Vistas de página en total

martes, 6 de diciembre de 2016

Diciembre2016/Miscelánea. NUESTROS AMIGOS LOS GORRIONES.

LA AGÜELICA QUE ECHABA MIGAS DE PAN A LOS GORRIONES
*
Habían estado siempre en su vida. Ya de muy niña, lo recuerda bien, correteaba tras ellos por el corral. Al menor gesto emprendían un veloz pero corto vuelo hasta la bardera para, inmediatamente, volver a sus pies. Eran muy sociables. Bebían del tarro de agua y comían el grano que su madre les echaba a las gallinas. Ella, aprendió pronto a darles de comer. Primero les lanzó las migas a mediana distancia, más tarde justo a sus pies para, definitivamente, dejarlos comer en sus manos y posarse, luego, en sus hombros. Eran gorriones de canalera. Les llamaban así porque en ellas hacían sus nidos. Eran plumíferos encantadores y por ello, su madre, a su hermanico pequeño le llamaba también “gurrión” y “gurrioncillo”. Pasaban las estaciones y ellos, como uno más de la familia, permanecían fieles a la casa. Siempre se movían en vuelos cortos. Del tejado a la bardera, de la bardera al fiemo y allí, entre las gallinas, aprovechaban para comer y luego volvían a elevarse en un estrapalucio de alas agitándose sin sosiego. Cuando la puerta de la casa se abría, presentían que el ama iba a salir y bajaban todos en vuelo rápido y vertical.  La dueña salía con el halda recogida con la mano izquierda en un puñado y, con la derecha metida en el clujón, decía: pita-pitas. Las gallinas acudían inmediatamente y los pajaritos  a revueltas de las gallinas aprovechaban la circunstancia. La mujer romanceaba… rediós con los pajaricos… pero le gustaba que estuvieran siempre allí esperándola. La niña, de verlos tan ágiles subir y bajar del tejado y de la bardera hasta sus hombros y cabeza, sentía por ellos una atracción especial. Le pedía a menudo, a su madre, que le dejara a ella dar de comer a las gallinas. En ese momento, ella sentía un afecto especial hacia los pajarillos que a menudo le hacían cosquillas con su pico en la cara.
La niña creció, se casó y tuvo hijos. Los hijos estudiaron, se marcharon del pueblo y se “situaron” muy bien en la capital. Mis hijos tienen sus buenos chalets en Teruel, decía orgullosa la madre. Sacaron sus buenas carreras y viven desahogadamente. Pero un día la madre tuvo un desmayo en su casa del pueblo. Los vecinos avisaron al médico y a los hijos. Estos decidieron llevar a la madre a una residencia, para evitar en lo sucesivo, tener otro susto. Bajaron del pueblo a verla los vecinos. Estaba bien, pero un poco triste. Los hijos pasaban a verla de vez en cuando. Pero ella, donde quería vivir era en su casa del pueblo con sus gorrioncillos. Allí en la ciudad todo le era extraño… todo, menos los gorriones… aquellos menudos y regordetes pajarillos que aparecieron en la puerta de la residencia como por arte de magia, la hacían recordar tiempos felices. Todos los días guardaba el pan de las comidas y la magalena del desayuno, para sus pajaricos. Ellos sabían, nada más abrirse la puerta de la residencia de quien se trataba. A poca distancia de la puerta había un ciprés y desde él, en corto vuelo, llegaban hasta las manos de la anciana. Ella se sentía dichosa y ponía una miga, de vez en cuando, en sus labios para que un pajarillo la cogiese como dándole un besico. Un besico tierno como un soplo de aire azul bajado del cielo en sus alas.
Un día, vi a la anciana por última vez dando de comer a los pajarillos. Fue un seis de diciembre. Era fiesta y esperaba la llegada de sus hijos. Pero ellos, ese día, no fueron a ver a la madre. Marcharon a Zaragoza para adelantar al día siguiente las compras de Navidad. En la puerta de la Residencia tuvo otro desmayo mientras daba de comer a sus gorrioncillos. Los pajarillos trataron de despertarla picoteándole la cara y las manos. En vano revoloteaban a su alrededor tratando de darle aire con sus alicas menudas. Todo fue inútil. Llegaron otros humanos asustados y, los pajarillos, volvieron al ciprés. Desde allí, al verla marchar entre aquel estruendo de coches y sirenas agitaron sus alas diciéndole adiós. Su último adiós. 
*
EL GURRIÓN DE LABUERDA
(Huesca)
*
"Mariano Coronas Cabrero
Es maestro de Enseñanza Primaria, desde 1974, habiendo desarrollado su trabajo en la escuela pública. Ha sido durante más de veinte años, coordinador de las publicaciones del Movimiento de Renovación Pedagógica AULA LIBRE; Director de la revista EL GURRION, desde su fundación en 1980; miembro de la Junta Directiva del Centro de Estudios de Sobrarbe (Huesca) y bibliotecario voluntario y a distancia de Labuerda, desde la fundación de la biblioteca en 1979. Es autor de algunos libros relacionados con la poesía, el humor o los juegos infantiles tradicionales y ha participado en varios libros de autoría colectiva. Escribe
frecuentemente artículos relacionados con temática educativa para revistas como
Educación y Biblioteca, CLIJ, Primeras Noticias, Peonza, Cuadernos de Pedagogía, Mi Biblioteca, Aula Libre, Guix, Aula Infantil, Platero… y colabora también en la prensa diaria.
Ha participado, como ponente, en diversas jornadas y cursos relacionados con el fomento de la lectura, la creatividad en el lenguaje, las bibliotecas escolares, la escritura, la poesía, el humor, el uso de la prensa como recurso didáctico… Fue galardonado con el FLA Cultural por la Feria del Libro de Monzón en 2001; recibió una Mención Honorífica en los Premios Nacionales de Innovación Educativa de 2004 y está en posesión de la Cruz de José de Calasanz al mérito educativo, recibida en 2005. En 2006, la Biblioteca Escolar que dinamiza desde hace 19 años recibió el Primer Premio Nacional de Buenas Prácticas para la
Dinamización e Innovación de las bibliotecas escolares…
Le gusta la montaña, caminar, leer, escribir y hacer fotografías"
*
***
**
*