EL HOMBRE ENCINA
Esta parce ser la traducción literal
de la palabra druida. Este hombre celta (aquí celtíbero) apellidado DRUIDA, unía
las capacidades del sacerdote y del médico. Conocía a los dioses protectores (ancestros) y
conocía los remedios curativos de la encina aunque no supiera formularlos de
forma científica, como aquí se expone: La principal sustancia activa y la que les
confiere la mayoría de las propiedades medicinales (a la encina) son los
taninos, que posee en gran cantidad. Estos son astringentes (cierran y contraen
los tejidos, capilares y orificios y tienden a disminuir la secreción de las
mucosas), además son antiinflamatorios, analgésicos y hemostáticos (cohíben la
hemorragia por acción vasoconstrictora o por aportación de factores
coagulantes).
Pero, la romanización primero y la
cristianización, después, pusieron al druida fuera de la estructura social
hasta hacerlo desaparecer. Desde entonces, ciencia y fe, han sido dos caminos
separados e irreconciliables. La sustitución de la ciencia por la fe para
resolver los problemas humanos la vemos patente en las palabras de Jesús a los
enfermos: “Ve, tu fe te ha sanado/salvado”. Hoy, todavía quedan señales de este
divorcio. Así, por ejemplo, es costumbre en Zaragoza pasar a los niños por el
manto de la Virgen del Pilar para que la virgen los proteja. También, estos
días, se ha vuelto a ver repleta la explanada de Lourdes en busca del ansiado
milagro.
Sin embargo el druida tenía razón. La
obtención de remedios sacados directamente de las plantas era el camino
correcto para la sanación. ¡Cuánto habría progresado la humanidad si hubiéramos
seguido la senda del hombre encina! Pero, por razones que se nos escapan, el
hombre decidió tomar el camino de la fe y no el de la razón.
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Encina (arriba) y espino (a los pies) en flor.
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