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martes, 23 de octubre de 2012

Octubre2012/Miscelánea. ALFAMBRA ( I )

Al hilo del camino de la oveja y la lana vamos de Santa Eulalia a visitar Alfambra. Palomera a la izquierda es roquedo pilón. Avanzado el camino, sosegados los pasos, llegamos a Santa Ana que ermita es de oración. Delante, fortaleza de los  Al-Banu-Razín, potente, poderosa. Es la hora del alba y la roja, durmiente, todavía aparece con su sábana blanca.
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Alfonso de Aragón le dice a don Rodrigo, en la villa de Alfambra serás bien recibido. Defenderás la tierra con la regla del Cister. Todo lo que yo tengo será dominio tuyo. En esta val hermosa del reino de Aragón con el rezo y la espada defenderás a Dios. Montegaudio se asienta sobre estos labrantíos, luchando con la espada desde este castillo.
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Quién te viera por mayo roja y verde vestida, asomada al ocaso, alegre y divertida. Las campanas repican, cantan las cardelina, están verdes los campos y la majada henchida . ¡Qué bien planta la moza!, la lozana extremera, que viene de la fuente y  trae el agua fresca.
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Navegas en la niebla matutina de otoño y hasta donde alborea, los álamos bandean los aires de la sierra. Salen tras el cayado las reses en hileras, dibujando en los campos sierpes blancas de arena. Avanza un aire azul que despeja la sierra, dejando ver los campos, las viejas rastrojeras, la vega, las choperas… los huertos a su vera.
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¡Oh Cristo Redentor! Sobre este alto pueyo a todos nos vigilas. Monumental figura que extiende sobre el valle los dos brazos abiertos. Abiertos de esperanza en las luchas diarias. Abiertos a  tus hijos por ganar el sustento. Abre tu mano amiga pues Alfambra merece un seguro camino y un futuro más cierto.
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Permanece varada la estación de los sueños. Que nadie se pregunte si hay un futuro cierto o si el destino del hombre se escribió en las estrellas. Sabemos que en las tardes, del duro y frío invierno, se siente en los andenes, al ímpetu del cierzo, pasar sombras fugaces de viejos pasajeros. Olor a carbonilla y agitarse pañuelos entre las ventanillas.
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Tienes la entraña roja como la dinamita. Los costados te sangran  por abiertas heridas. Un circo de dragones te socava y te habita. Sólo el agua te calma y hace de medicina. Hay que coger las gotas, atarlas en puñados y amontonarlas luego en presas recrecidas. Alcamines de lluvia por la roja campiña, para saciar los campos y domeñar la herida.
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Como una nave anclada al costado del valle. Como la roja sangre de todas las batallas libradas en la Tierra. Como un dragón alado expulsando candente el fuego mineral de sus ojos de azufre. Desde el azul del cielo, hasta el hondo del agua, la tierra va empapando en oro cereal sus venas desatadas.
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