EL POBO
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AMARGA MEMORIA
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El tiempo era tórrido, el mes agosto, el día 24 y en el pueblo habitaban todavía inquietas, las gentes, los dorados días de trilla del año del Señor de 1947. Hacía dos años que había terminado la Segunda Guerra Mundial. Los Maquis, mezclados con el vecindario, subieron por los escalones que dan acceso al atrio de la iglesia de San Bartolomé. Las mocicas del lugar se rieron, ingenuamente, viendo sus ropas andrajosas y el talón de sus calcetines rotos. Oyeron misa entre el vecindario sin llamar la atención. Terminados los oficios religiosos, rápidamente, se colocaron en la puerta de la iglesia, uno a cada lado. Conforme los confiados vecinos salían de misa iban preguntando uno por uno a los hombres: ¿Eusebio Catalán?... Los hombres del lugar, que habían acudido a misa con la muda de los domingos, respondían con un escueto: ¡NO!... Siguió el sonsonete por algún tiempo hasta que el susodicho, Eusebio, llegó a la puerta y se enfrentó, aterrado, a los guerrilleros comunistas. Estos le preguntaron de nuevo: ¿Eusebio Catalán Izquierdo? Y, lacónicamente, respondió el interesado: ¡Sí, yo soy!... El silencio fue atronador, el espacio pareció agrandarse y la vida de Eusebio pasó como un eslampido por su mente en fracciones de segundo. ¡Sí, yo soy!... Repitió el eco en las paredes de las casas y en el trinquete del Ayuntamiento. Los Maquis le inquirieron… ¿Por qué no nos abriste anoche?... No le dieron tiempo a justificarse y, rápidamente, le descerrajaron un tiro en la tripa. Luego le remataron con un tiro en la sien. Tal era la ley de la guerrilla comunista. Los guerrilleros avisaron al vecindario: que nadie se mueva hasta dentro de dos horas, pues hemos colocado varias bombas que pueden explotar si alguien no obedece.
El pueblo quedó paralizado y el silencio subió por las calles en una nube, como sube el aliento de las ánimas del purgatorio por la divina escala. Eusebio agonizaba sin que nadie se atreviera a auxiliarle. Tal era el pánico que hizo nido en los corazones de las gentes sencillas de El Pobo. Pasaron dos eternas horas y la sangre de Eusebio ya había adobado las losas del atrio de la iglesia. Hubo rumor de cadenas. Gritos encendidos. Quejas y lamentos lastimeros. Preguntas sin respuestas. Y la voz del pueblo se alzó hasta el Altísimo pidiendo una señal que nunca llegó. ¿Por qué, Señor? ¿Qué pecado cometió tu siervo?
La negra oscuridad de las noches estivales de El pobo trató de ocultar su sangre. La voz de la “Amarga Memoria” resonó en la planicie hendida por la reja del arado. Dieron los trigales espigas negras. Dieron las veredas del camino álamos negros. Y todo, a partir de entonces, fue silencio y perdón. Sólo una lápida blanca rememora el suceso: “Muerto por Dios y por España”. TAL ES LA AMARGA MEMORIA SILENCIADA.
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Placa que conmemora el asesinato de Eusebio Catalán a manos del Maquis en El Pobo.
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