Vivimos la sociedad del consumo, de los desechos, del egoísmo y de la hipocresía. Empecemos con los animales de compañía. Tenemos en casa un perro/gato, pero no aguantamos a los padres que rápidamente los mandamos a la residencia: “Padre/madre, allí estará muy bien”. Vamos a visitarlos una vez al mes y dejamos el perro en la puerta. Las puertas, en general, se llenan de meadas de perros. El perro, en el piso, acaba residiendo en el balcón, se mea y mancha la ropa de los pisos inferiores. Se mea en el ascensor y ladra por la noche despertando al vecindario. Pero: "mi perro, no hace nunca eso". Las fiestas universitarias (se supone que los universitarios son gente con un nivel educativo y cultural superior) dejan los parques colmados de basura que luego recoge el “proletariado” generalmente subsahariano. Pero los jóvenes se declaran progresistas y ecologistas en un alto porcentaje, pero muy alto. No queremos energía atómica (¡qué horror!) ni térmica, ni de ciclo combinado, ni hidráulica, ni eólica… Queremos que la energía salga del enchufe como el dinero del cajero automático de un banco, sin querer saber cuáles son los mecanismos económicos y sociales que rigen la sociedad de consumo. Estamos todo el día con el precio de la luz porque nos hemos cargado la energía nuclear y la térmica (32 centrales térmicas cerradas en España) y ahora somos dependientes del exterior. Nos gusta la naturaleza y todos los veranos arde el monte por los cuatro costados. En resumen, somos una sociedad del consumo que se desentiende del DETRITUS. Todo ello, hasta que la mierda nos ahogue. Por todo ello, si queremos sobrevivir y tener una sociedad más o menos aceptable habrá que recurrir al chip ( a la tecnología). Con el chip sabremos de quién es la caca y el pis del perro y, consecuentemente se le sancionará. ¡Nadie debe limpiar la caca ni el pis de otro. Cada cual debe gestionar sus propios detritus.