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viernes, 27 de junio de 2014

Junio2014/Miscelánea. EL MOLINO ALTO DE ALIAGA JUNTO AL RÍO GUADALOPE (UN ESPACIO NATURAL PRIVILEGIADO)

EL MOLINO ALTO***
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Una noche ardió por los cuatro costados. Cuando los Feced dieron aviso, las llamas habían consumido todo el molino por completo. Quedaron, como rescoldo vivo, las recias vigas del tejado ardiendo durante varios días junto al Guadalope. Aquel incendio pavoroso, a nadie se le escapó en Aliaga, había sido intencionado. El molino fue, durante mucho tiempo, el epicentro de un territorio poblado de masadas. Con la llegada de la Guerra Civil (36-39) su importancia creció, pues la necesidad de pan para la tropa era acuciante y su posesión un punto a favor de uno u otro de los contendientes. Sin embargo, el llamado Molino Alto de Aliaga, por aquellos milagros de la vida y paradojas de la historia, no quedó en manos ni de las izquierdas ni de las derechas. Permaneció, gracias a los buenos oficios de la molinera, como un punto neutral que atendía las necesidades de ambos bandos por igual. Un acuerdo tácito entre combatientes que se confirmó mucho tiempo después.
Aquilino, el hijo del tio Paco, llevaba desde siempre trabajando para La Central y no sabía hacer otra cosa que no fuera acudir a la misma todos los días y montar guardia en sus instalaciones por si “algo” pasaba. Un día pasó, ya se anunciaba, que La Central cerró y todos sus trabajadores fueron al paro. Aquilino cogió la indemnización y se fue a Barcelona, se compró una licencia, un taxi y una guía o callejero de la ciudad. Se aprendió pronto los entresijos de la Ciudad  Condal y la vida se le volvió de nuevo rutina…, era su destino.
Aragonés y campechano, a Aquilino le gustaba dar conversación a los clientes, que ascape le decían reconociendo el acento: ¿es usted maño verdad? A lo que él respondía invariablemente… “y a mucha honra”. Cierto día de tormenta estival, cuando recias cortinas de lluvia caían sobre las Ramblas, le paró un cliente. Montó un hombre completamente mojado y renegando de su suerte. El de Aliaga le atendió y le aplacó la ira como pudo. Como el catalán reconociera, pronto, la campechanía y acento del maño, le inquirió. ¿De dónde es usted, por qué… usted es maño, verdad? Aquilino respondió que sí, que maño pero de Aliaga. Un pueblecito de Teruel perdido entre montañas fantásticas. Inmediatamente, el cliente catalán, a pesar de la fama proverbial de tacañería que les delata, le señaló: aparque el taxi, deje el taxímetro en marcha y… hábleme de su pueblo.
Sucedió en la pasada guerra en el llamado Molino Alto, regentado en aquellas fechas por una guapa y diligente molinera. La mujer se las había ingeniado para que ni las derechas ni las izquierdas le tocaran el molino ni le arruinaran su negoció. Acordó con los jefes de ambos frentes que cada día harían guardia en el molino dos soldados, uno de cada bando, y que se molería por igual para cada parte contendiente.
Desde buena mañana  en el molino los dos soldados montaban guardia y vigilaban la molienda para que el acuerdo de caballeros, pactado, se cumpliera. Así sucedía y así se cumplía con escrupulosidad matemática. El día que molía el bando nacional quedaba esa noche a hacer guardia, el soldado franquista. Por el contrario, al día siguiente, quedaba de noche vigilando el molino el soldado republicano. Pronto empezaron, sin embargo, las rivalidades entre ambos al caer prisioneros, ambos, en los brazos de la molinera durante la noche de turno de guardia. La molinera no los amaba, pero creyó asegurar así su negocio dándoles un amor que a ella le sobraba. Por el contrario los soldados, jóvenes y fogosos, se entregaron al amor con una pasión salvaje y descontrolada. Nada más caer la noche por entre las aristas rocosas que circundan el valle, el amor se desparramaba, a orillas del Guadalope, como un río de semen incontrolable. La molinera no acertaba a distinguir cual de los soldados era más fogoso, ni en que lugar del molino encontró el orgasmo más placentero. Todas las dependencias del Molino Alto fueron,  una u otra noche, cuna del amor y centro de la lujuria más apasionada e incontenible.
Creció el amor y creció con él, los celos de los jóvenes soldados. Las miradas entre ambos eran desafiantes y retadoras. La sospecha y la duda les devoraban hasta que un día las tropas franquistas avanzaron y los soldados no se volvieron a ver jamás. Pasó la guerra y pasaron los años. Los celos seguían vivos en ambos contrincantes. Ambos volvieron por separado a visitar a la molinera y a ambos los despidió señalándoles que nadie ocupaba su corazón, sólo el molino era el centro de su atención.
Una noche ardió el molino y la noticia apareció en la página de sucesos de los periódicos. Al leerla, ambos pensaron que su rival había sido el culpable del incendió, pues ahora, el depositario de los celos era el mismísimo molino.
Creyó el Ayuntamiento de Aliaga, que este molino sería un espacio excelente para el ocio y el recreo. Hizo un hotel, renovó toda su estructura y lo museizó. Sin embargo, a pesar de su renovación total tras el incendio, los que han pasado la noche en él dicen sentir en las anochecidas, suspiros y gemidos amorosos,  ruido de viejos jergones, palabras de amor apasionadas y juramentos de fidelidad eterna en los lugares más insospechados del Molino Alto de Aliaga.
*** Sucedió realmente, pero en otro lugar de la provincia.
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