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domingo, 8 de marzo de 2015

Marzo2015/Miscelánea. CASTILLO DE ALBA DEL CAMPO

EL CASTILLO DE ALBA Y DOÑA LEONOR
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Nadie se atreve a adivinar el por qué del estado tan ruinoso en que se encuentran los restos de este castillo del Alto Jiloca. Sin embargo, un famoso historiador turolense, indagando en viejos legajos de los Archivos de la Corona de Aragón encontró, claves y pistas seguras, que nos aproximan hoy día a una plausible interpretación del desdichado final de tan nobles piedras.
Este gracioso historiador comenzó por estudiar los legajos pertenecientes al rey don Jaime I el Conquistador y, en ellos, no halló gran cosa. Siguió con la genealogía de los reyes de Aragón, hasta llegar a la época de Pedro IV el Ceremonioso. Le sorprendió en primer lugar el que, todos los asuntos relacionados con este castillo estuvieran firmados por su esposa, doña Leonor. Cosa singular  y rarísima en aquella época medieval. Escudriñó entonces, con más afán si cabe, tratando de averiguar la razón que llevó a dicha señora a preocuparse de un castillo tan lejano de la corte real.
La razón no tardó en aparecer pronto en forma de secreto, oculto en unos pergaminos escritos en letra inversa y que sólo podían descifrase mirándolos al trasluz de un vela y espolvoreándolos con una mezcla de incienso y mirra. En ellos, la reina se quejaba amargamente de las infidelidades de su marido el rey. En esta ocasión se trataba de una princesa mora cautiva de extraordinaria educación y belleza. La princesa, para congraciarse más con el rey y tenerlo sujeto a sus caprichos le había prometido abandonar la religión musulmana y abrazar ciegamente el cristianismo. Leonor intuyó, rápidamente, que en todo ello había engaño y quiso probar la veracidad de las palabras ante el rey.
Un día, en audiencia real y pública, que presidía el pequeño rey portando en su cabeza el yelmo del Dragón Alado, se presentó su esposa Leonor, acusando a la princesa mora de haberse convertido de forma falaz a la religión de Jesús. Temeroso el rey de que se descubrieran sus amoríos, pidió a su esposa una prueba de cuanto decía. Os lo probaré, dijo la reina doña Leonor, si me dais plenos poderes en el asunto. Así lo hizo el rey.
Doña Leonor, trató de poner a la princesa mora lo más lejos posible de la corte y, entonces pensó, en el pequeño pero bien vigilado castillo de Alba o Alaba, como se le conocía en aquellos tiempos y aún en posteriores.
La reina mandó reparar los muros y construir un aljibe. La princesa no podría salir de allí en ninguna circunstancia. Puso guardias y mandó que se le proveyera de la comida necesaria. Luego se olvidó definitivamente de ella. No tenía ningún interés en comprobar si la conversión de la mora era verdadera o fingida. Doña Leonor con estas disposiciones dio el asunto por concluido.
La princesa mora, cuyo nombre no ha pasado a los anales de la historia por el sectarismo de doña Leonor, había abrazado, vehementemente,  la nueva doctrina cristiana gracias a la dirección espiritual de un monje cisterciense. Prisionera en el castillo de Alba,  entre el desazonador frío invernal del Alto Jiloca  y la angustiosa  y completa soledad, pidió a los guardias que le abrieran un agujero en el muro para ver a Cristo llagado cuando lo transportaban en procesión, durante la Semana Santa, por el calvario que habían construido junto a sus muros.
Cada año la princesa se asomaba al muro agujereado y los vecinos, al trasportar la imagen del redentor, podían comprobar el verdadero llanto de la mora al ver a Cristo crucificado.
Pasaron los años,  la princesa sucumbió al abandono, al frío y al desamor. Doña Leonor ni siquiera prestó la más mínima atención al suceso.
 Los vecinos del lugar no quisieron nunca tapar el orificio por el que comprobaron una verdadera, firme y real conversión a la verdadera fe.
Ahora, a principios del siglo XXI, cuando se piensa en restaurar el castillo, una señora del lugar decía esta tarde: NO, el agujero del muro que no lo tapen. Pues, la memoria de tan singulares sucesos permanece todavía viva entre los habitantes del Alto río Jiloca o Cella. 
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