EN EL NOMBRE DE TERUEL
(¡Benditas placas solares!)
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No siempre Teruel estuvo postrada,
como lo está ahora. La curva de declive de la economía turolense y el comienzo
de la emigración tiene sus tiempos contados y dibujados en el mapa de la historia.
Para comprender este fenómeno, no tan raro y no tan exclusivo de Teruel,
conviene leer algunos libros y viajar por la provincia de manera atenta y con
sentido crítico.
Un libro que describe la tendencia
del cambio (siempre a peor) es el de Antonio Peiró Arroyo y titulado: “Tiempo
de industria. Las tierras altas turolenses de la riqueza a la despoblación”. El
Depósito Legal es del año 2000. El libro es una radiografía de la provincia en
ese crítico momento de pasar de la manufactura artesanal a la industria.
Sin embargo es con la revista de
Domingo Gascón y Guimbao, Miscelánea Turolense (finales del siglo XIX), cuando se advierte de forma
práctica que estábamos embarcados en una espiral hacia la nada.
Consciente, Domingo Gascón y Guimbao diputado
por Albarracín, de que la solución a los problemas de Teruel no puede venir de
dentro, decide poner en su casa de Madrid una oficina para “vender la provincia”
al mejor postor. De esa manera los hierros de Ojos Negros serán para el vasco
Ramón de la Sota. El carbón de piedra de Utrillas para una sociedad zaragozana
e, igualmente, el azufre de Villel será para los zaragozanos. El carburo lo
explota otra empresa catalana lo mismo que el azúcar de Santa Eulalia.
La caída de la ganadería lanar, una
agricultura en el límite de los 1000 metros de altitud con un escaso ciclo
vegetativo y, la falta de concreción del tejido industrial, que no fue más allá
de saltos de luz, herrerías y molinos harineros (ver el Madoz), ha dado una provincia que
es, lo que se ve.
Ahora el futuro de la provincia sigue sin estar en manos de los turolenses y colocar los molinos y placas solares es algo que se decide desde Madrid. Aquí, unos protestan y otros se alegran de que en su “campico yermo” les coloquen un aerogenerador o unas placas solares.
¡Benditas plaquicas! y ¡malditos roedores!
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