rápidamente exclamaron: ¡son extranjeros, son extranjeros! Aquellos atuendos y adornos en las caballerías se les antojaban propios de otros países. Entraron en la ciudad por la puerta de Daroca y tras buscar alojamiento decidieron acomodarse en lo más alto de la ciudad, en una posada que había, aparente, en el Tozal. Para el día siguiente tras el almuerzo se acercaron a ver al Juez de Teruel. Resultó pues, cierto, que eran extranjeros y que el Maestro de Obras y jefe de la cuadrilla de alarifes tenía por nombre Pierres y eran del país de los francos. Avalaba su pericia el número de obras ejecutadas, sin embargo, el Juez de Teruel, con la prudencia con la que solía encarar los asuntos difíciles siguió estimando oportuno que Pierres Bedel realizara, como uno más, la prueba de la torre.
Acordaron pues el presupuesto y Pierres Bedel encaró seguidamente, pero con suma facilidad, el problema de la torre de San Martín. Los de Teruel quedaron asombrados al ver que efectivamente, el franco, le había cortado una garra a la torre y que ésta, permanecía enhiesta y firme como un mástil.
Para entonces, Migal, que todos los días pasaba por debajo de la torre de San Martín en busca de agua del río o del pozo de los frailes franciscanos, empezó a creer en los milagros. Pensó, pues, que aquel hombre iba a acabar con el penosos trabajo de bajar desde la Muela hasta el río a por agua. Comenzaron luego las obras del acueducto-viaducto y en ellas se contrató de obrero Migal, a fin de sacar algunas perricas y, ver ilusionado, el fin de las obras. 
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