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sábado, 29 de marzo de 2014

Marzo2014/Miscelánea. EL DERECHO A LA VIDA Y A LA PROPIEDAD EN NUESTRA CULTURA POPULAR

En memoria de Emilio Bujeda, de Peracense
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A mediados del siglo XX todo hombre del mundo rural, apenas llegaba a la pubertad, sus padres lo ponían a trabajar en el campo, (a las mujeres en las fanenas de la casa y, si salían del pueblo, lo hacían de monjas o a servir). Había ido tres o cuatro años a la escuela, a veces no de forma continua, pero sabía leer, escribir, cuentas y catecismo. Su relación con la Iglesia se resumía  en ir a misa los domingos (por imperativo legal) y comulgar por Pascua Florida (por imperativo legal). La comunión anual llevaba aparejada la confesión y la Iglesia tenía un libro de confesiones en el que estaba apuntado todo el vecindario sin exclusión alguna. Así que, este libro, constituía un “libro padrón” que permitía conocer a los habitantes de un lugar con sus nombres, parentescos y casas donde habitaba. Por una copia de este libro sabemos que en Alcorisa vivía la familia de Damián Forment.
La vida “embrutecida” de estos hombres no le permitía disfrutar de “bienes” que sí eran apreciados por la pequeña burguesía urbana como eran la libertad, la especulación filosófica, el conocimiento científico… Por ello, ya en los años 60 del siglo veinte, estos padres mandan a sus hijos a estudiar y  casi todos van a los seminarios. Pero las cosas están cambiando muy rápidamente y apenas una década después la inmensa mayoría se ha marchado del Seminario e iniciado una carrera o un negocio, es la generación conocida como “los rebotaos de cura”.
El padre seguirá en el pueblo hasta su jubilación o hasta su muerte y seguirá siendo fiel a ese mínimo cupo de valores humanos que grabó en su cerebro la “caña de la doctrina”. La existencia de un ser superior es algo que no se discute, ni se verbaliza. Esa idea del Dios Padre, sólidamente arraigada, conforma la arquitectura intelectual y social del hombre del mundo rural. Y bajo ese principio básico siguen el resto de valores con los que se guía de forma permanente y continua sin necesidad de “guía”  ni de ejercicios espirituales. Se trata del respeto a la vida (propia y ajena) y a la propiedad en términos absolutos. No parece preocuparle a este hombre temas como la familia (sus lazos son indisolubles), la vivienda (tiene casa propia), el aborto (no existe), los derechos de la mujer (¿?), el divorcio (no existe), la libertad de educación (¿?), el acceso a la sanidad o la libertad (¿para qué?)…
La Libertad es un valor muy tardío en nuestra civilización y todavía más en nuestro mundo rural, ahora ya, casi desaparecido. Sin embargo, de este mundo rural aragonés han salido importantísimas personalidades intelectuales que han sido un referente claro para las gentes de nuestro ámbito religioso-cultural en un sentido o en otro.
Francisco Peña, de Villarroya de los Pinares e hijo de un herrero, elaboró más de la mitad de la legislación con la que se juzgaba a los herejes. Miguel Servet, de Villanueva de Sigena, es considerado el precursor de Derecho a la Libertad de Pensamiento y de Expresión. Y finalmente, Miguel de Molinos, de Muniesa, es considerado como uno de los mayores heterodoxos del catolicismo.
 Por todo ello, porque la sociedad avanza por caminos dispares y  derroteros tortuosos; porque los filósofos y pensadores no son escuchados hoy día; porque la ideología suele arrasar con la lógica y la razón; y, porque en nombre de la LIBERTAD se cometen un buen numero de tropelías. Es por lo que es preciso reflexionar desde el pasado y revisar los procesos que nos han llevado hasta aquí. Madurar en conceptos, valores básicos y, establecer acuerdos sobre qué cosas debemos (todos) respetar, es vital para crear una sociedad del futuro sin traumas irreparables.
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ANÉCDOTA  EN UN PUEBLO DEL JILOCA
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 HACER BIEN LA CONFESIÓN
Como casi todo el mundo sabe/sabía, para hacer bien la confesión son necesarios cinco pasos:
1º.- EXAMEN DE CONCIENCIA
2º.- DOLOR DE LOS PECADOS
3º PROPÓSITO DE LA ENMIENDA
4º DECIR LOS PECADOS AL CONFESOR
5º CUMPLIR LA PENITENCIA.
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Al menos una vez al año, los católicos, tenían/tienen que confesarse y comulgar. Cuando llegaban esas fecha había que ponerse en paz con la Iglesia (con Dios) y los hombres del campo, poco acostumbrados a los oficios religiosos, pasaban un mal trago. Así que resolvían la papeleta como mejor podían.
Bueno, pues el mosén del lugar en que yo estaba de maestro me decía que estos sencillos y nobles hombres del Jiloca no lo hacían de la forma señalada arriba, si no de otra mucho más sencilla y clarificadora:
FELIGRÉS
Ave María Purísima.
SACERDOTE
Sin pecado concebida.
FELIGRÉS
Hace un año que no me he confesado.
SACERDOTE
¿Cuáles son tus pecados, hijo mío?
FELIGRÉS
Padre, ni he matao. Ni he robao, ni he hecho mal a nadie.
Ahora… sonsáqueme usted.
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A partir de ese momento el sacerdote iba repasando los Mandamientos y preguntándole al feligrés en cuál o cuáles había cometido pecado. Los dos conceptos básicos con los que se movía eran que matar y robar era pecados insuperables. Luego, no había que hacer daño a nadie, ni en su estima, ni en su honor, ni en sus bienes. Con esta moral tan sencilla podías marcharte de casa, dejar la puerta abierta y nadie te tocaba nada.

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